Foto: autor desconocido
La gran cabalgada imparable del
neoliberalismo del siglo XXI, más parece un remake del capitalismo del siglo
XIX, por la vuelta a métodos de explotación de los trabajadores (me van a
perdonar empleados, colaboradores, becarios y aspirantes a jefe que les denomine
de esta manera) y el crecimiento de la
desigualdad.
La
modernización de la economía, tal como nos la están vendiendo, no tiene nada de
novedosa; no hay una revolución del pensamiento capitalista que conduzca a
nuevas formas de relación en el mundo del trabajo y la sociedad. Todas las
reformas, que nos dicen son necesarias y de manera machacona quieren imponer
desde los centros de poder europeos, conducen
a lo mismo, es decir, a una desregularización del mercado de trabajo,
que sólo tiene como objetivo convertir a los trabajadores en mano de obra
barata de usar y tirar; al encumbramiento del mercado sin trabas de actuación,
para que sean las grandes corporaciones capitalistas quienes marquen las reglas
del juego; y a la liberación absoluta del flujo financiero de capitales, para
que la economía especulativa pueda seguir esquilmando la riqueza de la sociedad
, acumulándola en muy pocas mansos, con solo apretar un botón del ordenador.
Una
de las consecuencias que más claramente estamos visualizando los ciudadanos por
esta nueva explosión del capitalismo, es el vasallaje de la política a la
economía. Fijándonos en el caso concreto de Europa, como región que ha
mantenido al capitalismo salvaje más a raya durante décadas, con el desarrollo
de un capitalismo de corte social y un mercado regulado para que no generara
distorsiones en la economía, el cambio es palmariamente notorio, hacia fórmulas
en las que el antiguo, que no viejo, discurso del marxismo referente a la lucha
de clases, está tomando una vigencia impensable hace un par de décadas. Porque hoy, más que nunca, se
evidencia el conflicto de intereses entre las distintas clases sociales, al
haber desaparecido de la escena política el pacto como instrumento de progreso
y bienestar, por culpa de la desigualdad creciente que ya existe entre las
diferentes clases.
El
sometimiento de la política a la economía es una realidad que se está plasmando
en las medidas de austeridad impuestas por el gran capital en Europa. Dejémonos
ya de señalar a Alemania como culpable de una situación que está provocada por
la transversalidad de la ideología neoliberal en la clase dirigente europea,
que está detrás de la quiebra del estado de bienestar que ha imperado en el
continente como una seña de igualdad e identidad. La mayoría de los gobiernos,
como caballitos de un tiovivo, giran en torno a unas instituciones comunitarias
dirigidas por políticos a sueldo de las grandes corporaciones capitalistas del
mundo. Incluso, el hoy presidente de la Comisión Europea, ha gobernado un país
que ejerce de paraíso fiscal facilitando vías de escape tributaria para las
grandes multinacionales del mundo.
Toda
la legislación aprobada en los últimos años va encaminada a favorecer los
intereses de aquellos que controlan los centros económicos y financieros del
mundo, a costa del empobrecimiento de la mayoría de la población. En una Europa
que deliberadamente tiene un alto déficit democrático, para que los ciudadanos
no podamos controlar desde el Parlamento Europeo a las instituciones, se ha ido
deslocalizando el poder democrático de los parlamentos nacionales hacia centro de decisión en Bruselas, Frankfurt o
Berlín, poco controlables por un Parlamento continental, al que no se le ha
dado capacidad de legislar y controlar a un gobierno democráticamente elegido,
inexistente en Europa como tal, para poder imponer las políticas neoliberales
desde organismos como el Consejo Europeo, al que nadie controla, convertido en
último poder en la toma de grandes decisiones: políticas de austeridad, refugiados,
etc., que actúa como portavoz/ejecutor de los interesas de las multinacionales.
En
este contexto de déficit democrático y flexibilización del mercado en favor del
dinero, aparece el TTIP, Tratado de Libre Comercio entre Europa y Estados
Unidos, que no es otra cosa que un acuerdo que coloca los intereses de las
multinacionales por encima de los intereses de los gobiernos y los ciudadanos,
hasta tal punto, que cuando la legislación de un país europeo lesione los
negocios de las multinacionales, estas podrán demandar a los Estados, lo que
implica que toda la legislación medioambiental, laboral, de consumo, agraria,
industrial, financiera, comercial y si me apuran hasta la educativa y
sanitaria, tendrá que estar elaborada sin contravenir los intereses de las grandes multinacionales.
Una
vez más, el poder político y mediático tratan de convencernos, y tienen medios
para hacerlo, de las bondades de ese tratado para el bienestar de nuestras
vidas. Pero, me van a permitir que recele de esas bondades que suenan a la
quimera de la Ínsula de Barataria, donde podríamos vivir en la holganza, junto
a Sancho con el espejismo de haber alcanzado el sueño de la felicidad, junto a
una buena bota de vino.
Desconfianza
que también tiene que ver con el secretismo con que se están llevando las
negociaciones, hasta el punto de que los folios del tratado están custodiados
bajo llave en una cámara secreta, fuertemente vigilada. Levanta suspicacia que
los pocos diputados europeos que han podido a acceder a ver el documento, lo han
hecho bajo estrictas medidas de seguridad, tratándolos como si de potenciales
delincuentes se tratara, a los que no se les ha llegado a desnudar
integralmente de milagro, porque otra de las cosas que me hace pensar que
estamos ante la gran estafa, es que esos diputados, sólo han podido verlo y
tratar de memorizar los más posible artículos de texto, porque no han podido ni
fotografiarlo, ni copiarlo, ni tan siquiera sacar un folio y un bolígrafo y
tomar notas. Además de hacerles firmar una cláusula de confidencialidad que les
obliga a guardar secreto de lo que allí han visto, incluso a sus propios
compañeros diputados.
Ante
esto no puedo dejar de preguntarme: ¿Si es tan bueno, por qué tanto secreto?
¿Acaso la opacidad y el ocultismo son instrumentos válidos para el gobierno de
una sociedad democrática? ¿Por qué se les prohíbe a los eurodiputados filtrar
información del TTIP? Muchas preguntas surgen, que nos hacer ver que no estamos
ante la simple firma de un tratado comercial, sino ante un plan para convertir
en mundo en un gran mercado, donde la desigualdad y la explotación van a estar
a la orden del día. Es decir, la vuelta al siglo XIX.V
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