Publicado en Levante de Castellón el 27 de mayo de 2016
Aunque ya antes hubo conatos de
montar un sindicato que asumiera el papel de defensa de los trabajadores en la
difícil España del franquismo, con los sindicatos históricos: UGT y CNT, que
habían sido la referencia de millones de trabajadores durante la República y
los años anteriores, en el limbo del exilio, todo empezó en 1966, cuando las elecciones
a Jurados de Empresa son ganadas, muy mayoritariamente, en el sector industrial
del país, por las candidaturas de las comisiones obreras, entonces formadas por
una mezcolanza de sindicalistas opositores al régimen. Aquí es donde está el
embrión de lo que más adelante fue la Confederación Sindical de Comisiones
Obreras, un sindicato de clase sin el que no se puede entender el sindicalismo
en España de estos últimos 50 años.
Muchos
momentos buenos y malos ha habido durante estas cinco décadas en CC.OO. Uno
magnífico, fue la transformación de la organización en uno de los sindicatos
más potentes del país, con la conversión en confederación sindical y el ascenso
a la secretaría general de Marcelino Camacho en 1976. Eran los tiempos en que
CCOO iba de la mano de Partido Comunista y eso le daba una fuerza inmensa entre
la clase trabajadora, pues en esos años el PCE asomaba como el gran Partido de
la oposición al franquismo, a jugar un papel determinante en la nueva
democracia que se abría en España. Después, cuando la política empezó a
divorciarse del sindicalismo, y se produjo la separación definitiva de
Sindicato y Partido, CCOO pasó a ser una organización mucho más potente que el
PCE y en la medida que este perdía influencia en la sociedad española, CCOO la
ganaba entre los trabajadores.
Pero
antes hubo momentos muy duros, como el Proceso 1001 en 1973, que acabó con la
condena a prisión de toda la dirección de CCOO, o el asesinato de los abogados
laboralistas de Atocha en 1977, a manos de la extrema derecha, que supuso un
grave golpe a la moral de muchos militantes, pero también la convicción de que
había que salir adelante, porque no se podía permitir que la lucha de los
trabajadores decayera por culpa de los nuevos cachorros del postfranquismo.
Todavía recuerdo las lágrimas de muchos de los asistentes al entierro en la
Glorieta de Atocha, en una manifestación de un impresionante silencio, sólo
roto por los aplausos al paso de los féretros y algún que otro grito producto
de la rabia.
El camino también ha estado plagado de aciertos sindicales, de luchas numantinas de trabajadores que la final han tenido un resultado feliz, la última de la Coca-Cola, o hitos como la huelga general del 14-D en 1988, La Ley de Prevención de Riesgos Laborales o la consolidación de la Negociación Colectiva, que marcó en España las relaciones laborales hasta que la última reforma laboral del PP le dio un puntilla mortal. Hitos que han sido compartidos con UGT, el otro gran sindicato de clase, y con el que la relación no siempre ha sido fácil, sobre todo en los primeros años de la transición y la década de los 80 -quién no recuerda las agrias discusiones en televisión de Marcelino Camacho y Nicolás Redondo- provocadas, sobre todo por el sistema de representación vigente en España, que obliga a los sindicatos a una confrontación innecesaria para ganarse el espacio de la representación sindical entre los trabajadores, y a un derroche de recursos humanos y económicos, que acaban distorsionando el objetivo principal de los sindicatos, que es la defensa de los trabajadores, convirtiendo parte actividad sindical en una carrara electoral sin sentido, que ha generado no pocas tensiones entre los sindicatos en España. Esa es, a mi juicio, una de las sombras que hay en la historia de CCOO: no haber acabado con el sistema franquista de elecciones sindicales, para entrar en un ámbito de representación sindical más acorde con los países democráticos de nuestro entorno.
Pero
en el balance de debe y haber de CCOO, el saldo es positivo. Tanto, que sería
imposible pensar en el mundo del trabajo sin un actor tan fundamental, que
durante años ha cumplido, lo mejor que ha sabido, el papel de defender los
intereses de los trabajadores y mejorar sus condiciones labores, a pesar de que
muchos piensen lo contrario, y de la ola de desprestigio de los sindicatos que
el neoliberalismo de derechas e izquierda imperante desde los años 80 ha venido
alimentando, para destruir su imagen, presentándolos como un nido de caraduras,
lesivos para los trabajadores. Se ha vituperado, despreciado e insultado la
figura de los representantes sindicales, en una clara maniobra del capitalismo
por quitarse de encima las únicas organizaciones que no podían controlar y
hacían frente a la desregulación del mercado de trabajo, que tanto ha
perseguido. Y no es que CCOO haya dejado de cometer errores en estos cincuenta
años. Haberlos los ha habido y muchos: en el bajo control de sus delegados
sindicales, muchos de ellos arribistas que sólo querían salvar su culo bajo la
protección legal de ser delegado sindical; en el abandono de los jóvenes a su
suerte, en un mercado laboral cada vez más despiadado; en no saber interpretar
las claves de una sociedad que ha evolucionado muy deprisa hacia nuevas formas
de relación, también en el mundo del trabajo, y ha convertido a las organizaciones sindicales en pesados
mastodontes incapaces de reaccionar a los cambios.
La
crisis y la victoria, esperemos que momentánea, del neoliberalismo más salvaje
de los últimos cien años, ha reducido a cenizas la importancia de los
Sindicatos, el valor de esas CCOO que durante años fueron la esperanza de muchos trabajadores. Este es el reto que debe
afrontar, si no quiere convertirse en una organización residual, que acabará
muriendo por crecimiento vegetativo: adaptarse a los nuevos tiempos y recuperar
a los jóvenes y a los millones de trabajadores que se sienten excluidos del
mercado laboral, y entender que la industria ya no es el vivero de sindicalismo,
que tiraba del resto del país. Están apareciendo nuevas formas de relación
laboral y nuevos yacimientos de empleo, en una sociedad convulsionada por las
nuevas tecnologías, internet y las redes sociales. Si no se entiende esto y el
Sindicato no responde a estos problemas, estaremos asistiendo a un fracaso de
toda la clase trabajadora y a un retroceso dramático de la democracia. Porque una democracia no se puede entender
sin un sindicato como Comisiones Obreras. Ese es el reto y aún hay tiempo para
ello.
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