No
van a parar. La única política que tiene el Partido Popular desde que perdieron
el poder nacional es volver a ocuparlo, cueste lo que cueste. No importa el
daño que puedan hacer al país, al Estado, a los ciudadanos o a la patria que
tanto cacarean; esos son daños colaterales, y son asumibles para ellos, siempre
que el fin justifique los medios. Ya lo hicieron con el presidente Zapatero, al
que vapulearon sin misericordia hasta la saciedad. Lo han estado haciendo con
el gobierno actual, al que no han dejado de insultar y tachar de ilegítimo,
como si hubiese llegado al poder a través de amañar las elecciones, lo que no
es ni más ni menos que cuestionar la democracia española. Esto de poner en
solfa la democracia es algo que suele hacer la extrema derecha mundial, siempre
que ellos no ganan las elecciones; lo llamativo es que en España la derecha del
Partido Popular, que pensábamos demócrata, se haya apuntado a este mantra
fascistoide que recorre las democracias occidentales. Claro, que volviendo al
principio, todo vale si es por alcanzar la Moncloa.
Vivimos
en uno de los países del entorno occidental más ricos en diversidad cultural,
gastronómica, climática, paisajística, lingüística, política y geográfica. La
verdadera esencia de lo que somos es, precisamente, esa diversidad, que no ha
sido óbice para que haya una idea común de España, que se puede traducir en
mayor o menor sentimiento de pertenencia a un proyecto de país con raíces
históricas comunes y un presente de país moderno y tolerante. Lo que no está
tan claro es el futuro, dado el empeño de alguno en desdibujarlo si ellos no
son los que lo pilotan.
Uno
acaba cansándose de tanta amenaza de ruptura de España. De tanta desintegración
nacional, que sólo imaginan las mentes calenturientas de la extrema derecha, a
las que únicamente les sirve aquello de España como una unidad de destino en lo
universal, centrípeta y defensora de una moral religiosa casposa e
intransigente, que se puede resumir en “a Dios rogando y con el mazo dando”. Es
tanto el abuso y apropiación de la patria, que acaba causando hartazgo. Todos
rompen España menos ellos; todos somos malos españoles, menos ellos, que se
creen en la potestad de dar carnets de españolidad, convirtiendo así a una gran
parte de los ciudadanos del país en apátridas, sólo porque entendemos que
España es otra muy diferente a la que su mente ultranacionalista concibe.
Después
está el Partido Popular, a quien realmente todo este discurso de ruptura de
España sólo les importa como argumento para alcanzar el poder. ¿Alguien se cree
que el Partido Popular no convertiría a Puigdemont de villano a héroe nacional
(con amnistía incluida), si este asegurara la investidura de Núñez Feijoo?
Aznar, que ahora clama por la insurrección cuasi golpista contra el gobierno
legítimo, se rindió, cuando creía que esto le iba a beneficiar, a los pies de
ETA o habló catalán repentinamente cuando necesitaba a los nacionalistas para
su investidura. De Rajoy solo hay que remitirse a la portada de ABC del 19 de
octubre de 2017, para ver hasta qué punto llega la hipocresía del Partido
Popular en este asunto de la ruptura de España.
No
nos engañemos. En España la derecha es más nacionalista que democrática, y eso
significa que el futuro que nos esperaría si gobernara sería de mucha bandera,
mucho beneficio para el bolsillo de los ricos y Santiago y cierra España contra
el infiel que no abrace sus ideas y acate sus políticas. Nada que no sepamos.
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