miércoles, 20 de noviembre de 2024

7.291

 


Escribía San Agustín, allá por el siglo V: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; parece grande pero no está sano”. Al leer esta cita no puedo dejar de pensar en Isabel Díaz Ayuso y su comportamiento habitual frente a todo lo que no le agrada, pero sobre todo, en ese ejercicio de soberbia y desprecio que tiene contra las víctimas del COVID 19 en las residencias de mayores. No puede soportar que las 7.291 personas muertas por falta de atención médica decretada por el gobierno que preside y los famosos protocolos de la muerte, la señalen con el dedo acusador por su falta de empatía ante unas personas que, posiblemente, se habrían salvado de morir, si no todas, muchas de ellas, si hubieran recibido la atención médica adecuada, bien en los hospitales, bien en las residencias, si estas hubieran sido medicalizadas, como se debería haber hecho de no haber estado gobernando en Madrid la peor persona que podía estar haciéndolo.

“Si total se iban a morir igual, mejor que se quedaran donde estaban”, vino a decir en su entrevista de El Mundo el 10 de mayo de 2020. A partir de ahí todo ha ido a peor en su desfachatez cada vez que ha tenido que exculparse de su comportamiento, potencialmente homicida. Porque la Sra. Ayuso no es capaz de dar una explicación lógica y humanitaria sobre por qué dejó morir a miles de ancianos en unas residencias que dependían de ella y su gobierno. Y entonces, aflora la soberbia de quien se cree por encima del resto de los mortales. De quien se siente respaldada por los tribunales madrileños -decenas de demandas son sistemáticamente desestimadas por una justicia que en Madrid está al servicio de la presidenta de la Comunidad, tal como podemos observar cada vez que entra en un juzgado algo contra ella, sea de la índole que sea-. Soberbia de quien tiene que ocultar que la muerte de 7.291 personas no es sólo imputable a la fatalidad del coronavirus. ¿Cuántas de las que murieron en las residencias se podrían haber salvado si se las hubiera atendido?

Según el informe de la Comisión Ciudadana de la Verdad se podrían haber salvado alrededor de 4.600 fallecidos, entre otras cosas porque no es cierto que en los hospitales no hubiera camas. Otro informe, del que fuera Director de Coordinación Sociosanitaria de Díaz Ayuso, dice que estaban ocupadas 44.000 camas de las 52.000 disponibles. Pero la presidenta madrileña prefirió destinar los recursos que tenía a la propaganda y la construcción de un hospital que nadie reclamaba, el Isabel Zendal, pero que le posibilitó muchas fotos manchadas de sangre.

Isabel Díaz Ayuso, en una huida hacia adelante para tapar sus miserias como gobernanta y como persona, para no reconocer que se equivocó teniendo que asumir su responsabilidad en aquellas muertes, está muy nerviosa, porque no consigue deshacerse de una pesadilla que la persigue allá donde vaya. De la falta de empatía y el disimulo, ha pasado al insulto macarra, propio de una navajera de la política; al desprecio zafio de quienes le recuerdan cada día, que 7.291 muertes no se pueden ocultar bajo las alfombras corrompidas de su despacho en la Puerta del Sol. Es tan soberbia que, al final, acabará culpando los familiares de las víctimas de la muerte de sus parientes, por el motivo que se le pase por la cabeza a ella o al Rasputín de su asesor —ya ha tenido la caradura de reclamar 1.000 € a muchos familiares que perdieron a sus mayores durante la pandemia en las residencias-. Pero como bien expresa el refranero: “A cada cerdo le llega su San Martín”, y ella, antes o después, se tendrá que enfrentar a la infamia de sus actos y a la soberbia que la define como persona y acabará haciéndola prescindible como política.             

domingo, 17 de noviembre de 2024

Todos somos migrantes

 



