Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Catellón el 20 de mayo de 2016
Se celebró el miércoles pasado el
Día Internacional de los Museos. Aparentemente, nos puede parecer que es un día
más de los muchos que se celebran a lo largo del año, todos ellos importantes,
pues sirven, por lo menos por un día, para que los ciudadanos tomemos
conciencia de que existen problemas o asuntos que no por estar olvidados en los medios de
comunicación dejan de estar ahí, a nuestro lado, formando parte de nuestras
vidas.
Los
Museos no son un problema, afortunadamente, salvo para aquellas personas que
día a día se esfuerzan para que no sucumban por inanición económica, olvidos
por las instituciones oficiales y su presencia en la sociedad sea lo
suficientemente atractiva, para que el público se interesa por ellos.
Los
nuevos tiempos, que marcan el valor de las cosas por su beneficio económico,
tasando todo monetariamente, bajo la fría y calculadora mente de la economía,
no son muy propicias para la cultura, salvo que esta se convierta en un
espectáculo de masas que se pueda valorar por el dinero contante y sonante que
produce. Atrás quedó la época que la cultura era el espacio para alimento
espiritual y la formación como personas, y los museos esos lugares a los que
uno iba a reconciliarse con el pasado, con la belleza, con la ciencia, con el
arte o con el conocimiento. La contemplación de la sabiduría que la humanidad
ha ido atesorando a lo largo de su historia, para lo bueno y para lo malo, nos acababa reconciliando con nosotros
mismos, pues, en definitiva, somos parte de una conciencia colectiva que ha
sido capaz de desarrollar inteligencias tan complejas como el arte o la
ciencia. Lo que nos hace tan diferentes del resto de las especies que moran en
la tierra.
Para
toda esa sublimación de nuestra necesidad por mostrar lo que somos y lo que
hacemos; para el reencuentro de cada uno de nosotros con nuestra propia
especie, en la grandeza de nuestros actos, pero también en la miseria de
nuestros comportamientos, ahí estaban/están los museos, que junto con los
libros, son los dos grandes inventos que la humanidad ha creado para recoger y
mostrar cómo es y lo que es capaz de hacer.
Sin
embargo, corren malos tiempos para los museos, en una sociedad borracha de
neoliberalismo, en la que sólo interesa el grosor de las cuentas corrientes, y
medir todo, absolutamente todo, por el binomio gastos-beneficios. Lo que ha
conducido a un creciente desinterés de las instituciones del estado por la
cultura, al considerarla como un gasto, en muchos casos innecesario e incómodo,
sino se le puede sacar una rentabilidad política, o un beneficio económico. Por
ello, sólo los grandes Museos, que pueden atraer cantidades ingentes de
visitantes o turistas, son objeto del interés de las instituciones públicas.
Quedando la gran mayoría, esos que muestran reinventándose cada día, una parte
de nuestra cultura y manera de ver las cosas, en el olvido. Museos de ciencias
naturales, historia, románticos, etnográficos, rurales, provinciales,
religiosos, de curiosidades, etc., que esconden entre sus paredes un auténtico
tesoro cultural y patrimonial, sobreviven gracias al trabajo desinteresado de
muchas personas, reinventándose cada día así mismo, entre ideas imaginativas y
penuria económica. Esa es una realidad que viven la gran mayoría de los museos
españoles, muchos de los cuales, ni siquiera habrán podido celebrar su día
internacional.
Desgraciadamente,
si no cambia el interés de las instituciones del Estado por la cultura en
general y los museos en particular, muchos de estos tendrán que cerrar sus
puertas en los próximos años, con la pérdida irreparable de patrimonio cultural
y social que ellos supone, y con la vergüenza de una sociedad que cada vez vive
más de espaldas a los museos, a no ser que estos formen parte del espectáculo
en el que están convirtiendo la cultura. Pero será mucho más grave que asumamos
que vale más cerrarlos, si suponen un coste a las arcas públicas, ofreciendo el
triste retrato de una sociedad que no valora su cultura, más allá del folclore
local, dignamente respetable, o la que tiene que ver con una antigua brutalidad
hoy insostenible y perfectamente prescindible.
Afortunadamente,
el Museo de Arte Contemporáneo “Vicente Aguilera Cerni” de Vilafamés (MACVAC),
no se encuentra en esa situación de abandono institucional, gracias a la
Diputación Provincial de Castellón y al Ayuntamiento de Vilafamés, que están
haciendo un gran esfuerzo en favor del museo, a pesar de que una mayor
colaboración de otras instituciones públicas y privadas, le darían el impulso
definitivo, para fuese considerado por la sociedad por lo que es: un gran museo
de arte contemporáneo. ¿Por qué digo esto? Lo vengo repitiendo desde hace
tiempo: el MACVAC es una joya museística, de las mejores del país,
imprescindible para comprender y sentir el arte contemporáneo. Que además tiene
otro tesoro: el Centro Internacional de Documentación Artística, que alberga
una ingente cantidad de documentación sobre el arte a lo largo del siglo XX,
abierto a todo tipo de investigadores y estudiosos.
Por ello, el
Día Internacional de los Museos se celebra en al MACVAC por todo lo alto, en la
medida de sus posibilidades. Este año, con la exposición: “El paisaje: arte y
cultura”, en la que se muestra una
importante seria de obras, de la colección del museo, que hacen referencia a la
importancia de la cultura como agente modelador del paisaje y el arte
contemporáneo como manifestación del paisaje que nos rodea, desde sus
diferentes miradas: conceptual, abstracta, simbolista, geométrica, realista,
rural y urbana. Porque el paisaje no sólo es naturaleza, también es
trasformación por interacción con los humanos. Como escribe el comisario de la
exposición, Xavier Allepuz: “Un paisaje
no únicamente entendido desde los valores naturales, sino desde las transformaciones
producidas por los seres humanos a los largo de los tiempos”, que, en este
caso, se muestra a través de la siempre sugerente mirada de artistas plásticos,
que durante siglos han hecho un relato de la cultura, la sociedad y el paisaje.
De paisaje y
cultura, el MACVAC está embebido, porque lo lleva escrito en su ADN, al estar
inmerso en un paisaje natural, histórico y rural/urbano, de los que no se
olvidan, por ello y porque como museo, es único, por su precioso edificio del
gótico civil valenciano del siglo XV y
porque alberga una de las mejores colecciones de arte contemporáneo que hay en
España.
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