sábado, 9 de noviembre de 2024

Malos tiempos para la lírica

 


Malos tiempos para la lírica”, es una canción de Golpes Bajos de los años ochenta del siglo pasado y un poema que Bertolt Brech escribió en 1939, en el que expresa su tristeza por el ambiente irrespirable que se vivía en Alemania, gobernada por el Partido Nazi. Me acuerdo de ello, porque hoy son malos tiempos para la lírica y la libertad. La libertad de verdad, no esa que reclama la extrema derecha, embadurnándola de patriotismo, banderas al viento y negación de todo lo que sean avances sociales y ambientales. La libertad, que sólo se puede entender desde una mirada colectiva, porque no hay libertad si no es compartida con los miembros de tu comunidad o de la sociedad. Justo lo contrario de la idea de individualismo egoísta que pregona el nuevo posfascismo ultraliberal, que con la ayuda de poderosos grupos económicos y mediáticos, está echando raíces en el mundo democrático, con el avance de partidos ultraderechistas, plagados de místicos cristianos, anarcoliberales, negacionistas de todo pelo, patriotas de pacotilla y hombrecitos de pelo en pecho y cuernos de búfalo que sienten amenazada su hombría y sus privilegios ante el avance del feminismo. El posfascismo está de enhorabuena con la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU. Una mala noticia para los demócratas, que vemos como las ideas más retrógradas van abriéndose camino en los países que vencieron al fascismo hace ochenta años. Al final va a tener razón Mark Twain, cuando dijo que la historia no se repite pero rima. Porque da un poco de miedo ver cómo estos años, ya entrado el siglo XXI, riman demasiado con lo sucedido en Europa hace un siglo, cuando los movimientos fascistas fueron colonizando las mentes de los europeos y las instituciones democráticas, hasta su desaparición.

En octubre de 1922, Mussolini avanzó sobre Roma para liquidar el gobierno democrático e instauró, con sus camisas negras, una dictadura fascista en Italia, que duró hasta su derrota militar en abril de 1945. Un año después, el general Primo de Rivera daba un golpe de estado en España, con el beneplácito del rey borbón Alfonso XIII, instaurando una dictadura militar que duró, casi, hasta la proclamación de la II República. En 1924, Iósif Stalin, hace de la Unión Soviética una de las dictaduras más sanguinarias habidas en Europa (un fascista que decidió llamarse comunista), que hasta 1953 estuvo, con mano de hierro, al frente de la URSS, y en este caso, perpetuando un sistema político fundamentado en la represión. Adolf Hitler, llegó al poder aupado por el pueblo alemán tras las elecciones celebradas en enero de1933, en una premonición de lo que está sucediendo en la actualidad en las democracias occidentales; todos ustedes saben cómo terminó. Y por último, las dos dictaduras fascistas más longevas de Europa, gobernaron la Península Ibérica: la de Salazar en Portugal y Franco en España, ambas también surgidas en los años treinta del siglo pasado, fueron el último refugio del fascismo europeo durante cuarenta años. Si se fijan todas tienen un denominador común: el espíritu de perpetuarse, roto por derrota militar o muerte del dictador. Algo que debería preocuparnos con el ascenso de las ideas posfascistas, que utilizando los resortes de la democracia, que ellos desprecian, tristemente han resucitado un siglo después, junto a líderes con alma de dictador. Sólo tenemos que fijarnos en los ataques al Capitolio de EEUU, instigados por Donald Trump, o el asalto a las sedes del Congreso brasileño, incitado por Jair Bolsonaro. Por no hablar de los ataques menores de grupos de extrema derecha a las instituciones democráticas, y no tan menores, como el vivido el 2 de noviembre por el rey, el presidente del gobierno y el de la Generalitat Valenciana en Paiporta; algo inédito, hasta ahora, en cualquier democracia.      

Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales de EEUU con una victoria incuestionable, porque no son solos los votos que le han aupado a la presidencia, sino los de millones de electores que se han abstenido, mostrando su indiferencia a quien les gobierne. Unas elecciones que han tenido sobre su cabeza la Espada de Damocles de una insurrección de la extrema derecha. Pero que incuestionablemente ha ganado, y ese triunfo del miedo, el bulo, la mentira, las fake news, las amenazas y la mala educación democrática y política, debería ser objeto de reflexión en todos aquellos, sean de derechas o de izquierdas, que piensan/pensamos en la democracia como el único sistema político que asegura la paz, la convivencia, la tolerancia y el bienestar.

Una reflexión que necesariamente tiene que ir en dos direcciones: la primera, atendiendo a la manera de frenar en la esfera pública la mentira como instrumento de hacer política; no sé si se han dado cuenta de que el ascenso de los partidos posfascistas va parejo a la extensión de las redes sociales. A lo mejor, plantearnos acabar con esa desinformación, que sólo tiene como objetivo socavar la democracia, sería un ejercicio de salud democrática. La libertad de expresión no puede ser un saco roto, donde todo vale, porque, entonces, se acaba convirtiendo en un aquelarre destructivo de la convivencia. 

La segunda, es mucho más compleja, pues hunde sus raíces en el descontento popular de muchas capas de la población , que ven como la democracia no resuelve sus problemas más cotidianos. Y cuando esto pasa, no sirve de nada la razón. “El sueño de la razón produce monstruos”, es un aguafuerte de Goya que podría aludir a que cuando la razón se duerme aparecen los fantasmas de las emociones más irracionales, los sueños oscuros de la sinrazón y el ascenso de los monstruos acechando nuestras vidas. Esto no se produce porque una maldición Divina se vengue de la razón al sentir cuestionada la fe como columna vertebral de una divinidad jerarquizada. Más bien, es producto de la inoperancia de la democracia, cuando es incapaz de distribuir la riqueza, generando desigualdades crueles entre las diferentes clases sociales. Entonces, la extrema derecha, que ya tiene la experiencia de hace un siglo, apela a las emociones como única vía de salvación, generando enemigos ficticios como la inmigración, la igualdad, el cambio climático y toda la retahíla de monstruos que acaban cegando la razón de mucha gente. Si la democracia no es capaz de generar bienestar, igualdad, libertad y solidaridad, es humo y nos conduce a el autoritarismo posfascista.

La victoria de Donald Trump no es sólo un problema para los demócratas de Estados Unidos. Va mucho más allá, porque da alas a la extrema derecha del mundo occidental y a esa fachosfera negacionista y conspiranoica que inunda la redes sociales y los pseudomedios de comunicación. Es un factor desestabilizador de primera magnitud en occidente, entendiendo este concepto como el lugar geográfico donde se ha desarrollado la democracia. Incluso entre los propios partidos de extrema derecha, que si ahora celebran el triunfo de sus ideas, porque están en confrontación contra la democracia, y no hay nada que una más que un enemigo común, no tardarán en enfrentarse entre ellos, cuando su exacerbado nacionalismo se sienta amenazado por otro nacionalismo igual de montaraz.

Más allá de estas consideraciones, están en juego muchos avances que se han ido consiguiendo durante décadas. La lista puede ser interminable, si los defensores de un orden ultraconservador, casi absolutista, en el sentido decimonónico del término, y ultraliberal, en el sentido económico del mismo, que defiende la lógica del dinero por encima de todo, extienden su poder y empiecen como ya está sucediendo en países donde gobiernan, a cercenar derechos. El retroceso en políticas medioambientales, derechos humanos, igualdad de oportunidades, diversidad, derechos laborales, igualdad de género, avances LGTBI, estado de bienestar, etc., es ya un síntoma, por la cobardía de una parte de la derecha que se siente amenazada electoralmente, y no se enfrenta a la extrema derecha; y por la estupidez de una parte mesiánica de la izquierda, que está más pendiente de redimir al mundo de sus pecados, que de solucionar los problemas reales y cotidianos que los ciudadanos tenemos.

Es por ello que son malos tiempos para la lírica, y lo peor, es que una creciente masa de población está entregada a su propia destrucción, abrazando lobos disfrazados de Caperucita y nos va a arrastrar a todos y a todas.                    




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