Escribía Baltasar Garzón en enero de 2022 lo siguiente en su blog: “Nada une más que tener un enemigo común”. Esta aseveración es una certeza que nadie pone en cuestión y si miramos retrospectivamente a lo largo de nuestro pasado, lo que ha cohesionado a los pueblos es el miedo de sentirse amenazados. Sin embargo, habría que distinguir entre una amenaza cierta, a saber: la invasión de un país extranjero, o el propio cambio climático que está a punto de mudar nuestras vidas; y las amenazas construidas falsamente, en donde se tiene que crear ese enemigo común para servir intereses de clase, ideológicos, económicos o religiosos. La historia, desgraciadamente, ha transitado a veces con consecuencias nefastas, mucho más en torno a la amenaza construida sobre mentiras muy bien elaboradas y propagadas, -de todos es sabido que una mentira si se repite suficientemente acaba convirtiéndose en una verdad”, como apuntó Joseph Goebbels en sus 11 Principios de la Propaganda Nazi-, que por enemigos externos que sí suponían una amenaza real.

La historia de la humanidad es una sucesión de migraciones. Desde que apareció Lucy, como primer homínido del que tenemos constancia, que vivió hace más de tres millones de años, la rueda de las migraciones no ha parado de girar hasta nuestros días. Todos, sin excepción, somos descendientes de algún inmigrante. Migrantes, que se asientan en un territorio y con el paso del tiempo y generaciones se convierten en nativos, hasta que por determinadas circunstancias, que no ha lugar enumerar aquí, vuelven a ser emigrantes y la rueda nunca deja de dar vueltas.

En el siglo XXI, les toca a todos aquellos que huyen de sus países acosados por el hambre, la guerra, la muerte y la peste, como siempre ha sido. Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis, en definitiva, como causa de que millones de personas tengan que dejar su hogar, su familia, sus amigos, su cultura, su territorio o su forma de vida. Ahora son estos, pero por los mismos motivos emigramos los europeos durante los siglos XIX y XX a América o los españoles durante la segunda mitad del siglo pasado a los países ricos de Europa.

No ha habido una sola migración que no haya sufrido el desprecio, la explotación o la acusación de fomentar la delincuencia, con alguna salvedad, quizá en las emigraciones de españoles a Sudamérica, en donde fueron más o menos bien recibidos, integrándose relativamente pronto en la sociedad, posiblemente por razones de hermandad histórica. No fue así como se recibió a aquellos que desde los años sesenta del siglo pasado tuvieron que emigrar a Centroeuropa, donde el trato fue, en muchos casos, vejatorio, acusándoles de conflictivos, sucios y acosadores de mujeres, igual que ahora se culpa a los inmigrantes que vienen de diferentes latitudes.

El desprecio a los inmigrantes tiene una raíz de clase, que hace a unos ser buenos migrantes y a otros malos. Es una división que se fundamenta en la aceptación, cuando no el buen recibimiento, del migrante rico. En España, incluso, se les ha concedido un visado de oro o carta de residencia inmediata, si compraban una casa de más de 500.000 €. En contraposición, al inmigrante pobre se le ponen todas las trabas administrativas y políticas posibles, para impedir que se asienten en el país o para disuadir que otros vengan. Aunque esas trabas tienen mucho que ver con una parte del mercado laboral que se nutre de mano de obra barata y explotada, que sólo encuentra en una inmigración ilegal, sin derechos y con la Espada de Damocles de la expulsión sobre sus cabezas.

    Volviendo al principio: ¿En qué apartado podríamos incluir el asunto de la inmigración, que según algunos grupos ideológicos es la mayor amenaza que tiene la sociedad española y europea? Ateniéndonos a los datos ofrecidos por las instituciones oficiales, no parece que haya un grave problema con la inmigración, más bien una oportunidad de progreso; además si nos atenemos a los bajísimos índices de natalidad que se están produciendo en las últimas décadas, parece hasta necesaria; en el modelo de sociedad que tenemos la reposición de la población es fundamental para poder asegurar el estado de bienestar de la población.

Es obvio que, quienes están detrás de la demonización de la inmigración no sólo son xenófobos, racistas y supremacistas sino que tienen intereses ideológicos muy definidos y próximos a un nacionalismo posfascista, entendiendo este como la adaptación del fascismo de entreguerras, a los tiempos posmodernos que definen la sociedad democrática actual. Pensamiento que ha calado con fuerza en la extrema derecha, contaminando a la derecha tradicional, ya sea conservadora o liberal, e incluso a una parte de la izquierda. También las políticas de endurecimiento contra la inmigración se sustentan sobre la supervivencia de una cierta clase política, que ahora han encontrado en la demonización de los inmigrantes suficientes argumentos para subsistir en el circo político e incluso avanzar posiciones electorales.

