Resulta
complicado plantear algunos temas que se saltan la valla moralista impuesta por
el principio de lo políticamente correcto. Un concepto que esconde el ansia de
dominación del poder, ya sea político, religioso o económico. Y el lenguaje es
uno de los instrumentos desde donde mayor coacción se puede ejercer sobre lo
que no se ajusta al pensamiento oficial.
¿Se
han parado a pensar cuál es el papel que el imaginario colectivo de una parte
importante de la sociedad otorga a la sexualidad de las mujeres? Puede parecer
un poco absurdo plantear esta pregunta en el siglo XXI, donde en apariencia, se
vive una gran libertad sexual. Pero mientras en ese imaginario colectivo los
hombres follan, y cuanto más lo hagan, más campeones son, las mujeres solo hacen
el amor. Y estos son dos conceptos que etiquetan tan severamente la manera en
que unos y otras pueden vivir su sexualidad, que acaban actuando como un sutil
hilo que teje el papel que la sociedad termina otorgando a hombres y mujeres.
Por supuesto, esto es una generalización, que está sujeta a muchas excepciones;
afortunadamente, cada vez más.
En
el ideario machista, no es lo mismo follar, que hacer el amor. Tras la palabra
follar, esconden una manera de ser, de entender la sexualidad como un reto que
acaba colmando la masculinidad de muchos hombres. Cuanto más lo hacen, más
admirados son. Y además, no sufren el estigma social que supone que una mujer
se comporte como una campeona del sexo. Porque, entonces, el juicio de la
sociedad solo se dirigirá en una dirección: Si la mujer deja de hacer el amor, algo
que tiene mucho que ver con una sexualidad enfocada a la procreación, y empieza
a follar, pasa a ser un putón. Como ven el lenguaje puede ser un instrumento de
dominación preciso y efectivo.
Guarda
mucha relación lo de que las mujeres solo deben hacer el amor, con la idea del
aborto que tiene el conservadurismo político y religioso. Porque no nos
engañemos. El mensaje de defensa de la vida, al que tanto apelan, es una gran
farsa. Si defendieran la vida estarían manifestándose contra las guerras, la
pobreza, la miseria, el hambre y la desigualdad que generan esos cuatro jinetes
de la apocalipsis. Lo que ellos y ellas señalan con el dedo acusador es el
derecho de las mujeres a vivir una sexualidad plena, incluso a follar cuando les
dé la gana. Por eso, las posiciones antiabortistas tienen que ver más con un castigo a la mujer
que se ha atrevido a infringir la corrección política y moral de sus ideas
machistas, que entre otras consideraciones, no dejan de ser posturas de
dominación.
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