Por todos
es ya sabido que la sociedad actual ha sucumbido al cinismo más despiadado
orquestado desde las élites del poder, para hacernos creer que son dogmas de fe
lo que a ellos les conviene para preservar sus situación de privilegio. No es
que en otras épocas no hayan hecho lo mismo -siempre el poder de los
privilegiados, desde la Revolución Francesa, se asocia a la derecha, por estar
situados en ese ámbito de los asientos cuando votaron en contra del fin de la monarquía
absoluta-, es que en la actualidad los medios de control y engaño son tan
poderosos, que no les hace falta el empleo de la fuerza, casi nunca, para colarnos
mensajes clasistas, que dibujan una falsa realidad, en la que los privilegiados
son magníficos y, por eso, pertenecen a ese grupo residente en el Olimpo, y el
resto somos una caterva de tuercebotas ignorantes que solo podemos aspirar a
servirles y estar agradecidos por las migajas que nos dan.
Por
eso, cuando gobiernan, y cuando no también, ya se encargan de que el sistema
educativo sea lo más elitista posible, marcando así la diferencia entre ellos y
los demás, a quienes solamente dejan la opción de ser mano de obra lo más
barata posible, de ahí sus reformas laborales que cada vez recortan más derechos
a los trabajadores/as, sin posibilidades de ascenso social.
Y
para ello se inventan ese término tan cargado de intencionalidad política, como
es la cultura del esfuerzo. No tenemos derecho a mejorar nuestra
existencia porque somos vagos pedigüeños, acostumbrados a la sopa boba, que
solo nos gusta vivir del cuento como sanguijuelas del trabajo ajeno; es decir,
de su esfuerzo por ser y seguir siendo millonarios o aspirantes a serlo.
En
la soflama de la cultura del esfuerzo, que tanto le gusta sacar a pasear a la derecha
política y mediática, hay una intencionalidad política clara de eliminación del
estado de bienestar, entendiendo este como un sistema de distribución de la
riqueza, a la que todos aportamos algo. No es baladí que sonados caraduras que
han conseguido todo en la vida gracias a sus familias o por haberse arrimado al
poder de la derecha como voceros de sus intereses, saquen, de vez en cuando a
pasear, la acusación de que no tenemos cultura del esfuerzo y, por tanto derecho
a una vida mejor.
Y
para ello, por si acaso no somos unos vagos y nos esforzamos en tener una vida
y un mundo mejor, porque saben muy bien que esto va de clases sociales y que
mantener sus privilegios tiene que quitárselos a otros, ya se encargan, no solo
de convencernos (lo triste es que muchos se lo creen), sino de poner todas las
trabas posibles para que no podamos subirnos a ese ascensor social que supone
la educación, unos derechos laborales dignos y el estado de bienestar en su
conjunto.
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