Hoy
hace 18 años que aconteció uno de los atentados más graves y terribles que ha
padecido este país y Europa. Convendría recordarlo para que las víctimas no
caigan en el olvido. Entonces el terrorismo islámico era la obsesión de
occidente, porque estaba golpeando con dureza a las sociedades que no entraban
en los valores y la moralidad de una interpretación terrible del islam. Las consecuencias
de aquello y de todos los atentaos que hubo antes y vinieron después, nos
hicieron forjar una visión muy torticera de la que era el islam y la forma de
vida de los musulmanes, alentando discursos xenófobos que, ya sabemos, una de
las consecuencias que han tenido es el crecimiento de la extrema derecha en
toda Europa. Una nuevo fascismo que está teniendo su sublimación en la guerra
de Ucrania y la amenaza al resto del continente por parte del hombre que nos
está haciendo recordar, con temor, los delirios de otro hombre hace ochenta
años, que sumió a los europeos en otra guerra de sangre y fuego, para colmar
sus delirios de grandeza.
Dieciocho
años después del 11-M volvemos a tener miedo, pero esta vez mucho más real,
porque el poder del nuevo tirano es inmensamente más grande y mortífero; un
tirano ruso, al igual que el nazi, dispuesto a saltarse todas las convenciones
internacionales. Solo el fortalecimiento de la democracia y sus órganos
políticos y de seguridad, pueden hacer que vuelva a reinar la cordura en un
mundo demasiado inclinado a la torpeza de los extremismos, que acaban
justificando el comportamiento de dictadores en nombre de no se sabe muy bien
qué pureza ideológica.
No
podía haber equidistancia posible cuando los atentados del 11-M nos partieron
el alma, ni la puede haber ahora, cuando un tirano está masacrando a un pueblo
indefenso, con el único fin de expedir su poder geográficamente.
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