Me resulta aburrido hablar
siempre de lo mismo, cada vez que la extrema derecha crece en los diferentes
países de la UE. Ahora, a cuenta de las elecciones italianas, asistimos a un
torrente de aspavientos ideológicos y opiniones tertulianas de todo tipo, que
no hacen más que crear confusión. Principalmente, porque son muy pocos los que
están llamando por su nombre a este fenómeno político en ascenso, que está
haciendo que Europa regrese a épocas que todos creímos pasadas, tratando de
ocultar que esta nueva ola política es un resurgir del fascismo en su versión
de siglo XXI, que está por ver si dista mucho de la del siglo XX.
No son pocos los opinadores y
articulistas que están colaborando, intencionadamente o no, en el blanqueamiento lingüístico y mediático
del fascismo. Lo llaman extrema derecha, como si este apelativo no fuera un
eufemismo para no nombrar a la bicha de tres cabezas. Y yo me pregunto si
alguien puede explicar qué diferencia hay entre la extrema derecha y el
fascismo, porque por mucho que lo intente no consigo verla; es como aquella
frase que aparecía en uno de los discos de ”Viva el rollo” del Mariscal Romero:
“Yo me la he bebío toa y no menterao de na”.
El fascismo, con toda su carga
ideológica, está aquí, campeando a sus anchas, sin que nadie parezca querer
detener su avance. Y luego nos extrañamos de que en Italia, que ya tuvo su
buena ración de Mussolini en el siglo pasado, hayan ganado los nuevos fascistas, acompañados de una derecha
desdibujada, que no ha tenido ningún pudor en pactar con ellos, si de seguir
arañando poder se trata. Nada que no sepamos
en España y en un número creciente de países de Europa.
Sin embargo, la causa más grave, de la que quizá
se haya hablado también estos días en los medios, es la falta de compromiso de
las instituciones democráticas europeas con el bienestar de los ciudadanos. Unas
instituciones, tan prisioneras de ese capitalismo salvaje que todo lo fía a los
mercados y los beneficios de las grandes empresas, antes llamadas multinacionales,
que están siendo incapaz de poner freno a la desigualdad creciente, a la
pobreza vergonzante y al abismo que se abre, cada vez más grande entre ricos y
pobres, con una clase media menguante.
Podemos buscarle los tres pies al
gato por lo sucedido en Italia y, previsiblemente, en otros importantes países de
la UE, donde grandes sectores de la población, que antaño votaban izquierdas,
se han pasado al bando que les promete lo que no les va a dar, con un discurso
fácil y populista, que se sustenta en decir lo que tu oyente quiere escuchar,
pero que les hace creer que hay esperanza en un futuro mejor (vamos, nada que no
sepamos del fascismo).
La democracia si no es capaz de
distribuir la riqueza que genera entre la sociedad, no sirve para nada (lo podemos
constatar si miramos alguna vez a la historia reciente de Europa y España), es
un trapo inútil, que acaba por ser repudiado por la gente. Porque si la sociedad,
en su conjunto, ve como se empobrece, mientras otros, los menos, cada vez son
más ricos, y nadie hace nada por remediarlo, los otros valores de la democracia,
como la igualdad, la libertad, la tolerancia, la fraternidad y el ecologismo,
son papel mojado. No sirven para nada.
Porque la gente, si no tiene para llegar a fin de mes, para pagar las facturas
más básicas, para dar una buena educación a sus hijos y tener una sanidad
pública que no sea un salto de obstáculos; si no puede acceder a una vivienda
digna y el futuro es un concepto exclusivo de las películas de ciencia ficción,
abrazará el fascismo, si este le promete acabar con todo eso, aunque sea mentira
(no hay un país en el que el fascismo haya mejorado la vida de la gente). Y si además,
les llena la cabeza de pájaros envueltos en banderas, patrias, xenofobia y nacionalismo,
que solo tienen como objetivo demonizar a los otros como culpables de sus problemas,
el cóctel está servido. Y no olvidemos que Hitler llegó al poder tras ganar
unas elecciones.
O se da un giro radical en la política
europea, retomando el estado de bienestar que se ha venido liquidando en los
últimos años, al abrazar a derecha e izquierda postulados neoliberales o una
época de negrura se acabara extendiendo por todo el continente. Eso sí, los
ricos, seguirán siendo ricos.
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