miércoles, 25 de noviembre de 2020

Cuando la violencia de género atraviesa la historia

 


En 1619, Francisca de Pedraza, madre de dos hijos, ama de casa y casada con Jerónimo de Jaras, presento una denuncia por malos tratos ante la justicia civil en Alcalá de Henares. Por supuesto no la hicieron caso. De nada sirvieron los siete años de palizas y humillaciones de su marido, incluso hasta llegar a provocarla un aborto por una paliza en la calle.  Pero Francisca no se amilanó, a pesar de las presiones del cura de su parroquia y de saber que todo estaba en su contra. Vivía en una sociedad donde la mujer era un simple apéndice del hombre, sin ningún tipo de derechos, ni siquiera consideración hacia la violencia que su marido estaba ejerciendo ante ella. Nada nuevo que no sepamos y vivan muchas mujeres hoy.

Así en 1620 presentó denuncia ante la justicia eclesiástica donde consigue que a su marido se le pida que sea bueno con su mujer (sic), algo que como pueden ustedes imaginarse al marido no le hizo mella. Pero Francisca era una mujer inasequible al desaliento, ente otras cosas porque su vida pendía del hilo de la próxima paliza de su marido o de que la justicia la hiciera caso. Consigue una entrevista con el nuncio del Papa y este le autoriza a que pueda presentar su caso ante la jurisdicción que ella considere.

De esta forma el caso de malos tratos que su marido ejercía sobre ella llega a la Audiencia Escolástica de la Universidad de Alcalá de Henares, que en 1624 dicta sentencia, firmada por el rector Álvaro de Ayala: prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza…por sí ni por sus parientes ni por otra interpósita persona”. La sentencia de divorcio estuvo acompañada por una orden de alejamiento y la devolución de la dote. Francisca de Pedraza no solo obtuvo justicia, sino que pudo vivir la vida en paz hasta su muerte.

Esta historia, verídica, tiene muchos mimbres que llegan hasta la actualidad. Francisca de Pedraza tuvo mucha suerte, que era lo único que podía tener en el siglo XVII: el apoyo de familiares y amigos; la empatía de un personaje muy poderoso, que le permitió seguir adelante con su caso, pero que podía haberle cerrado el camino; y el sentido de la justicia de un presidente de tribunal honesto y ecuánime.

Hoy acabar con la violencia de género no podemos fiarla a la suerte, sino a la justicia de una sociedad que aspira a ser igualitaria, a pesar de los intentos por minimizarla de muchos, demasiados todavía. Francisca de Pedraza nos enseña una cosa: que su fuerza interior era muy superior a su miedo y luchó hasta el final con determinación. Pero en la actualidad eso solo  no debería bastar, ni siquiera unas leyes igualitarias. La violencia de género tiene unas raíces muy profundas, que no son fáciles de cortar, tanto, que cuando leemos el caso de Francisca de Pedraza nos parece que fue ayer… u hoy.

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