Cabría preguntarse, entonces, si la inmigración es un problema, o este se ha creado artificialmente, siguiendo las pautas marcadas por Joseph Goebbels, para enfrentar a la sociedad española y europea contra un fantasma que sólo existe en la mentalidad de los sectores más retrógrados de la sociedad, en los que la pobreza es el principal motivo de rechazo. Mentalidad que entra en contradicción con la petición de contratar inmigrantes que algunos sectores productivos están reclamando, por la falta de mano de obra.

Somos herederos de Lucy y de las migraciones que salieron de África y poblaron todo el continente, en el caso europeo, para llegar a donde nos encontramos ahora. Y no deberíamos permitir que ese ciclo se rompa, con la invención de enemigos comunes, por intereses que nada tienen que ver con el progreso de los pueblos, que está íntimamente ligado al intercambio de genes, cultura y descubrimientos que entre unos y otros hacen que la humanidad avance.    

 

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

Mazón tenía una tarea sencilla: dimitir. Ni siquiera ha sabido hacer eso.

 


Carlos Mazón sólo tenía que hacer hoy una cosa: dimitir. Lo tenía fácil, simplemente consistía en asumir su irresponsabilidad, sin acritud, y decir que se marchaba. Casi todo el mundo se lo habría agradecido, incluidos muchos barones de su Partido, que deben estar sintiendo mucha vergüenza ajena, y habría dejado a la oposición descolocada, sin discurso preparado de casa. Pero sobre todo, se marcharía como un hombre digno y un político honesto. “Los siento, me equivocado y me voy”.

Sin embargo, no parece que el Molt Honorable President de la Generalitat Valenciana esté a esa altura. Para él, todo el mundo tiene la culpa: su propio consell, el gobierno central, la Aemet por dejar que llueva tanto, la Confederación Hidrográfica del Júcar, quizá también la del Tajo, los paisanos por irresponsables, Pedro Sánchez, cómo no, Teresa Ribera, los gin-tonics posteriores a su misteriosa comida, el tráfico, los alcaldes, el terrorismo islámico y el Papa de Roma. Nada que asumir de por qué dejó que los vecinos de las poblaciones afectadas se ahogaran, en sentido literal y figurativo, mientras él se lo pasaba en grande de comilona (digo esto por lo que duró), jugando al Monopoli con la radio televisión valenciana. Nada que reconocer por la tardanza de la alerta ni por el caos posterior, que a todas luces ha demostrado que él y su gobierno, son incapaces de dirigir un territorio más allá de las declaraciones grandilocuentes, el vamos a hacer y el entender la política como un sarao que se baila en los medios y las redes sociales. Una forma de pensar que sólo podemos interpretar de una manera: no es él quién está al servicio de la gente; es la gente la que está a su servicio.

Y cuando digo que él y su gobierno son un grupete de amiguetes en un party gubernamental no dotados para el buen gobierno, quizá ni siquiera para el malo, lo digo acotándolo a ellos. Porque otras instituciones valencianas no han participado de ese aquelarre de incompetencia del que ha hecho gala el Consell valenciano. El Ayuntamiento de Valencia sí se puso en alerta y a trabajar para minimizar los riesgos en su demarcación municipal; La Diputación de Valencia avisó a su personal de la que se venía encima y suspendió su actividad; la misma Universidad de Valencia suspendió las clases haciendo caso a los avisos; o los Ayuntamientos, dentro de sus posibilidades, tuvieron que alertar a la población cuando vieron que nadie en el Consell decía nada. La pregunta es inevitable: ¿Si otras instituciones dieron la alerta, tomándose en serio lo que decían los expertos, por qué el Consell de la Generalitat y su presidente hicieron caso omiso?

Silencio, dudas, ausencias, mentiras, incompetencia, desorganización, això ho arreglo jo, abandono, negligencia, falta de empatía, soberbia… no le ha faltado de nada al Consell, y sin embargo la culpa es de otros. Parece que Carlos Mazón, entre los muchos vaivenes que ha dado estos días, pasando del agradecimiento al presidente del Gobierno, a señalarle con el dedo acusador, ha optado por alinearse con la estrategia de Núñez Feijoo y su guardia pretoriana, de acoso y derribo al gobierno central, para tratar de salvar los muebles, aunque eso suponga quemar la casa, o mejor dicho: anegar la casa. Esa es la medida filibustera que podemos esperar de Mazón, a ver si echando las culpas a otros, se desvía la atención y él se libra. A no ser que se esté aferrando al sillón del Palau de la Generalitat, junto con algunos de sus consellers, para que cuando empiece el rosario de demandas, que llegará, tengan por lo menos asegurado el aforamiento.

“El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”, decía Pedro Crespo en el Alcalde de Zalamea. Pero Carlos Mazón, con su negativa a dimitir de hoy, más allá de sonrojarnos a muchos valencianos, no parece que tenga ni honor, ni alma y mejor que no tenga Dios, porque purgará sus pecados en el infierno.           

        

     

sábado, 9 de noviembre de 2024

Malos tiempos para la lírica

 


Malos tiempos para la lírica”, es una canción de Golpes Bajos de los años ochenta del siglo pasado y un poema que Bertolt Brech escribió en 1939, en el que expresa su tristeza por el ambiente irrespirable que se vivía en Alemania, gobernada por el Partido Nazi. Me acuerdo de ello, porque hoy son malos tiempos para la lírica y la libertad. La libertad de verdad, no esa que reclama la extrema derecha, embadurnándola de patriotismo, banderas al viento y negación de todo lo que sean avances sociales y ambientales. La libertad, que sólo se puede entender desde una mirada colectiva, porque no hay libertad si no es compartida con los miembros de tu comunidad o de la sociedad. Justo lo contrario de la idea de individualismo egoísta que pregona el nuevo posfascismo ultraliberal, que con la ayuda de poderosos grupos económicos y mediáticos, está echando raíces en el mundo democrático, con el avance de partidos ultraderechistas, plagados de místicos cristianos, anarcoliberales, negacionistas de todo pelo, patriotas de pacotilla y hombrecitos de pelo en pecho y cuernos de búfalo que sienten amenazada su hombría y sus privilegios ante el avance del feminismo. El posfascismo está de enhorabuena con la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU. Una mala noticia para los demócratas, que vemos como las ideas más retrógradas van abriéndose camino en los países que vencieron al fascismo hace ochenta años. Al final va a tener razón Mark Twain, cuando dijo que la historia no se repite pero rima. Porque da un poco de miedo ver cómo estos años, ya entrado el siglo XXI, riman demasiado con lo sucedido en Europa hace un siglo, cuando los movimientos fascistas fueron colonizando las mentes de los europeos y las instituciones democráticas, hasta su desaparición.

En octubre de 1922, Mussolini avanzó sobre Roma para liquidar el gobierno democrático e instauró, con sus camisas negras, una dictadura fascista en Italia, que duró hasta su derrota militar en abril de 1945. Un año después, el general Primo de Rivera daba un golpe de estado en España, con el beneplácito del rey borbón Alfonso XIII, instaurando una dictadura militar que duró, casi, hasta la proclamación de la II República. En 1924, Iósif Stalin, hace de la Unión Soviética una de las dictaduras más sanguinarias habidas en Europa (un fascista que decidió llamarse comunista), que hasta 1953 estuvo, con mano de hierro, al frente de la URSS, y en este caso, perpetuando un sistema político fundamentado en la represión. Adolf Hitler, llegó al poder aupado por el pueblo alemán tras las elecciones celebradas en enero de1933, en una premonición de lo que está sucediendo en la actualidad en las democracias occidentales; todos ustedes saben cómo terminó. Y por último, las dos dictaduras fascistas más longevas de Europa, gobernaron la Península Ibérica: la de Salazar en Portugal y Franco en España, ambas también surgidas en los años treinta del siglo pasado, fueron el último refugio del fascismo europeo durante cuarenta años. Si se fijan todas tienen un denominador común: el espíritu de perpetuarse, roto por derrota militar o muerte del dictador. Algo que debería preocuparnos con el ascenso de las ideas posfascistas, que utilizando los resortes de la democracia, que ellos desprecian, tristemente han resucitado un siglo después, junto a líderes con alma de dictador. Sólo tenemos que fijarnos en los ataques al Capitolio de EEUU, instigados por Donald Trump, o el asalto a las sedes del Congreso brasileño, incitado por Jair Bolsonaro. Por no hablar de los ataques menores de grupos de extrema derecha a las instituciones democráticas, y no tan menores, como el vivido el 2 de noviembre por el rey, el presidente del gobierno y el de la Generalitat Valenciana en Paiporta; algo inédito, hasta ahora, en cualquier democracia.      

Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales de EEUU con una victoria incuestionable, porque no son solos los votos que le han aupado a la presidencia, sino los de millones de electores que se han abstenido, mostrando su indiferencia a quien les gobierne. Unas elecciones que han tenido sobre su cabeza la Espada de Damocles de una insurrección de la extrema derecha. Pero que incuestionablemente ha ganado, y ese triunfo del miedo, el bulo, la mentira, las fake news, las amenazas y la mala educación democrática y política, debería ser objeto de reflexión en todos aquellos, sean de derechas o de izquierdas, que piensan/pensamos en la democracia como el único sistema político que asegura la paz, la convivencia, la tolerancia y el bienestar.

Una reflexión que necesariamente tiene que ir en dos direcciones: la primera, atendiendo a la manera de frenar en la esfera pública la mentira como instrumento de hacer política; no sé si se han dado cuenta de que el ascenso de los partidos posfascistas va parejo a la extensión de las redes sociales. A lo mejor, plantearnos acabar con esa desinformación, que sólo tiene como objetivo socavar la democracia, sería un ejercicio de salud democrática. La libertad de expresión no puede ser un saco roto, donde todo vale, porque, entonces, se acaba convirtiendo en un aquelarre destructivo de la convivencia. 

La segunda, es mucho más compleja, pues hunde sus raíces en el descontento popular de muchas capas de la población , que ven como la democracia no resuelve sus problemas más cotidianos. Y cuando esto pasa, no sirve de nada la razón. “El sueño de la razón produce monstruos”, es un aguafuerte de Goya que podría aludir a que cuando la razón se duerme aparecen los fantasmas de las emociones más irracionales, los sueños oscuros de la sinrazón y el ascenso de los monstruos acechando nuestras vidas. Esto no se produce porque una maldición Divina se vengue de la razón al sentir cuestionada la fe como columna vertebral de una divinidad jerarquizada. Más bien, es producto de la inoperancia de la democracia, cuando es incapaz de distribuir la riqueza, generando desigualdades crueles entre las diferentes clases sociales. Entonces, la extrema derecha, que ya tiene la experiencia de hace un siglo, apela a las emociones como única vía de salvación, generando enemigos ficticios como la inmigración, la igualdad, el cambio climático y toda la retahíla de monstruos que acaban cegando la razón de mucha gente. Si la democracia no es capaz de generar bienestar, igualdad, libertad y solidaridad, es humo y nos conduce a el autoritarismo posfascista.

La victoria de Donald Trump no es sólo un problema para los demócratas de Estados Unidos. Va mucho más allá, porque da alas a la extrema derecha del mundo occidental y a esa fachosfera negacionista y conspiranoica que inunda la redes sociales y los pseudomedios de comunicación. Es un factor desestabilizador de primera magnitud en occidente, entendiendo este concepto como el lugar geográfico donde se ha desarrollado la democracia. Incluso entre los propios partidos de extrema derecha, que si ahora celebran el triunfo de sus ideas, porque están en confrontación contra la democracia, y no hay nada que una más que un enemigo común, no tardarán en enfrentarse entre ellos, cuando su exacerbado nacionalismo se sienta amenazado por otro nacionalismo igual de montaraz.

