Cuando
uno es amante de los libros, entrar en una librería es como poner el pie en un
templo sagrado. Es una sensación difícil de explicar; quizá lo entiendan los amantes
del fútbol, si un día entraran en el vestuario de su equipo favorito y
estuvieran allí todos sus ídolos balompedistas. Andar, rebuscar, pasear entre
los anaqueles cargados de libros, coger uno y hojearlo aspirando el olor a
papel sin ollar todavía por mano homo sapiens alguna, y esa emoción de estar sumergido
alrededor de todo lo bueno que la raza humana ha imaginado, pensado y transmitido
en forma de palabras y letras.
Sin
embargo, las nuevas formas de vender están convirtiendo las librerías en
supermercados gobernadas por grandes corporaciones empresariales, que diseñan librerías
igual que pueden diseñar un local de venta de comidas o ropa, por poner un
ejemplo. No digo que no tengan amor a los libros, nada más lejos de mi
intención, sino que han convertido las librerías en tiendas de ventas de libros,
funcionales, frías y anodinas. Atrás han quedado esas librerías donde el
cliente nunca deja de ser lector, una pieza más en ese engranaje literario que crea
una simbiosis maravillosa entre escritor, lector, librero y editor. Librerías
en las que entrabas y te sentías como en casa. Cercanas en trato y
asesoramiento. En donde podías tener una conversación con el librero o la
librera, sabiendo que no solo pretenden vender, sino entablar una conversación
que al final va a acabar en que salgas de la librería satisfecho, no porque te
llevas un libro, sino porque te vas con la sensación de pertenecer a un mundo
sin el cual seguiríamos siendo homínidos.
Afortunadamente,
no todo está perdido. Con el tesón de las hormiguitas, todavía hay libreros que
se ganan tu confianza porque son tan amantes de los libros como tú; librerías
que no han sucumbido a la estandarización y cumplen una función social; que son
coquetas y alejadas de diseños anodinos tan en boga; conectadas con la cultura
del barrio donde están ubicadas y convertidas en centros de encuentro social e
intensa actividad literaria. Lugares donde apetece estar entre libros y pasar
un rato.
Pero
también, estas librerías tienen que subsistir, y solo lo pueden hacer si las
convertimos en nuestra referencia para comprar libros; si las visitamos y
salimos con un ejemplar de tu escritor favorito entre las manos, o de una
escritora que desconocías y te llevas su última obra porque te fías de las
recomendaciones del librero o la librera.
Hay
un espacio para todos: para las grandes librerías comerciales y para las pequeñas,
que además de vender, son lugares confortables de encuentro con los libros. No
las dejemos a la intemperie del mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario