Publicado en Levante de Castellón el 6 de mayo de 2016
De seguirá así, no aparecer en
los Papeles de Panamá se va a convertir en un grave problema de prestigio
social para la pijotería nacional. Pónganse en la piel de un ricachón o de
cualquiera que sin serlo haga méritos por conseguir que su nombre figure en ese
Paseo de la Fama al que todos los que quieren ser o parecer que son algo,
aspiran a estar, y vean que esa gloria les ha sido vedada. Pensarán de él o de
ella, que son unos “don nadie” arruinados, porque, no me lo pueden negar,
figurar en los papeles más famoso del mundo, empieza a tener un valor de
distinción social, de pertenencia a una clase alejada del vulgo, sin hipotecas
y sin apuros para llegar a fin de mes, qué digo fin de mes, con los sueldos
actuales, con llegar al día 15, para muchos es ya un triunfo.
Como
se va a pasear uno por los jardines del Ritz o los salones del Hotel Urban de
Madrid con la cara bien alta, si su nombre no está en los famosos papeles.
-Ahí viene fulanito.
-A sí, me han dicho que no
aparece en los Papeles de Panamá (esto dicho bajando la voz, como en tono muy
confidencial).
-Eso comentan y…
Ya está, el sambenito ya lo
tienes colgado y la comidilla de tu posible ruina correrá de boca en boca como
un estigma social, que llegara a provocarte llagas en las palmas de las manos.
Por eso, muchos están esperando como agua de mayo, que el próximo día 11 se
hagan públicos los más de dos millones de archivos filtrados, para servirse un Macallan
con un piedra de hielo y al aroma de un buen Cohiba, lanzarse a la búsqueda de
su nombre entre los miles que han tenido el privilegio de participar en una
sociedad offshore en Panamá o cualquier paraíso fiscal de los que aparecen en
sus Papeles.
Pero
no nos pongamos muy estupendos, porque es posible que a algunos de los que lean
esto ya les hubiese gustado aparecer en ellos, sobre todo en un país en el que
tenemos la costumbre de encumbrar a los cielos a todo tipo de corruptos, sean
del ámbito social que sean. Si no, miren ustedes la bienvenida con vítores y
aplausos desmedidos con el que ha sido recibido en su tierra natal el ex
ministro Jose Manuel Soria tras su dimisión/cese, después de haber aparecido en
sociedades de varios paraísos fiscales. Claro, que como su delito, el que le ha
llevado a dimitir, no es que sea un chorizo, sino que no ha sabido explicar
bien por qué se ha dedicado durante años a defraudar al fisco, al final se ha
convertido en una víctima, como la tía del rey, que pobrecita, por culpa de ETA
tuvo que llevarse el dinero a varios paraísos fiscales. Aunque que nos puede
extrañar, si su hermano, el hoy rey emérito, ya tuvo una cuenta en Suiza, como
no, producto de una herencia.
Pero
si ser usuario de un paraíso fiscal da caché, la reacción que tienen cuando se
hace público que lo son, es de victimismo. Hay que negar de entrada todo, para
después echarle la culpa a alguien: la esposa, el marido, los asesores
fiscales, el portero de la finca, la amante, los periodistas que lo denuncian...
Los pobrecitos, ellos y ellas, son víctimas de un complot secreto, que les ha
suplantado, falsificado la firma o utilizado si su consentimiento. Como si no supiéramos que uno de los métodos más
corrientes de escaparse del fisco es
poner lo que tienes a nombre de varias personas, ya sean familiares, amigos y/o
en su defecto testaferros. Aunque yo creo, que lo que les avergüenza, es usar
ese método tan vulgar de escurrir el bulto fiscal en tiempos que colocar el
dinero, ya sea blanco o negro, en paraísos fiscales es tan fácil como contactar
con un Mossack Fonseca cualquiera, gracias a la facilidad con que puede circular el dinero por el mundo, ajeno a
leyes de seguridad y controles de los aeropuertos o las fronteras con concertinas.
Porque,
más allá de la teatralidad de los gestos, de lo que se trata es de que los
ricos no paguen impuestos, al igual que no lo hacía la nobleza hidalga o
eclesiástica hasta que un aluvión de revoluciones burguesas recorrió Europa en
el siglo XIX y se convirtieron en comunes mortales a los ojos del fisco, como
todo el mundo. Pero no es ahí como podría pensarse, cuando empiezan las
artimañas para evadir impuestos. Mucho antes ya se aplican a ello quienes
acumulan riqueza, por esa insaciable sed que tiene el dinero y quien lo posee
de no contribuir al bien común. Ya el Catastro de Maderuelos, municipio del
norte de la provincia de Segovia, elaborado a mediados del siglo XVIII, fue el primer intento habido en España para
censar las propiedades y evitar así el fraude fiscal, de quien podía defraudar,
claro. Hoy, en un mundo de alto refinamiento capitalista, las leyes se hacen
para que los ricos sigan circunvalando la hacienda pública, y qué mejor que la
creación de paraísos fiscales donde van a poder esquivar pagar impuestos con
todas las de la Ley. Si no, ¿para qué se permite, entonces, que el mundo esté
trufado de paraísos fiscales en todos los continentes? Lugares inalcanzables
para el común de los mortales, que son perfectamente conocidos, en los que no
se actúa, argumentando esa falacia que es la no injerencia en los asuntos
internos de cada país.
¿Por qué no se legisla para
penalizar a quienes esconden su dinero en esos paraísos? Porque la gracia que
tiene todo esto, es la impunidad con la que actúan los delincuentes fiscales,
amparados en el poder que los protege. No sienten el peligro de unas Leyes
hechas para preservar sus intereses, quizá porque quienes las hacen están
también salvaguardando los suyos. Por
eso crean esas sociedades que ahora hemos conocido: offshore, que sólo tienen
como fin esconder el dinero de los ricos y preservarlo del fisco, a pesar de
que nos quieren convencer de lo contrario.
Esta
es la verdadera realidad de los papeles de Panamá, la punta de iceberg de un
sistema diseñado para que el mundo siga divido en dos: los que tienen dinero y
hacen de su capa un sayo, y los que
trabajan para que estos sean cada vez más ricos. Y mientras tanto, amparados en
la impunidad, el poder y el control de sus medios de comunicación, quieren hacernos
creer, que la igual que los Últimos de Filipinas, son los Héroes de Panamá, en
un mundo acechado por rojos, comunistas trasnochados y antisistema. Es decir,
ningún espantajo nuevo que no hayan sacado a relucir cuando sus intereses de
casta estamental empiezan a peligrar
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