Más allá de estas consideraciones, están en juego muchos avances que se han ido consiguiendo durante décadas. La lista puede ser interminable, si los defensores de un orden ultraconservador, casi absolutista, en el sentido decimonónico del término, y ultraliberal, en el sentido económico del mismo, que defiende la lógica del dinero por encima de todo, extienden su poder y empiecen como ya está sucediendo en países donde gobiernan, a cercenar derechos. El retroceso en políticas medioambientales, derechos humanos, igualdad de oportunidades, diversidad, derechos laborales, igualdad de género, avances LGTBI, estado de bienestar, etc., es ya un síntoma, por la cobardía de una parte de la derecha que se siente amenazada electoralmente, y no se enfrenta a la extrema derecha; y por la estupidez de una parte mesiánica de la izquierda, que está más pendiente de redimir al mundo de sus pecados, que de solucionar los problemas reales y cotidianos que los ciudadanos tenemos.

Es por ello que son malos tiempos para la lírica, y lo peor, es que una creciente masa de población está entregada a su propia destrucción, abrazando lobos disfrazados de Caperucita y nos va a arrastrar a todos y a todas.                    




domingo, 3 de noviembre de 2024

El pueblo no salva al pueblo



Me cuesta creer que lo sucedido esta mañana en Paiporta, sea sólo producto de la desesperación de sus habitantes, porque la respuesta a las consecuencias de la DANA del martes no ha tenido la celeridad que les hubiera gustado, aun siendo cierto que cuando un grave problema nos afecta, cada minuto que pasa sin que se solucione parece una eternidad. Siempre he creído en el sentido común de las personas, por eso no puedo pensar, que el sentir mayoritario de los vecinos de las localidades afectadas por la mayor catástrofe natural que hemos vivido en España, sea atentar violentamente contra las autoridades, cuando estas van a mostrar su solidaridad con su desgracia.

A lo largo de nuestra vida hemos sido testigos de muchos acontecimientos que han llevado a poblaciones al límite de su resiliencia, por dramáticas o destructivas que hayan sido, pero nunca, hemos visto que esa desesperación se manifestara de forma tan violenta contra quienes son las autoridades del Estado que está poniendo remedio a su situación. Incluso habiendo habido errores, y en este caso los ha habido, y alguno de ellos bastante gordo, como no haber alertado a tiempo a la población del peligro que se cernía sobre sus vidas.

La agresividad que hemos visto hoy contra el rey, el presidente del gobierno y el presidente de la Generalitat Valenciana, excede, con mucho, el legítimo derecho a la protesta, por muy justa que esta sea. Atacar con palos, barro, barras de hierro, piedras e insultos que sobrepasan las mínimas reglas de la educación, la decencia democrática y el decoro ciudadano, no es producto de un enfado, sino, más bien, de una situación de polarización política, de la que algún alto dirigente debería empezar a avergonzarse, que está siendo aprovechada por ese populismo de extrema derecha, que sólo busca el enfrentamiento político, como arma para hacerse un hueco en la sociedad.

Las imágenes que hemos visto en televisión, cargadas de una agresividad impropia de un país democrático, solamente pueden apuntar en una dirección: la de grupos organizados de extrema derecha, con la intención de encender una mecha de insatisfacción y llegar al despropósito que hemos visto hoy. Extrema derecha que viene azuzando, desde hace tiempo, cualquier descontento popular, no contra el gobierno -este sólo es un chivo expiatorio en su propósito-, sino contra el propio sistema democrático del país. Afortunadamente, sus métodos son conocidos, a poco que rasquemos en la historia.

¿Qué habría sucedido si una de esas piedras hubieran impactado, letalmente, en el rey, la reina o alguno de los presidentes de España y Valencia que les acompañaban? ¿Alguien se imagina el escenario político que se habría abierto? Posiblemente no. Ni ellos ni los medios que no han tardado en seguir echando leña al fuego de la intolerancia antidemocrática ni los políticos que, más allá de remangarse y ponerse a trabajar, se apuntan a la división y al “yo acuso”, sin más razones que su supervivencia política. No todo vale, y lo de hoy en Paiporta ha superado todos los límites que una sociedad democrática puede soportar, haciéndonos ver, en directo, que la democracia en España está en peligro.

