Carlos
Mazón sólo tenía que hacer hoy una cosa: dimitir. Lo tenía fácil, simplemente consistía
en asumir su irresponsabilidad, sin acritud, y decir que se marchaba. Casi todo
el mundo se lo habría agradecido, incluidos muchos barones de su Partido, que
deben estar sintiendo mucha vergüenza ajena, y habría dejado a la oposición
descolocada, sin discurso preparado de casa. Pero sobre todo, se marcharía como
un hombre digno y un político honesto. “Los siento, me equivocado y me voy”.
Sin
embargo, no parece que el Molt Honorable President de la Generalitat Valenciana
esté a esa altura. Para él, todo el mundo tiene la culpa: su propio consell, el
gobierno central, la Aemet por dejar que llueva tanto, la Confederación Hidrográfica
del Júcar, quizá también la del Tajo, los paisanos por irresponsables, Pedro Sánchez,
cómo no, Teresa Ribera, los gin-tonics posteriores a su misteriosa comida, el
tráfico, los alcaldes, el terrorismo islámico y el Papa de Roma. Nada que
asumir de por qué dejó que los vecinos de las poblaciones afectadas se ahogaran,
en sentido literal y figurativo, mientras él se lo pasaba en grande de comilona
(digo esto por lo que duró), jugando al Monopoli con la radio televisión
valenciana. Nada que reconocer por la tardanza de la alerta ni por el caos
posterior, que a todas luces ha demostrado que él y su gobierno, son incapaces
de dirigir un territorio más allá de las declaraciones grandilocuentes, el
vamos a hacer y el entender la política como un sarao que se baila en los
medios y las redes sociales. Una forma de pensar que sólo podemos interpretar
de una manera: no es él quién está al servicio de la gente; es la gente la que
está a su servicio.
Y cuando
digo que él y su gobierno son un grupete de amiguetes en un party gubernamental
no dotados para el buen gobierno, quizá ni siquiera para el malo, lo digo acotándolo
a ellos. Porque otras instituciones valencianas no han participado de ese aquelarre
de incompetencia del que ha hecho gala el Consell valenciano. El Ayuntamiento
de Valencia sí se puso en alerta y a trabajar para minimizar los riesgos en su
demarcación municipal; La Diputación de Valencia avisó a su personal de la que
se venía encima y suspendió su actividad; la misma Universidad de Valencia suspendió
las clases haciendo caso a los avisos; o los Ayuntamientos, dentro de sus posibilidades,
tuvieron que alertar a la población cuando vieron que nadie en el Consell decía
nada. La pregunta es inevitable: ¿Si otras instituciones dieron la alerta, tomándose
en serio lo que decían los expertos, por qué el Consell de la Generalitat y su
presidente hicieron caso omiso?
Silencio,
dudas, ausencias, mentiras, incompetencia, desorganización, això ho arreglo jo,
abandono, negligencia, falta de empatía, soberbia… no le ha faltado de nada al
Consell, y sin embargo la culpa es de otros. Parece que Carlos Mazón, entre los
muchos vaivenes que ha dado estos días, pasando del agradecimiento al presidente
del Gobierno, a señalarle con el dedo acusador, ha optado por alinearse con la
estrategia de Núñez Feijoo y su guardia pretoriana, de acoso y derribo al
gobierno central, para tratar de salvar los muebles, aunque eso suponga quemar
la casa, o mejor dicho: anegar la casa. Esa es la medida filibustera que
podemos esperar de Mazón, a ver si echando las culpas a otros, se desvía la
atención y él se libra. A no ser que se esté aferrando al sillón del Palau de
la Generalitat, junto con algunos de sus consellers, para que cuando empiece el
rosario de demandas, que llegará, tengan por lo menos asegurado el aforamiento.
“El
honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”, decía Pedro Crespo
en el Alcalde de Zalamea. Pero Carlos Mazón, con su negativa a dimitir de hoy,
más allá de sonrojarnos a muchos valencianos, no parece que tenga ni honor, ni
alma y mejor que no tenga Dios, porque purgará sus pecados en el infierno.
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