Permisividad. Esta es la única
palabra que se me ocurre para definir el poco interés que ponemos los españoles
ante la lista de morosos fiscales. Después de su publicación la semana pasada y
ya olvidada, deberíamos estar todos tirándonos de los pelos, como un acto de contrición al caernos del caballo,
al igual que San Pablo, entonces Pablo de Tarso, se dio cuenta de que era un
pecador sin rumbo espiritual, porque quizá nos hemos equivocado de chorizos encarcelados.
A lo mejor están dentro muchos de los que deberían estar fuera y fuera muchos
de los que deberían estar dentro.
Ya
sé que esto suena fuerte, pero cuando uno ve la lista de defraudadores fiscales
y la cantidad de lo defraudado, es decir robado sin más adjetivos, tiene que
dudar de nuestro sistema penitenciario, que ha llenado las cárceles de carteristas
de clase baja, cuando los que nos han robado cientos de miles o millones de
euros están fuera, probablemente disfrutando este verano del sol, la playa y la
buena cerveza.
Me
pregunto: ¿Si en España se considera delito fiscal el fraude superior a 120.000
€, que ya es tener la mano ancha para este tipo de delitos, cómo es posible que
todos estos señores y señoras estén en la calle? Vale que tengan artificio
para no pagar lo que nos roban, pero que
no pasen por el chabolo una temporada es poco edificante.
Me
aterra pensar que somos tan permisivos con el fraude fiscal, porque dentro de
cada uno de nosotros hay un pequeño gran ladrón de guante blanco, que en el
fondo, si pudiéramos haríamos lo mismo.
Y claro, considerarnos a nosotros mismos unos chorizos, que estamos
dispuestos a robar a nuestro vecino en cuanto podamos, es difícil de
creer. Aunque parece que nuestro vecino
no da síntomas de que le importe mucho, total, con el poco sentimiento de
colectividad que tenemos en España (parece que cada uno de nosotros llevara un
ácrata metido dentro), robar al fisco no es atentar contra lo mío, contra esa
palabra tan de moda actualmente: mi propiedad.
Llevamos
años de sufrimiento por los recortes del estado del bienestar, con despidos
masivos, con salarios de hambre, con ocho millones de españoles en situación de
pobreza. Todo ello impuesto por los mismos gobiernos que han consentido el
asalto masivo a la hacienda pública por quienes nos despiden, nos bajan los
salarios, reducen prestaciones sociales y empobrecen a la mayoría de la
sociedad. Los mismos que nos hablan de patria, de responsabilidad para salir de
la crisis; que exigen a los gobiernos
mano dura con quienes se atreven a protestar o presionan para que partidos de
izquierda no puedan entrar en gobiernos, no fuera a ser que se acabe la barra
libre del latrocinio. Pensemos todo lo que se puede hacer con los 14.000
millones de euros, que según Hacienda han defraudado estos patriotas de lengua afilada
y dedos finos. Eso sin tener en cuenta todo lo que ya se ha defraudad y por la
magia de las leyes prescrito.
Quizá,
si dejáramos de pensar en qué es lo que haríamos nosotros si pudiéramos, y nos
preocupáramos de lo que nunca se debería hacer, otro gallo cantaría, y más de
uno se lo pensaría dos veces antes de empezar a robar al fisco. De esta forma
evitaríamos que fuera cierta la frase que pronunció el economista J.M. Keynes
en su día: “Evitar los impuestos es el único esfuerzo intelectual que tiene
recompensa”.
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