¿Realmente el Estado ha hecho dejación de sus obligaciones tras la DANA? Cierto que la gestión de las autoridades autonómicas es manifiestamente mejorable, y tendrán que responder por sus errores, siguiendo los cauces democráticos, no en linchamientos populares. Cierto que el gobierno de España, quizá por un celo excesivo a las normas constitucionales de respeto al sistema autonómico y sus competencias, ha podido ser un poco timorato y podría haber llegado más lejos en su intervención. Pero lo que no es cierto, de ninguna manera, es que hayan hecho dejación de sus funciones tras el desastre material y humano del martes. Si no, quién ha mandado estos días a los servicios de emergencia; quién ha enviado a la UME, al ejército, a los bomberos, a la policía, a protección civil, o quién ha implementado las medidas fiscales, económicas y políticas que se están anunciando estos días. Quiénes llevan días tratando de poner orden en un caos de proporciones bíblicas, a pesar de los errores que se puedan estar produciendo, ante el tamaño de la catástrofe y todos los puntos en los que hay que intervenir: localidades devastadas, comunicaciones, infraestructuras, búsqueda de cuerpos, atención a las víctimas, organización de voluntarios, etc., etc., etc.

Este país está sobrepasado de polarización política, por la incapacidad de algunos dirigentes de asumir las reglas democráticas; por unos medios de comunicación echados al monte de la desestabilización del gobierno, sin darse cuenta de que lo que están desestabilizando es el propio sistema constitucional; por una judicatura que ha perdido, hace mucho, la independencia y el buen juicio que se le supone debe tener; y por una extrema derecha que atiza la confrontación, porque están instalados en la mentira, el bulo y la infamia del “cuanto peor mejor”. Una lacra que lo ensucia todo, a pesar de los intentos que gobierno central y autonómico están haciendo por colaborar, más allá de sus posiciones ideológicas, ante esta desgracia.

Por último, la gravísima situación provocada por la DANA de esta semana, sólo se puede solucionar con más Estado y servicios públicos, y menos ocurrencias populistas del tipo “al pueblo sólo lo salva el pueblo”. Les recuerdo que el resultado histórico del pueblo salva al pueblo, siempre ha desembocado en una dictadura, el apellido se lo ponen ustedes, y seguro que aciertan. Y les aseguro, que si esto hubiera sucedido en el contexto de una dictadura, muchos iban a estar demasiado tiempo a pan y cebolla.                    


jueves, 31 de octubre de 2024

La DANA nos ha puesto ante el espejo de nuestra inoperancia

 


Me resulta muy difícil escribir sobre una catástrofe de dimensiones tan grandes como la DANA que ha azotado la provincia de Valencia estos días. De tal magnitud, que los 200 lm2 que han caído hoy en algunas zonas de Castellón, se han quedado en la irrelevancia. Es difícil porque, más allá de la cercanía del territorio, que siempre le hace a uno empatizar más, hablar sin perder la mesura en busca de culpables, se torna en un ejercicio de contención, por esa cultura punitiva que tenemos gran parte de los humanos, que nos obliga a buscar, siempre, a quién cargar con el pecado.

Es evidente que se han cometido errores por parte de algunos dirigentes, pero si tienen que dar cuenta de ellos, ya llegará el momento. Cada cosa tiene su tiempo y ahora lo que toca es trabajar para aliviar la pesadumbre de tantas víctimas, enterrar a los muertos y reconstruir la destrucción material que ha provocado la DANA. No es momento de lanzar dardos por el retraso en el aviso, ni por qué se disolvió la Unidad Valenciana de Emergencias. La vida tiene estas ironías, lo que ayer era una ocurrencia (esto mismo dijeron algunos cuando se creo la UME), hoy habría sido más necesaria que nunca. Tiempo habrá para la crítica y las justificaciones. Pero lo que sí me gustaría que alguien explicara es a qué ha venido a Valencia Núñez Feijoo, porque la sensación que ha dado, no es que haya venido a interesarse por las víctimas, sino más bien para hacerse una foto, dar un mitin contra el gobierno de España (está enfadado porque nadie le avisa) y darse un abrazo, palmadas en la espalda incluidos, con el presidente de la Generalitat, que parecía un abrazo de esos que se dan de compromiso cuando te encuentras un conocido en la calle y no te ha dado tiempo a cruzar a la otra acera. Tanto es así, que se ha visto más empático al presidente Mazón con el Presidente del Gobierno que con el de su Partido.      

