Las
fake news, los bulos, las noticias falsas, no son un fenómeno actual orquestado
para desestabilizar gobiernos, desprestigiar ideologías, destruir personas o
aupar autócratas, reyes o gobernantes al poder. Siempre han existido y se han
utilizado profusamente a lo largo de la historia. El problema al que nos
enfrentamos actualmente es que la redes sociales difunden a la velocidad de la
luz esos bulos y encuentran un altavoz que se puede escuchar en el mundo
entero, para solaz de descreídos, fanáticos, ignorantes y negacionistas de todo
pelo, que haberlos los ha habido siempre.
Cuando
hablo de bulos en la historia no me estoy refiriendo, solamente, a la
falsificación de los acontecimientos que desde diferentes ámbitos del poder, ya
se económico, político, social o cultural se han hecho para ofrecernos una
visión del pasado que encajara con los intereses de esos grupos de poder. Por
ejemplo, uno de los bulos más extendidos por el nacionalismo español y a la
sazón por todos aquellos que se benefician de él, es el de que los Reyes
Católicos fueron los que unificaron España como una nación. Nada más falso,
pero este es un asunto que trataremos otro día. Aunque como anticipo hay que
decir que ningún rey en la península Ibérica, desde la Edad Media hasta que
llegaron los borbones, tuvo como título ser rey de España. El propio Felipe II
era, entre otros títulos, rey de Castilla (con todos sus territorios, incluidas
las Indias), Aragón, Flandes, Franco-Condado, Nápoles, Sicilia, Milanesado,
Portugal, etc., etc., etc. Como bien escribe Manuel Tuñón de Lara en su
Historia de España, en el volumen V: «La España de los Austrias, lo mismo que
la de los Reyes Católicos, no tiene unidad política. Es un conjunto de
territorios (reinos, condados, principados señoríos…), que conservan su
fisonomía propia (sus instituciones, leyes, régimen fiscal, moneda, aduanas,
lengua…) y sólo tienen una característica común: la de ser gobernados por el
mismo soberano». Sin embargo si usted entra en internet o lee libros poco
rigurosos en este aspecto, aparecerá como Rey de España. Este es un ejemplo de
cómo la historiografía ha ido amoldando la historia para justificar o ensalzar,
falsamente, la grandeza nacionalista o la de las élites que la sustentan.
Sin embargo, los bulos también
existieron en la época, para conseguir fines no siempre honestos, pero que
tuvieron un impacto relevante en la historia. Hablemos de cómo se hizo con la
corona Isabel I, hija de Juan II y hermana de Felipe IV, todos ellos de
Castilla. No me voy a referir a las turbulencias palaciegas y las guerras
civiles en las que estuvo sumida Castilla hasta que Isabel alcanzó el trono. Ni
me referiré a los derechos dinásticos, que según algunos historiadores,
pertenecían a Juana, hija de Enrique IV, denominada “La Beltraneja”. El gran
bulo se armó en el origen de todo este conflicto, cuando una parte de la
nobleza se posicionó en contra del rey, Enrique IV, y en favor, porque así
convenía a sus intereses, de los hermanos de padre: Alfonso, primero y, muerto
este, Isabel.
Una parte importante de la
nobleza castellana nunca aceptó su pérdida de influencia ante Enrique IV, que
lo consideraban un rey pusilánime, incapaz de defender sus intereses y
privilegios, sobre todo, después de que éste hubiera nombrado como valido a Beltrán
de la Cueva, un hombre de baja nobleza, que entró de paje en la corte y alcanzó
las más altas cotas de poder en el reinado. Además, Enrique IV fue un rey
tranquilo, poco dado a las hazañas bélicas que tanto gustaban a la nobleza,
culto, sensible y más aficionado a las artes que a la espada. Con estas
mimbres, sus enemigos optaron por la vía del descrédito, para quitarse de en
medio, por una lado a Beltrán de la Cueva y por otro, obligar al rey a tener
que pactar con ellos el gobierno de Castilla, recuperando su posición en la
Corte.
Cómo en aquella época, hablamos
de mediados del siglo XV, el rey era un ser intocable y hacía impensable un
ataque directo contra su persona, se inventaron el bulo que tuvo como resultado
el ascenso al trono de Isabel I. Y atacaron por donde más daño podían hacer y
más se extendería el chisme entre la población, tan dada, en todos los tiempos,
a creerse lo que les resulta más fácil de entender. Enrique IV no tuvo
descendencia con su primera esposa Blanca de Navarra; se le acusó de ser
impotente, presa de un maleficio. En 1451 el obispo de Segovia, Luis Vázquez de
Acuña, decretó nulo el matrimonio al no haber tenido descendencia. Sobre el
asunto de la impotencia del rey, hubo prostitutas que declararon que de
impotente nada, aunque eso nunca sabremos si es verdad. Pero la semilla del mal
ya estaba sembrada y la supuesta impotencia del rey, por maleficio o no, fue el
detonante del gran bulo posterior.
Enrique IV se casó en segundas
nupcias con Juana de Portugal, en mayo de 1455, mujer con la que siempre había
deseado casarse y no con Blanca de Navarra, a la que nunca quiso y detestaba,
según algunos cronistas. Unos años después, en 1462, nació su hija Juana, lo
que vino muy bien a la nobleza contraria al rey, para difundir el bulo a cerca
de que si Enrique IV era impotente, no podía tener descendencia, por lo que
Juana no era su hija, sino de Beltrán de la Cueva y Juana de Portugal. El bulo
de la impotencia del rey y la bastardía de su hija Juana, se propagó en favor
de los intereses de la nobleza que era partidaria de traspasar los derechos de
la corona a Alfonso, un adolescente maleable y asustadizo, hermano paterno de
Enrique y materno de Isabel.
Aunque Juana fue nombrada
Princesa de Asturias, la nobleza enemiga de su padre no aceptó sus derechos y
en claro golpe contra la monarquía montó la farsa de Ávila, donde se nombró rey
de Castilla a Alfonso en 1465, provocando un conflicto sucesorio de gran
magnitud, que derivó en un enfrentamiento a campo abierto entre la corona y la
nobleza, teniendo como máximo exponente la batalla de Olmedo en 1467, que más
allá de las discrepancias sobre quien la ganó, eso va según los bandos, lo que
nos hace sospechar que no la ganó nadie, dejó las espadas en alto. Pero en 1468
muere Alfonso y Enrique consigue recuperar el trono, dando paso a una guerra
civil que enfrentó a los partidarios de Juana, ya llamada “La Beltraneja” e
Isabel, hermana de Alfonso, que reclamó los derechos dinásticos tras morir su
hermano.
Está claro que esa guerra civil
entre la nobleza castellana la ganó Isabel I, pero eso es otro asunto. Lo que
nos interesa aquí es que la urdimbre de un bulo orquestado y propagado por la
nobleza, contra los derechos sucesorios del rey legítimo, para recuperar un
poder en la Corte que había perdido, tuvo como consecuencia el ascenso al trono
de una reina, que si no hubiera sido beneficiada por el bulo y quienes lo
difundieron, es posible, que jamás hubiera llegado al trono, cambiando, ¿quién
sabe cómo?, la historia de España.
Y de bulo en bulo, tiro porque
me toca y la extrema derecha vuelve a estar en el poder en algunas de las
naciones más poderosas del mundo. Razón tenía Mark Twain cuando dijo que la
historia no se repite, pero rima.
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