viernes, 27 de marzo de 2020

Decimotercero día de cuarentena. Un poco de calma


Decimotercero día de cuarentena. ¿Somos un país de maledicentes, que nos gusta echar la culpa de todo lo que nos pasa a quien no es como nosotros? Me van a perdonar que haga esta pregunta tan retórica, de la que todos ya sabemos la respuesta, pero es que no hay forma de tener un poco de calma, de que las fieras se aplaquen y dejen de babear ante el olor a carnaza del incauto que se pone a su tiro. Escriben hoy en El País un grupo de profesores universitarios de la salud pública, pidiendo un poco de sosiego a nuestras ansias de despedazar (esto lo digo yo, no ellos): «Responder con eficacia y justicia a la gravedad de una pandemia sin precedentes para los millones de personas que la sufrimos en todo el planeta requiere valores (honestidad, civismo, solidaridad), conocimiento (ciencias, humanidades) y acción (política, social y personal). La ambición ética, política y económica de la respuesta nos atañe a todos: instituciones, organizaciones sociales, empresas y ciudadanos. Y la confianza entre todos debe ser lo más amplia posible; para una cultura latina como la nuestra, confiar en las instituciones suele ser un reto. Aceptemos con tranquilidad que todos podemos errar, también los científicos y los políticos. En los próximos meses, máxima prudencia, serenidad y comprensión.»
Me van a disculpar que me haya extendido tanto en la cita, pero es necesario que todos seamos conscientes de nuestras limitaciones y nuestras posibilidades. Solo así dejaremos de morder a quien no nos gusta.
Digo esto porque vengo leyendo desde la calma chicha de mi casa «pintada no vacía», como escribió nuestro gran poeta Miguel Hernández, que ha empezado la veda para buscar culpables de la extensión de la pandemia en España, y como no puede ser de otra manera, el ojo siempre se pone en lo que más molesta al conservadurismo “biempensante” de nuestro país. Es decir, ahora le está tocando el turno al feminismo convocante de la manifestación del 8-M. Para alguno parece que todo empezó ahí, en esa manifestación de mujeres alocadas pidiendo igualdad, y como no, la culpa la tiene el gobierno por autorizarla y, especialmente, la ministra de Igualdad. La prueba de tanta negligencia es que la propia ministra se contagió de coronavirus. ¡Vaya! Igual que la presidenta de la Comunidad de Madrid, que no estuvo en la manifestación. ¿Qué coincidencia, verdad?
Hay que dar caña al mono, y el mono ahora es la manifestación del 8-M, en la que por cierto participaron todos los Partidos, incluidos los que ahora reniegan de ella, salvo Vox, que hizo su propio acto de homenaje a la mujer (captemos la diferencia entre hacer un homenaje y pedir igualdad), y acabaron, no se sabe cuántos contagiados por el virus. Pero claro, de este acto la culpa la tuvo el gobierno por no prohibirlo, según palabras de Santiago Abascal.
Hay que demonizar el feminismo, que tan poco gusta a la derecha y algunos. No importa que en esos días se siguieran celebrando misas, habiendo aglomeraciones deportivas fuera de los estadios, llenos los bares, los centros educativos, los mercados y mercadillos… todo el país se estaría contagiando igual que en la manifestación del 8-M, pero las culpables son ellas. Hasta se celebró la feria de la cerámica en Valencia, con profusión de profesionales italianos,  cuando en Italia el coronavirus ya estaba haciendo estragos. Nadie dijo nada, porque nadie sabía o no quería saber.
La mejor manera de que los agoreros y los oportunistas callen es no hacerlos caso. Seguir nuestro confinamiento cuanto haga falta y hacerles ver que nosotros somos uno, por mucho que ellos quieran sembrar la cizaña de la división. Hasta las ocho.

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