Angela Merkel deja el poder, y el
establishment europeo y sobre todo el español, se embarca en un lavado de imagen
de la cancillera alemana, porque en definitiva, esta ha representado como nadie
las políticas economicistas neoliberales que imperan en la Unión Europea. Erigida
en la líder de la derecha continental, ha sabido moverse muy bien entre dos
aguas contradictorias, que se resumían en apretar el cinturón a todos los comunitarios
que no fueran alemanes, con el aplauso de partidos como el Partido Popular de
Rajoy, a los que venía muy bien seguir el dictado de lo que indicaba Merkel,
para aplicar los recortes necesarios en su deriva hacia la eliminación del
estado de bienestar en España. Sin embargo, por otro lado, en su país esa
austeridad que nos exigía a los demás no se trasladaba a los alemanes a los que
aseguraba un nivel de vida envidiable en muchos países europeos, a pesar de las
grandes desigualdades regionales que no ha sido capaz de limar y la creación de
los minijobs, esos contratos exentos de cotización a la Seguridad Social,
puestos en marcha para aliviar la precariedad salarial de importantes sectores
de la población, como jóvenes, pensionistas, mujeres e inmigrantes, que al
final han conducido a una fragmentación del mercado laboral, al convertirse en
un modo habitual de contratación a tiempo parcial, eliminando contratos fijos
bien regulados por ley.
Pero todo eso ahora no importa.
Merkel tiene que pasar a la historia como la gran estadista que controló Europa
en momentos difíciles, aunque este control fuese a costa de sus trabajadores. Si
bien es cierto, que en su haber hay que poner la determinación política de
aislar a la extrema derecha del poder, algo que salvo en países como España, se
viene produciendo en muchos países de la UE. Eso y la política de inmigración,
que en los últimos años dio un giro, enfrentándola a una sociedad fuertemente
xenófoba y a miembros de su propio espectro político. Aunque en este aspecto
habría que valorar cuáles son las necesidades de mano de obra barata inmigrante
que necesita Alemania. Esas serían dos de las luces en su favor, una potente y
la otra mortecina. En cuanto al europeísmo, tengo mis dudas, ya que este siempre
se ha movido anteponiendo los intereses de Alemania sobre el resto.
Por todo ello y más que en este artículo
no cabe, la ausencia de líderes europeos de talla continental, convencidos de los
valores de la Unión, han hecho de Merkel
el tuerto en el país de los ciegos, útil para la derecha, que está construyendo
en ella un relato neoliberal imposible de sustituir en el seno de la UE. Sin
embargo, uno que ya tiene los años suficientes como para haber visto pasar a
varios cancilleres en Alemania, tiene que decir que no ha sido ni la mejor ni
la más europeísta ni la más defensora de la igualdad y el bienestar ciudadano.
Cualquiera de estos cuatro que voy a citar fueron mejores que ella para su país
y para el proyecto europeo: Willy Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl y Gerard Schröder.
Pero entonces, había una Europa que todavía creía en los valores de la democracia
social y el estado de bienestar.
En conclusión: Angela Merkel ha
cumplido el papel que el neoliberalismo internacional había asignado para ella,
frenando en muchas ocasiones la integración europea, desvirtuando el estado de
bienestar en su país, reduciéndolo en todos los lugares donde ha podido y orillando
el grave problema medioambiental que padece el planeta, en defensa de los
intereses económicos del gran capital alemán. Es la canciller de la austeridad económica,
que tanto daño ha hecho, sobre todo a los españoles, y es así cómo debería
pasar a la historia, para que no se vuelvan a repetir los mismos errores.
Aunque eso es harto complicado si el establishment neoliberal europeo y sus
medios de comunicación se han puesto manos a la obra para lavar su imagen y presentarla
como la gran estadista de los últimos años en Europa.
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