lunes, 29 de abril de 2024

Bullying político

 


Pasados ya los días de tensión nacional e internacional y de incertidumbre expectante que hemos tenido en España y quizá en parte del mundo, por una situación que nunca debería haberse producido si la política no se hubiera convertido en un lodazal por obra y gracia de quienes entienden la democracia sólo cuando les beneficia a ellos, me gustaría detenerme en un asunto, que no tiene nada que ver con las horas y horas de tertulias, afectos y desafectos, en la mayoría de los casos muy alejados de la reflexión que este país debería estar haciendo sobre en qué asunto maléfico se ha convertido la discordancia política, de la que debe y tiene que nutrirse una democracia.

Me refiero a ese tufo hombruno que ha aparecido en las declaraciones de algunos políticos, tertulianos y demás actores de una tragedia, que si no es griega, no le anda muy lejos. Estos tics machirulos que afloran sin pedir permiso y, posiblemente, sin que muchos de los/las interlocutores sean conscientes de ellos, por lo menos en el momento de soltarlos.

Exabruptos como el de “un dirigente político tiene que venir llorado de casa” (sólo ha faltado decir y “con todo hecho” o “llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”) y las acusaciones de debilidad impropias de un dirigente que debe conducir el país con mano firme, entre otras, son un reflejo del largo camino que todavía falta por recorrer en la sociedad española y en una clase política que no acaba de distinguir las churras de las merinas, y que cuando menos se lo espera le sale de dentro su espíritu machista como la cosa más natural del mundo. Porque la erradicación del machismo no se hace sólo con grandes declaraciones y leyes grandilocuentes, no por ello menos necesarias, en favor de las mujeres. No. Es en los comportamientos diarios, en las pequeñas intervenciones, en pensar lo que se va a decir en un momento dado, en educar en la igualdad, para que cuando alguien quiera parecer estupendo en un discurso atropellado o en el fragor de una discusión, no afloren los micromachismos, por la sencilla razón de que no existen.

El otro asunto que me ha llamado la atención es la poca empatía que han mostrado muchos con la salud mental. Las acusaciones de comportamiento caprichoso; de tacticismo electoral; de actitud impropia de un dirigente político, como si estos tuvieran que ser héroes inasequibles al desaliento; el señalamiento por abandono de sus funciones, llevando al país a una situación de ingobernabilidad (esto después de llevar meses escuchando que el gobierno no gobierna); en definitiva, la intolerancia hacia quienes en un momento dado se pueden hundir emocionalmente, acusándoles de débiles e incapaces, dice mucho de la poca aceptación que tiene la salud mental en nuestra sociedad, tratándola como si fuera una cosa de trastornados o pusilánimes que no son capaces de afrontar las adversidades de la vida. Otra vez nos perdemos en postureos inútiles de bienquedas o, simplemente, es que a muchos esto sólo les importa para reafirmarse en sus ideas excluyentes de todo lo que ellos no consideran “normal”,

Al final, siempre, por algún sitio sale la verdadera esencia de nuestra naturaleza, y con el parón presidencial pidiendo tiempo para asimilar y reflexionar sobre una situación mentalmente muy difícil, muchos han demostrado que su mentalidad está anclada en el pasado, quizá porque este les resultaba más sencillo y fácil de controlar, y su alma se asemeja más a un estanque de piedras, que aun ente incorpóreo.            

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