En los últimos días se ha intensificado
la campaña de acoso y derribo contra Pablo Iglesias, en la que están participando,
activamente, los medios de comunicación, desgraciadamente no solo los de derecha;
la izquierda giratoria y recauchutada en defensa de los privilegios de los privilegiados;
tertulianos que hablan al dictado de quienes les coloca en las tertulias y paga;
la judicatura, que no cesa de buscar debajo de las alfombras algún motivo para
que su partido siga siendo carne de tribunales; y, como no, las redes sociales
a saco. Todo vale, si de lo que se trata es de desprestigiar al vicepresidente
del gobierno y convertirle en un cadáver político.
No voy a negar yo aquí que su
incontinencia verbal y la dificultad para asumir que ahora no es un activista social,
sino todo un vicepresidente del gobierno, no estén dando munición a toda la caverna,
antes citada, para activar la cacería. Pero tengo la sospecha de que no es
Pablo Iglesias lo que les importa. ¿Lo hacen porque sea un pérfido comunista que
pretende sovietizar bancos, medios de comunicación y la frutería de la esquina?
¿Es porque se trata de un agente infiltrado por la masonería en el poder para
destruir los valores tradicionales de Dios, Patria y Rey que guían, desde hace
siglos, a las clases dominantes en España? ¿Acaso es porque tiene un antepasado
judío, y ya saben ustedes desde el domingo, que los judíos son los culpables de
todo?
A mí me parece que en el fondo,
Pablo Iglesias, aparte de tocarles las narices con algunas verdades como puños,
les importa un pimiento. Porque el objetivo de toda esta campaña despiadada es
otro más importante.
Desde que el gobierno actual tomó
posesión, la derecha y la izquierda recauchutada, solo han tenido un objetivo: hacer
que caiga. En ello han derrochado sus energías, sus fake news, sus insultos y
su falta de empatía hacia los graves problemas de los españoles, como hemos
podido ver durante la pandemia, que como muestra bien vale un botón. Y no han
encontrado mejor resquicio que asediar al vicepresidente del gobierno, con la
esperanza de que Pedro Sánchez no tenga más remedio que cesarlo, y provocar la
salida de Podemos del ejecutivo.
Saben que si esta situación se
diera, el gobierno de Pedro Sánchez tendría los días contados; ya se encargarían
ellos de que la presión fuese insoportable, para que tuviera que convocar
nuevas elecciones y si Dios lo quisiese, tuviéramos en el gobierno de la nación
la repetición de los gobiernos de la vergüenza apoyados en la extrema derecha,
cada vez más orgullosa de reivindicar el fascismo.
Qué mejor manera de acabar con la
política social que está poniendo en marche este gobierno, y restablecer en el
poder a quienes consideran que les pertenece por derecho divino o de pernada o
de bolsillo.
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