Ha
tenido que producirse un triunfo deportivo mayúsculo, como ganar el Campeonato
del Mundo de fútbol femenino, para darnos cuenta de hasta qué punto el machismo
está acampado en las estructuras de las instituciones públicas y privadas del Estado
y la sociedad española. Porque no sólo es el fútbol el que está inoculado con
ese virus que hace pensar a los hombres que están por encima de las mujeres,
tratando a estas como si fueran un apéndice bíblico de la grandeza masculina
(parece que la sociedad ha avanzado muy poco en este sentido en los últimos
5.000 años), sino que el comportamiento de muchos, en estos días de
machirulismo inaceptable del ex presidente de la Federación de Fútbol y toda la
corte que le rodea, nos ha puesto a la sociedad en su conjunto y a los hombres
en especial, frente al espejo que nos muestra lo que realmente somos: una
sociedad que trata de avanzar en derechos de las mujeres, pero que se topa con
unas estructuras mentales consolidadas en el machismo y la desigualdad, que va
a costar mucho derribar.
Es
cierto que en todo este proceso de vergüenza ajena que hemos sentido por el
chulesco comportamiento machista de Luis Rubiales y todos los que le
aplaudieron en la Asamblea de la Federación, ha habido un proceder mayoritario
de rechazo, lo que nos indica que las políticas desplegadas en los últimos
tiempos, y una cultura cada vez más entregada a la reivindicación de la mujer
como sujeto social en igualdad con el hombre, van calando en nuestra conciencia
individual y colectiva. Pero también nos hace ver que falta mucho camino por
recorrer.
Vergüenza
ajena, que también hemos sentido al escuchar a periodistas y medios deportivos
jaleando, defendiendo y justificando el baboso beso de Luis Rubiales a una
jugadora de la selección, a la que simplemente debería haber felicitado con un
apretón de manos y unas palabras de agradecimiento y satisfacción por la hazaña
que acababa de hacer junto a sus compañeras. Medios que ahítos de machismo de
sacristía han tratado de culpabilizar a Jenni Hermoso, como si de una buscona
se tratara, en su defensa del presidente de la Federación. Lo que dice muy poco
de la catadura moral de esos periodistas, apuntados al bochornoso acto de lavar
la mierda de otros, vaya usted a saber si por razones ideológicas o pecuniarias
o quizá por ambas.
Vergüenza
de género que muchos hombres hemos sentido al ver como una gran parte de la
masculinidad del deporte en general y del fútbol en particular, ha mirado para
otro lado, como si la cosa no fuera con ellos. Es notoria la ausencia de
comentarios de muchas grandes figuras del deporte nacional o la tardanza en
hacerlo, que en algunos casos, parece el intento de subirse a un carro, que les
resulta incómodo, a regañadientes. Porque no nos engañemos, en un mundo como el
del fútbol, donde la gloria, la fama y, por qué no decirlo, la estupidez, han
sido y son todavía un asunto de hombres, la irrupción de las mujeres supone un
terremoto, que muchos no están dispuestos a aceptar. Compartir gloria y fama a
nadie le gusta. Aceptar que las mujeres lo pueden hacer tan bien o mejor que
los hombres, es tener que compartir la exclusividad del poder que da ser el
único. Y la sociedad, en oriente y occidente, lleva siglos ninguneando a las mujeres
para no tener que hacerlo.
Luis
Rubiales y la actual Federación de Fútbol deben desaparecer del mapa. No se
trata de quitarse de en medio al actual expresidente, para que todo siga igual.
Para que el desprecio hacia el esfuerzo y las capacidades de las mujeres, quede
laminado de las estructuras del fútbol y otras disciplinas deportivas; todos
tenemos en la retina la imagen de las ganadoras de la supercopa femenina
poniéndose ellas mismas las medallas que recogían de una mesa. Aquellos que han
aplaudido a Luis Rubiales en la intervención pública más vergonzosa de un
dirigente deportivo en años, deben de ser apartados de sus cargos, porque ya no
son de fiar y porque la sombra de la corrupción y el machismo, ya convertida en
luz cegadora, planea sobre ellos, como un estigma ganado a pulso, que
difícilmente se van a poder quitar de encima. Porque una sociedad democrática
no puede permitir que una persona atente contra los valores que deben regir en
el comportamiento público y privado de cada uno de nosotros. Y no quiero caer
en un falso moralismo de golpes en el pecho. No. Los valores sobre los que se
fundamenta la democracia son el pegamento de la sociedad y ningún personaje
público puede situarse con sus actos, por obra u omisión, enfrente de ellos. Y
eso es lo que ha pasado estos días con los dirigentes del fútbol español.
Al
escuchar a Luis Rubiales sólo se podía pensar si su discurso se lo había
escrito VOX. Porque no hubo ni una coma que se saliera del guion de lo que
piensa la extrema derecha de las mujeres. Destilaba tanta misoginia, falta de
empatía hacia las mujeres, odio hacia la igualdad y culpabilización de la
jugadora para expiar los propios pecados de Luis Rubiales, que no nos extrañe
ver al ya ex presidente del fútbol español en alguna lista electoral de VOX
próximamente.
Luis Rubiales, además, no sólo ha cometido un acto de infamia hacia las mujeres
y la sociedad, que deba purgarse con su salida de los cargos que ocupa
actualmente. Su comportamiento es mucho más grave. Tanto que está tipificado en
los artículos 178.1 y 2 del Código Penal —les ruego que se lo lean—. Por ello
debe comparecer ante la justicia y responder por sus actos. Y porque, además,
la única manera de que en España se empiece a tomar en serio este tipo de actitudes,
que no son tan minoritarias como muchos pueden creer, es que haya una sentencia
ejemplar, por la repercusión mediática que esta pueda tener como aviso a
navegantes. Si nuestra relación con las mujeres no empieza por respetar su
derecho a decidir sobre su propia intimidad e integridad moral y física, nunca
seremos una sociedad que nos podamos mirar a la cara sin avergonzarnos. Y si
bien la educación es fundamental para ello, crear una mentalidad social que
construya una aceptación de la igualdad como algo natural es básico, y para
ello la aplicación de la justicia es un revulsivo que puede hacernos
reflexionar como comunidad y como individuos.
El
machismo sonrojante de Luis Rubiales ha tenido la capacidad de unir a la
sociedad española en su condena unánime. Incluso a la clase política, salvo VOX
y el clamoroso silencio de las diferentes Iglesias que pueblan el país, se ha
posicionado sin fisuras, algo raro en España, en contra de lo sucedido. Aunque
no se entiende muy bien, que dirigentes del Partido Popular hayan intentado
desgastar al gobierno con este asunto, con unas declaraciones similares a las
de la extrema derecha, fuera de tono y poco edificantes. Es el momento, por
tanto, de dar un paso al frente y empezar a modificar y cambiar la manera de afrontar
la desigualdad de género. No sólo se trata de un “Me too” que denuncie las
agresiones sexuales. Se trata de cambiar los comportamientos sexistas en las
empresas, en las universidades, en los colegios, en las familias, en el
deporte, en la política, en las relaciones entre hombres y mujeres, etc. También
en la aceptación por parte de los hombres de que nosotros somos parte del
problema, pero también de la solución. En definitiva, aprovechar lo sucedido,
para despertar conciencias individuales, con el fin de alcanzar esa igualdad
tan trabajada, que nos hará más libres, más justos y más felices.
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