domingo, 18 de abril de 2021

Madrid al borde del abismo

 


En esta sociedad distópica que se está configurando como fin de la pandemia, las ideologías no tienen cabida, por lo menos todas menos una: la que está imponiendo su credo gracias al control de una sociedad cada vez más anestesiada, que ha cambiado su rol de ciudadanos con derechos por el de consumidores abducidos por la necesidad de poseer y gastar al son que marcan las grandes corporaciones empresariales, apoyadas en gobiernos que, siento decirlo, se han convertido en títeres de los intereses de estas.

En una distopía, lo primero que se piensa es erradicar las ideologías, porque de esta manera nadie cuestionará el poder, las desigualdades, la pobreza, la destrucción del medio ambiente y el abismo que se abre entre una minoría de ricos y el resto de la sociedad. Ya lo apuntó Francis Fukuyama en 1992, cuando se desmoronó el comunismo soviético y, según él, la única alternativa que quedaba era la democracia liberal capitalista, obviando todo el abanico de ideologías que resurgían, después de haber estado silenciadas por el enfrentamiento capitalismo/comunismo que marcó la guerra fría desde del fin de la Segunda Guerra  Mundial.

Este simplismo de reducir el pensamiento político a dos ideologías no es inocuo, está en la raíz del pensamiento neoliberal impuesto en el mundo desde finales de los años 70, cuando líderes políticos de la derecha más conservadora irrumpieron, principalmente , en el mundo anglosajón, personalizados en Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Una doctrina política, que nos ha llevado al capitalismo salvaje que se impone en la actualidad, eliminando por el camino, no solo el comunismo, sino también el estado de bienestar, los sindicatos, el asociacionismo civil político y todo aquello que se pusiera por delante de la desregulación de las normas y leyes, para poder acumular riqueza y hacernos creer, gracias a unos medios de comunicación cada vez más controlados por el dinero y los poseedores de este, que todo está acabado y que la única redención de la humanidad es entregarse al neoliberalismo salvaje sin cuestionarse otra cosa que no sea como consumir más, cobrar menos y endeudarse hasta la esclavitud financiera.

Este escenario, que es el que vamos a heredar en la salida de la pandemia, tiene todavía grandes debilidades, a pesar de intentar colarnos como irremediables a personajes como Donald Trump o Isabel Díaz Ayuso, y toda la cohorte de negacionista de todo lo que no sea el triunfo, sin piedad, del autoritarismo, el capitalismo salvaje y la reducción de la sociedad a peones de brega de los intereses del poder capitalista actual. Ahí están, en sus diferentes modalidades, vestidos de búfalo o con traje y corbata o conjuntos de Chanel, el  nuevo fascismo, que sigue siendo tan viejo como el ya conocido, en el llamado mundo occidental.

Pero es cierto que las ideologías contrarias a este fascismo de guante blanco, que utiliza la democracia para el triunfo de sus intereses, siguen estando ahí y se van abriendo camino en la sociedad, asomando la cabeza de vez en cuando e imponiéndose en territorios donde las ideologías no han muerto del todo. Aunque, sin embargo, no están exentas de caer en la desgana política, que tanto beneficia al poder neoliberal.

Decía más arriba, que reside en la destrucción del estado del bienestar el principio ejecutor más nítido del avance del liberalismo fascistoide, que trata de imponerse en el camino hacia la sociedad distópica. Pero hay todavía, afortunadamente, mecanismos pacíficos y democráticos que pueden impedir ese avance. Se ha revertido la situación en EEUU, cuando la movilización de la ciudadanía ha conseguido frenar el ascenso desbocado del fascismo trumpista, y lo puede conseguir Madrid, haciendo que la imagen de ese totalitarismo a lo Donald Trump que representa Isabel Díaz Ayuso, no se abra camino en las próximas elecciones.

No tiene sentido que la comunidad autónoma más rica de España tenga todo los indicadores sociales bajo mínimos, desde un punto de vista democrático y de bienestar, y vaya a triunfar en las próximas elecciones una candidata que solo ha sabido hacer bien una cosa: gobernar para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Una Comunidad que tiene los peores niveles de gasto público, de desigualdad, de contaminación, de pérdida de libertad (entendida esta como la capacidad de decidir sin que la situación vital esté encadenada a la subsistencia). Que durante años se ha dedicado a desmantelar los servicios públicos: sanidad, educación, dependencia, atención a mayores, etc., todo en beneficio de la privatización de lo público. Y a mayores de la mano de la extrema derecha, ya sea bien fagocitándola o bien pactando con ella. Por no hablar de la desastrosa gestión de la pandemia, que está dejando un reguero de muertos y afectados por el camino.

Isabel Diaz Ayuso representa lo más parecido al hombre de los cuernos de búfalo que asaltó el Capitolio en Estados Unidos. Y no está sola. Detrás de ella o empujándole a ella, está el poder más ideologizado que ha existido en España en los últimos años. Un poder que ha encontrado en el simplismo de la candidata del Partido Popular la horma para imponer sus intereses sobre todos los madrileños y, si es posible, preparare el asalto al gobierno del Estado, que perdieron ahítos de corromper al partido que durante años se dedicó en cuerpo y alma a desmantelar el estado de bienestar en España.

No tendría sentido, si el mal de la desideologización en Madrid ya no fuera reversible y los que más tienen que perder se hagan el harakiri en estas elecciones. Pero todo es posible cuando nos empeñamos en creer que Fukuyama tenía razón, aunque no hayamos oído hablar de él en la vida. Ahora más que nunca los madrileños pueden elegir entre distopía o democracia que les lleve, nos lleve, pasito a pasito hacia la utopía, pasando por una mejora, más tangible, de sus condiciones de vida, simplemente distribuyendo mejor la riqueza.       

      

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España huele a podrido.

El único resumen que se me ocurre para despedir el año, es que la sociedad española está podrida, y cada vez, en su podredumbre, huele peor....