Una de las cosas buenas que nos
está dejando la pandemia es que Cataluña no está siendo el monotema en los
medios de comunicación, a pesar de que al nacionalismo de ambas orillas del
Ebro les gustaría que fuera de otra manera, y eso es de agradecer. No es que no
se tenga que hablar de sus elecciones, ya que su importancia transciende al
propio territorio catalán, en la medida que tienen de condicionar toda la
política española para bien y para mal; aunque yo pienso que Cataluña, limada
del frenesí independentista siempre ha aportado más cosas buenas que malas al
resto de los españoles, por más que les pese a aquellos que llevan años
tratando de convertirla en un don Tancredo de sus intereses electorales.
Lo que sería deseable de estas elecciones, es
que se llegara a una normalización de la vida política para buscar, desde el
sosiego y la voluntad de acuerdo, una solución al problema del encaje de
Cataluña en España, que los siglos han demostrado no es la opción centralista,
salvo que esta se sustente en la represión y la imposición de un modelo
territorial fracasado desde que la Guerra de Sucesión de 1700 elevó al poder a
la dinastía borbónica, trasponiendo las leyes castellanas a la nueva España que
empezaba con una monarquía centralista y poco proclive al reconocimiento de la
diversidad territorial peninsular. Una imposición, que acabó con siglos de
convivencia en un país con dos estados; mejor dicho, en una monarquía con dos
países en la Península Ibérica: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón.
No voy a reivindicar yo aquí el modelo
descentralizado y confederal propio de los siglos XVI y XVII, lo que hubo
anteriormente, en la Edad Media, ni siquiera fue un modelo confederal, simple y
llanamente Aragón y Castilla eran dos países distintos, como podían serlo
Francia e Inglaterra. Pero sí sería bueno que se exploraran fórmulas de encaje
más federal o incluso confederal, para dar por terminado un episodio de nuestra historia que solo ha traído
problemas. En definitiva, buscar una solución propia del siglo XXI en una
democracia avanzada, que debería estar más pendiente de solucionar los
problemas de los ciudadanos que de enrocarse en disputas territoriales, que
solo tienen como fin el sostenimiento o acceso al poder de élites políticas de
ambos bandos.
Desgraciadamente, la polarización
interesada de la sociedad catalana y la española por parte de las élites antes
mencionadas, hacen muy difícil que el resultado de estas elecciones abra una
vía de diálogo encaminada a solucionar el conflicto catalán. Eso si no lo
enreda todavía más, a tenor de lo que estamos escuchando en campaña electoral
por aquellos que no tienen ningún interés en solucionarlo. Una lástima,
porque Cataluña no es nada sin España y España no es nada sin Cataluña.
Demasiados siglos de convivencia las contemplan, si no como una unidad de
destino en lo universal, sí como dos territorios que se aman y se
necesitan.
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