Putas,
guarras, zorras. Estos son los insultos que tuvieron que soportar las
concejalas de Barcelona en Comú, en la constitución del nuevo consistorio
barcelonés. Parece que sus oponentes políticos no tenían mejores argumentos
para expresar su descontento a la traición que
esas concejalas habían hecho al ideario independentista. Pero no es de
esto de lo que quiero hablar. Sino de los comportamientos machistas, tan
arraigados en la sociedad, que cuando a unos ciudadanos/energúmenos deciden
protestar, cabe esperar que cargados de sus razones, sólo se les ocurre
recurrir al insulto contra las mujeres, que parece es lo más fácil si tiramos
de lo que nos cuece en las entrañas.
A
pesar de tantas campañas de igualdad; a pesar de todos los 8 de marzo exitosos
que ha habido en los últimos años; a pesar de aprobar leyes para equiparar a
mujeres y hombres; a pesar del auge del feminismo en el último siglo; y a pesar
de los pesares, nada ha cambiado desde la Edad Media. Los intra comportamientos
de la sociedad siguen estando donde estaban, y las mujeres sieguen siendo unas
zorras en las que fijamos nuestra ira cuando ellas son partícipes de algo que
no nos gusta o nos incomoda.
Damos
por sentado que hay una parte de la sociedad que nunca va a considerar a las
mujeres como iguales. Una parte que ahora sale a relucir, y que tiene unas
ideas sobre la mujer, sus derechos y la igualdad, que no difieren mucho de las que tenía San Agustín en el siglo V: «Nada
hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de
una mujer». A esos los damos por irrecuperables. Sólo hay que leer el programa
electoral de Vox, o escuchar algunas declaraciones hechas por miembros de la
extrema derecha para darse cuenta. Pero que ciudadanos supuestamente defensores
de la igualdad, lancen improperios contra las mujeres por el hecho de serlo, da
mucho que pensar. ¿Cuántos de los que gritaron en la Plaza de San Jaume: putas,
guarras, se autodefinen como defensores de la igualdad ? No lo sabremos nunca, pero lo cierto es que el espectáculo
fue vergonzoso, denigrante para las mujeres, no sólo para las concejalas
insultadas, sino para todas las mujeres y todos los hombres que creemos en la
igualdad sin desvíos por enfados políticos o de otra índole.
Desgraciadamente,
lo de Barcelona no es un hecho aislado. Está más presente en los
comportamientos habituales de los hombres y también de las mujeres, de lo que
pudiéramos pensar. Aceptamos con normalidad que la extrema derecha, con su
discurso en contra de la igualdad, entre en las instituciones, avalada por
partidos que supuestamente no comparten esa manera de pensar. No nos
escandalizamos cuando se trata, desde el machismo más recalcitrante, de
despreciar la violencia de género con falsos testimonios que colocan a las
mujeres al pie de los caballos de los hombres. Miramos para otro lado, cuando
no asentimos, ante la campaña de desprestigio del feminismo, orquestada desde
la extrema derecha, y no tan extrema, y sus medios de comunicación afines, que
presentan a este como una secta de mujeres radicales, despechadas y machirulos.
Nadie
ha levantado la voz, salvo algún medio de comunicación tímidamente, contra la
despreciable humillación vertida en Barcelona, porque quizá, se podría haber producido
en cualquier otra parte y no queremos
vernos reflejados en el espejo de la vergüenza. A fin de cuentas, son mujeres
queriendo emular a los hombres. Si estuvieran en casa al cuidado de sus hijos y
su marido, no les pasaría esto. Suena fuerte ¿verdad?, pero en el fondo, todos
los que gritaron putas, guarras, zorras, aireando el machismo más burdo, no
están muy alejados de esa manera de pensar y valorar el papel de las mujeres en
sociedad.
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