Una catástrofe con las dimensiones de esta DANA, que nos puede dar una idea de cómo debió ser el diluvio universal, si es que lo hubo, debería hacernos recapacitar sobre lo insignificantes que somos ante la naturaleza. Pensamos que podemos domeñarla, que podemos doblegarla según nos interesa, y de vez en cuando nos recuerda que somos una especie insignificante para ella. Quizá deberíamos empezar a tomarnos en serio el cambio climático y no tratarlo como a un cuñado molesto, que toda la familia critica. Y cuando digo deberíamos me estoy refiriendo a todos y todas: a los gobiernos, que hablan mucho y dicen poco, y siguen plegados a la industria de los combustibles fósiles; a las instituciones internacionales, que actúan como convidados de piedra en el concierto internacional; a los grupos ecologistas que muchas veces pierden el foco de lo urgente en beneficio de lo importante; a los negacionistas, por ser los grandes imbéciles de la Historia; a los partidos políticos, por estar más pendientes de cómo puede afectarles el cambio climático en las encuestas, que ocupando el papel de verdadero motor que revierta la situación; a los agentes sociales, que en no pocas ocasiones supeditan la lucha contra el cambio climático por razones laborales; y a nosotros mismos, que hacemos tanto caso al cambio climático, como a la posibilidad de vida extraterrestre, es decir, como si no fuera con nosotros.

Las catástrofes naturales lo son por su capacidad de destrucción en bienes y vidas humanas. Si los 600 lm2 que han caído sobre la provincia de Valencia, un territorio muy urbanizado, hubieran caído en medio del océano Atlántico, no habrían tenido ninguna relevancia destructiva. Igual que un terremoto de escala Ritcher 8, en zonas urbanizadas es una desgracia, si se produce en medio del desierto no llegaría, difícilmente, a superar el cero. Es por eso, que la prevención en lo que se refiere a las catástrofes naturales es tan importante. Porque puede salvar muchas vidas y pérdida de bienes materiales, infraestructuras, etc. Creo que con la DANA de Valencia deberíamos empezar a ser conscientes de que el cambio climático es una realidad, que si no la remediamos, va a cambiar nuestra forma de vida radicalmente, en un corto espacio de tiempo, y no sé si estamos preparados para ello, como sociedad y como individuos. Por eso deberíamos exigir a los dirigentes políticos, que se lo tomaran más en serio, no sólo con medidas de gran calado, que son urgentes, sino, también, en un terreno más próximo a nuestra vida.

Con la DANA se está haciendo un esfuerzo enorme por parte de todas las instituciones, pero si ese esfuerzo se hiciera en prevención, poniendo en valor la vida y los bienes de las personas, por encima de los miedos e intereses políticos o económicos, se habría evitado que el diluvio universal caído sobre Valencia y otras zonas de España, se convirtiera en un drama humano difícilmente asimilable.                       

martes, 29 de octubre de 2024

El silencio de quienes ahora hablan demasiado

 


La cacería por el caso Errejón está en marcha; parece que se ha abierto la veda y algunos tratan de rascar donde se pueda, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, a ver si debilitamos al adversario político o se ajustan cuentas. Pero lo cierto, es que ni la derecha pueda dar lecciones de lucha contra le violencia sexual ni la izquierda de la izquierda está exenta de mirar para otro lado. Si no, Podemos, que ahora está agitando el avispero contra Sumar y el PSOE, debería explicar por qué no denunció hace un año el acoso de Errejón a una joven de Castellón, si como parece, tenía conocimiento de ello. Y mientras, las víctimas del acoso sexual que enmana del poder, por miedo a las represalias y el linchamiento mediático, sólo se atreven a denunciar de forma anónima en las redes sociales. Algo con mucha audiencia, pero con poco valor jurídico. Porque si Sumar, Podemos y todos los que sabían lo que estaba sucediendo con Errejón hubieran denunciado o se hubieran puesto a disposición de las víctimas para hacerlo, hoy no estaríamos en esta situación.

7.291

  Escribía San Agustín, allá por el siglo V: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; parece grande pero no está sano” . Al leer esta cit...