lunes, 13 de marzo de 2017

Sólo son mujeres

                                                                                                  Foto. Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 10 de marzo de 2017
Cada año celebramos el 8 de marzo como una fecha reivindicativa de los derechos de las mujeres en igualdad con los hombres, y cada año se repiten las mismas palabras, los mismos gestos y las mismas indignaciones. Es como si el tiempo se hubiera detenido y todo siguiera igual año tras año: violencia machista, brecha salarial, desigualdad profesional… etc. Todo un rosario de afrentas hacia las mujeres que la sociedad está consintiendo, quizá porque los hombres seguimos teniendo el sentido de posesión muy activo, lo que convierte a las mujeres en un objeto sobre el que se tiene la propiedad de decidir qué hacer con él; no debemos olvidar que el mundo sigue estando gobernando por hombres o, en algún caso, por mujeres que se comportan como hombres, y las leyes son y están hechas para y por los hombres.
                Nos escandalizamos por cada atentado violento que sufre una mujer, y sin embargo no hay un clamor social para que la violencia de género tenga la misma calificación jurídica y social, que el terrorismo. O cuando un diputado polaco lanza exabruptos contra las mujeres dignos del siglo XIX, y sin embargo, ante unos calificativos que deberían haber hecho levantarse a todas sus señorías dejando con la palabra en la boca al energúmeno que estaba hablando,  nadie abandona el hemiciclo y los medios de comunicación van prestos a que sus ideas cavernícolas queden bien amplificadas por todo el continente. Nos escandalizamos, hasta que cada acto denigrante que se ejerce contra las mujeres vuelve a caer en el olvido, quizá porque vivimos en una sociedad tan cortoplacista que nuestra vida se ha convertido en una amnesia permanente de todo lo que haya pasado un minuto antes, o quizá porque, en el fondo, seguimos bebiendo tragos de ese machismo que nos han inoculado desde el poder, porque, no nos engañemos, en nuestra sociedad el poder sólo se mantiene si es machista en el sentido amplio de la palabra, es decir, si puede someter a su dominio, violencia incluida, a la mayor parte de población posible, teniendo las mujeres el doble sometimiento de la transversalidad a todas las clases sociales. Miramos cada acto de desigualdad, sintiéndolo como algo ajeno. A fin de cuentas, sólo son mujeres, por eso en el último barómetro del CIS, el problema de la violencia machista sólo le preocupa al 1,6% de los españoles.
                Tratamos de buscar soluciones a corto plazo de un problema que tiene su origen en el mismo principio de nuestra civilización, que se fundamentó,  no me cabe la menor duda, en la fuerza que les daba a los hombres ser lo cazadores, y por tanto, los que llevaban el alimento a la tribu (no hemos cambiado mucho, como pueden ustedes ver). Sin embargo, más allá de las necesarias medidas urgentes que la sociedad debe acometer para acabar con los casos más graves de machismo y violencia, el problema sólo se puede resolver a largo plazo, mediante la educación que sistemáticamente se nos ha hurtado a las generaciones actuales. Una educación en igualdad que hiciera que hombres y mujeres, en un futuro, estuvieran en el mismo plano de consideración mutua, legal y social. Yo sé que esto es revolucionario, por ello los grupos más conservadores de la sociedad, que tristemente suelen ir unidos a cualquiera de las religiones que se profesan en el mundo, no cejan en su empeño para que desaparezcan de los programas escolares asignaturas que eduquen a niños y niñas en igualdad. Además, si el poder abre la mano para que una de las mayores injusticias desaparezca gracias a la educación, quién le asegura que no va a ocurrir otro tanto con las demás desigualdades que se ocupan de mantener.

                Podemos protestar por grandes iniquidades o graves sucesos, es necesario hacerlo, pues la sociedad civil se alimenta, entre otras cosas, por ser la vigilante de los desmanes del poder. Sin embargo, nos encontramos ante un desafuero compartido, bidireccional entre el poder y nosotros. Hay muchos comportamientos que pasan desapercibidos; demasiados actos de dominio y sumisión entre hombres y mujeres; pequeños micromachismos en lo que sí podemos incidir, liquidar, romper esa dinámica de miles de años que nos sitúa a los hombres por encima de las mujeres, sin que muchas veces seamos conscientes de ello. Está bien que discutamos sobre el machismo con mayúscula en el lenguaje, en el mundo laboral, en la cultura, en el deporte, en todas y cada una de las actividades que desarrollamos diariamente, pero si nosotros no cambiamos en nuestro comportamiento cotidiano; si no exigimos, por ejemplo, que la Real Academia de la Lengua acabe con definiciones denigrantes para la mujer, pero que están ahí, porque el lenguaje se ha construido desde la visión que los hombres y el poder tienen de la sociedad , como la de sexo débil: “conjunto de mujeres”; o que a una mujer no se la despida porque no lleva tacones al trabajo o va sin pintar. Si no conseguimos esto, seguiremos celebrando cada año el 8 de marzo, con las mismas reivindicaciones, porque la igualdad se ha parado en el tiempo o está en claro retroceso. 

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