Planisferio de Cantino. Principios del Siglo XVI
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enemos los españoles una
tendencia excesiva a minusvalorar, cuando no menospreciar, aquellos
acontecimientos que cualquier otra sociedad los elevaría al altar de las
glorias nacionales. Esas que forjan una identidad colectiva, cuando han sido lo
suficiente importante como para estar grabada a fuego en la historia, universal
o local. Somos un pueblo despreocupado de nuestro destino y marcado por una
envidia enfermiza hacia todo lo que destaca por encima de nuestra capacidad
para entender la relevancia que tiene. Sin embargo, ensalzamos sobremanera
acontecimientos que no son como creemos, normalmente inducidos por intereses
ajenos a la historia, construyendo un imaginario falso de nuestro pasado y, por
tanto, de lo que somos. Por eso, los intentos de situar a personajes (vivos o
muertos) y acontecimientos en un contexto que trate de poner, negro sobre
blanco, el valor de lo singular, lo sublime y la capacidad de hacer grandes
gestas, o haber dado al mundo a excelsos hombres y mujeres, siempre serán una
corriente de inteligencia, para conseguir alcanzar ese equilibrio tan caro a
nuestra idiosincrasia entre la negación y la exaltación. Seríamos una sociedad
que se aceptaría más así mismo, sin necesidad de tener que esperar a que el
mundo nos diga que hemos hecho algo
bueno.
Ahora parece que
estamos empezando a reconocer la gran importancia de una de las proezas
marítimas más atrevidas, fascinantes e importantes que se han producido en la
historia de la humanidad. Algo que para otra sociedad sería motivo de orgullo,
y que para la española pasa tan inadvertida que prácticamente la desconocemos.
Me refiero a la primera vuelta al mundo que una pequeña flota de barcos
consiguió dar, de la que ahora conmemoramos 500 años. Una vuelta imposible, en
su momento, porque la cartografía de la época, más allá de la Amazonía hacia el
este, simplemente no existía. Fue como navegar a ciegas por un planeta perdido
en las tinieblas del desconocimiento.
El 20 de septiembre
de 1519, parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda una expedición comercial de
cinco barcos, capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes. La
expedición, financiada por la monarquía de los Austrias (Carlos I no hace mucho
que ha sido proclamado rey por las Cortes de la Corona de Castilla y las de la
Corona de Aragón), tiene como objetivo encontrar una ruta directa hacia el
oriente de las especias, y en ese sentido, el éxito de la expedición fue
absoluto. Acabó siendo sumamente rentable para las finanzas de la
monarquía; la Nao Victoria, única que
sobrevivió a la dureza de la expedición, trajo en sus bodegas un cargamento de
600 quintales de especias (60.000 kg.): clavo, nuez moscada, canela… (hay que
tener en cuenta que un saco de canela sería más o menos el sueldo de toda una
vida), que supuso un beneficio exagerado
por el astronómico precio que tenían las especias en la época, consideradas
como un producto de lujo.
Esa primera vuelta al
mundo, pasó por muchas vicisitudes. Escribió Antonio Pigafetta, cronista de la
aventura que consiguió sobrevivir a la dureza de la travesía: “Durante tres
meses y veinte días, no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcochos
a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera, porque era polvo mezclado con
gusanos y lo que quedaba apestaba a orines y ratas”. Solo llegó una nave, la
Nao Victoria, al mando del guipuzcoano de la villa de Guetaria Juan Sebastián
Elcano, el 6 de septiembre de 1522, a la bahía de Sanlúcar, con 18 tripulantes
a bordo, de los 239 tripulantes que partieron tres años antes. La proeza, quizá
involuntaria de dar la vuelta al mundo, revolucionó la cartografía del planeta,
que la tierra era redonda estaba ya bastante asumido por la sociedad, y
abrió nuevas oportunidades para el
cultivo de las especias en occidente y rutas que marcaron el futuro de la
navegación hacia oriente. Aunque, no pudieron encontrar esa vía marítima a
directa entre Europa ay las Indias, sin tener que vadear el Estrecho de
Magallanes el sur de África o el Cabo de Buena Esperanza en el cuerno meridional
de América del Sur.
Fue una expedición difícil
por la bravura de mares desconocidos; tensa por la desconfianza habida entre
marineros portugueses y españoles; angustiosa porque varias veces perdieron el
rumbo en la mar océana; y lúgubre porque la muerte hizo estragos en la
tripulación. Incluso, después de arribar a tierra muchos no alcanzaron el favor
de su hazaña (les correspondía una parte de los 600 quintales de especia que
trajeron en la nave; el propio Juan Sebastián Elcano, no solo es silenciado por
Pigafetta en su crónica: Relación del primer viaje en torno al globo,
porque el cronista, incondicional de Magallanes, consideraba que todo el éxito
de la travesía se debía al portugués, sin tener en cuenta que la decisión de
dar toda la vuelta al mundo, al optar por regresar a través del Índico y
arribar con éxito a Sanlúcar, es de Elcano. Incluso, los 500 ducados anuales
que el rey le concedió y escudo de armas con el lema «Primus circundedisti me»,
por la burocracia de la corona nunca llegó a disfrutarlos, al morir en el Pacífico
en 1526, durante la Segunda Expedición a las Islas Molucas.
La vuelta al mundo de
Magallanes y Elcano, marcó un hito en la historia universal, que no solo supuso
la creación de nuevas rutas comerciales y un impulso al comercio global,
creando mecanismos de financiación público privados; fue una gesta que marcó un
nuevo tiempo en la cosmografía que se tenía del planeta; el inicio de la conciencia
de que el mundo era un gran territorio global que necesitaba una nueva forma de
relacionarse con él.
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