Ha llegado el momento de hacer
balance del año, y casi hasta da miedo, pero yo no lo voy a hacer. Bastante he
escrito ya a lo largo de los meses de pandemia, de enero y febrero ya no nos
acordamos de nada, en la batería de reflexiones con las que he machacado
durante meses a quién las haya querido leer.
No voy a hablar de lo pasado; demasiados y
nunca pocos balances se están haciendo en estos días. Prefiero hablar de lo que
está por venir, de todo lo que se otea en el horizonte y, en muchos casos, va a
depender de nosotros que pueda suceder. No es que quiera hacer futurología,
para eso ya están los nigromantes y los carlosjesús de turno, es simplemente
tratar de ver el año que empieza con cierto optimismo, sobre todo para todos
aquellos que han perdido a algún familiar, o han padecido la enfermedad; para
todo los que han sufrido daños colaterales en su salud por culpa del
coronavirus; los sanitarios y demás trabajadores que han estado y están siempre
en la primera línea del riesgo; para quienes han perdido su trabajo y los que
hayan pasado a engrosar las estadísticas de la desigualdad y la pobreza. Y por
último para todos los demás, porque el año 2021 si no lo encaramos con
optimismo será terrible desde el punto de vista de la salud mental y colectiva,
y no hay nada peor que una sociedad deprimida y, por tanto, incapaz de asumir
los retos que tiene por delante.
Es posible que el año no sea todo
lo “normalizado” que nos gustaría: todavía la mascarilla seguirá empañándonos
las gafas, la inmunidad colectiva de la vacuna tardará en tener efecto
inmunológico en la población y la economía seguirá en la UCI durante unos
meses, hasta que volvamos a recobrar la confianza y el empleo se empiece a recuperar.
Todo eso irá pasando, y nosotros debemos estar convencidos de que pasará. Basta
ya de agoreros que nos anuncian el apocalipsis día sí y día no. De milenaristas
que ven el fin del mundo en cada esquina.
La humanidad vive en constante
riesgo provocado por la naturaleza: los virus están ahí desde que la Tierra
empezó a albergar vida; hay catástrofes naturales brutales como terremotos,
huracanes, erupciones volcánicas, tsunamis, diluvios, etc., y eso no nos ha
impedido avanzar y hacerles frente en la medida de nuestras posibilidades.
Seguirán estando entre nosotros al acecho, y con ellos nos hemos acostumbrado a
vivir.
Pero hay otros riesgos en los que
sí podemos actuar, porque han sido provocados por nosotros, desde el cambio
climático y todas sus secuelas de destrucción de vidas, haciendas y
construcciones humanas; la pobreza secular, que en los últimos tiempos vuelve a
niveles que ya creíamos olvidados; la contaminación, que mata a cientos de
miles de personas en el mundo todos los años; las guerras, uno de los inventos
de la humanidad más bárbaros que han existido jamás; las migraciones y toda la
carga de dolor y desarraigo que arrastran en quienes las sufren; y un etcétera demasiado extenso. En todo ello,
podemos intervenir nosotros, y después de una crisis mundial como la actual,
deberíamos ponernos a pensar cómo nos gustaría que fuera el futuro. Nada de
ambiciones revolucionarias que solo conducen a la miseria de la postrevolución,
más bien cambios que nos hagan mejorar lo que ya sabemos que está mal.
Es el momento, después de una
pandemia que casi ha reseteado el mundo, sobre todo el occidental, de
reflexionar y pasar a la acción, porque en nuestras manos está reiniciar la
sociedad para que sea más justa, más segura, más divertida y más sana. Pero
para ello hay que ser optimistas, confiar en nuestras posibilidades y no
sucumbir al pesimismo atávico al que los poderes de siempre nos han inoculado. Esa
es su arma para volver a la casilla de partida de un mundo del que solo ellos
obtienen beneficios.
Está en nuestras manos acabar en
una sociedad distópica o en una sociedad eutópica para todos y todas. 2021 puede ser el principio de ese cambio de
rumbo personal y social del que tanto hemos hablado durante la pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario