lunes, 26 de abril de 2021

Lo que Chernobyl nos enseñó y parece que no hemos aprendido.

 


Hace unos meses vi por fin la serie Chernobyl y hoy, que se cumplen 35 años de aquella catástrofe medioambiental provocada por un régimen totalitario al que solo le importaba avanzar hacia la nada, sin medir los costes humanos, sociales o medioambientales, me he acordado de ella.

 Porque en Chernobyl se conjugaron todos estos costes, que pagó una sociedad abducida por  un poder sustentado sobre los cimientos del miedo y la mentira. El sinsentido de creer, porque no existía en la sociedad soviética del momento otra posibilidad, los dictados del poder, hasta el convencimiento de que no era posible que los dirigentes que todo lo controlaban, fueran capaces de equivocarse hasta llegar a ser cómplices de la muerte de muchos que creían ciegamente en ellos.

La serie Chernobyl nos plantea una reflexión, no sobre la potencial peligrosidad de la energía nuclear, algo que cualquier espectador ya conoce, sino sobre la capacidad de resiliencia que tenemos los humanos para zafarnos mentalmente de un poder que controla nuestra vida en todos sus aspectos, mediante la ocultación de nuestras emociones, nuestros sentimientos y la verdad ineludible que marca saber que las cosas no tienen por que ser así.

Es en ese mirar hacia otro lado de la población donde se sostiene el poder autoritario, creando una falsa imagen de la realidad, muy alejada de lo que sucede realmente a nuestro alrededor. Un poder al que en la actualidad ya no le hace falta usar de manera indiscriminada la represión, porque es capaz de someternos, gracias a mensajes torticeros que solo tienen la intención de alagar nuestros oídos y de mentiras construidas metódicamente como si nuestra vida fuera un algoritmo que se puede manipular cuando lo deseen.

Lo más triste, es que cuando ya la Unión Soviética es solo materia de estudio en los libros de historia, un totalitarismo de seda y astucia se ha instalado en nuestra sociedad, cuando creíamos que estábamos vacunados contra él, no por una razón de componente ideológico, sino porque hemos decidido vivir con la cabeza metida en un agujero, para que nada perturbe nuestra autocomplacencia de sociedad acomodada. Y es que, al final, George Orwell y Ray Bradbury tenían razón cuando nos advirtieron en sus obras distópicas: 1984 y Fahrenheit 451, que el totalitarismo solo tiene una cara, que a veces lleva la careta del comunismo totalitario y a veces la del fascismo, pero siempre es la misma cosa, se llame como se llame.  

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