A nadie que
haya ido leyendo mis comentarios en los últimos tiempos, se le escapa que siempre
he estado en contra de que se encarcelara a los líderes del procés, no porque
sea yo un independentista catalán en ciernes, sino porque me pareció un despropósito que
se metiera a gente en la cárcel acusándolos de delitos de sedición, rebelión,
etc., que en España parecen más propios de una dictadura que de una democracia.
Por eso, solo puedo aplaudir que
a ambos lados del Ebro se empiece a imponer la cordura política y se avance en
la finalización de un conflicto que ha tenido como actores principales a todos
aquellos que les venía bien alimentarlo, para estar vivos en política o para
ocultar sus deficiencias como gobernantes.
Los indultos son necesarios por
varias razones: por la normalización de las relaciones entre el gobierno central
y el catalán; por simple y pura justicia democrática y porque un país no puede
vivir de espaldas a la realidad territorial que alberga, nos guste o no nos
guste esta. En democracia todo se puede pactar y acordar si hay voluntad para
ello. Incluso los que ahora piden mano dura contra el nacionalismo catalán,
desde el nacionalismo español, se llenaban de dignidad cuando ETA mataba sin
descanso y con desatino en sus postulados nacionalistas, clamando que sin
violencia todo cabe en democracia. Parece que ahora eso no vale; quizá porque
no se ajusta a sus intenciones de una España
única y universal en su libertad castiza.
Ese nacionalismo español tan
justiciero, de Santiago y cierra España, alter ego del nacionalismo independentista
catalán de cuanto peor mejor, parece que afortunadamente se está quedando solo,
perdido en la inmensidad de la plaza de Colón, como rompeolas de todas las
Españas ajenas a la periferia y su otro modo de ver lo que debe ser un país
incluyente de todos sus territorios. No solo el Congreso, mayoritariamente, se
ha mostrado partidario de los indultos y la nueva vía de entendimiento que se
abre entre el gobierno central y el catalán. También los sindicatos, los
empresarios, una gran parte de la sociedad civil y muchos demócratas que ponen
por delante de la bandera y el himno nacional, el bien de la nación, el respeto
a la pluralidad territorial, y el bienestar de los españoles, por encima de todo.
Se quedan solos en su defensa
airada del nacionalismo rancio español, testamentario del franquismo y, si
vamos más lejos en la historia, heredero de los Decretos de Nueva Planta que impuso
la dinastía de los Borbones en España, generando un conflicto que hoy, todavía,
no se ha resuelto. Quizá porque necesitan tapar con esa cortina de humo sus
corrupciones, la apropiación del aparato del Estado para proteger sus intereses,
el olvido de una gran parte de los españoles a los que han abocado a la pobreza
debido a sus políticas de desigualdad y protección de los ricos, o aparecer
como importantes cuando la sociedad española ya los ha condenado al olvido.
Bienvenidos los indultos, porque
son un ejemplo de concordia democrática y pueden ayudar a superar ese
nacionalismo en nombre de la unidad de la patria, que tanto daño está haciendo
a España. En cuanto a las consecuencias para el independentismo catalán, nadie
lo ha explicado mejor que la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana,
Elisenda Paluzie: “Los indultos si llegan no serán un éxito. De hecho, serían
una decisión política inteligente del gobierno español contra el
independentismo. No sólo porque quedan fuera los exiliados y los 3.000
represaliados sino porque políticamente nos desarman e internacionalmente son
nefastos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario