lunes, 6 de junio de 2016

El TTIP. Volvemos al siglo XIX

                                                                                                     Foto: autor desconocido
La gran cabalgada imparable del neoliberalismo del siglo XXI, más parece un remake del capitalismo del siglo XIX, por la vuelta a métodos de explotación de los trabajadores (me van a perdonar empleados, colaboradores, becarios y aspirantes a jefe que les denomine de esta manera)  y el crecimiento de la desigualdad.
                La modernización de la economía, tal como nos la están vendiendo, no tiene nada de novedosa; no hay una revolución del pensamiento capitalista que conduzca a nuevas formas de relación en el mundo del trabajo y la sociedad. Todas las reformas, que nos dicen son necesarias y de manera machacona quieren imponer desde los centros de poder europeos, conducen  a lo mismo, es decir, a una desregularización del mercado de trabajo, que sólo tiene como objetivo convertir a los trabajadores en mano de obra barata de usar y tirar; al encumbramiento del mercado sin trabas de actuación, para que sean las grandes corporaciones capitalistas quienes marquen las reglas del juego; y a la liberación absoluta del flujo financiero de capitales, para que la economía especulativa pueda seguir esquilmando la riqueza de la sociedad , acumulándola en muy pocas mansos, con solo apretar un botón del ordenador.
                Una de las consecuencias que más claramente estamos visualizando los ciudadanos por esta nueva explosión del capitalismo, es el vasallaje de la política a la economía. Fijándonos en el caso concreto de Europa, como región que ha mantenido al capitalismo salvaje más a raya durante décadas, con el desarrollo de un capitalismo de corte social y un mercado regulado para que no generara distorsiones en la economía, el cambio es palmariamente notorio, hacia fórmulas en las que el antiguo, que no viejo, discurso del marxismo referente a la lucha de clases, está tomando una vigencia impensable hace un par de  décadas. Porque hoy, más que nunca, se evidencia el conflicto de intereses entre las distintas clases sociales, al haber desaparecido de la escena política el pacto como instrumento de progreso y bienestar, por culpa de la desigualdad creciente que ya existe entre las diferentes clases.
                El sometimiento de la política a la economía es una realidad que se está plasmando en las medidas de austeridad impuestas por el gran capital en Europa. Dejémonos ya de señalar a Alemania como culpable de una situación que está provocada por la transversalidad de la ideología neoliberal en la clase dirigente europea, que está detrás de la quiebra del estado de bienestar que ha imperado en el continente como una seña de igualdad e identidad. La mayoría de los gobiernos, como caballitos de un tiovivo, giran en torno a unas instituciones comunitarias dirigidas por políticos a sueldo de las grandes corporaciones capitalistas del mundo. Incluso, el hoy presidente de la Comisión Europea, ha gobernado un país que ejerce de paraíso fiscal facilitando vías de escape tributaria para las grandes multinacionales del mundo.
                Toda la legislación aprobada en los últimos años va encaminada a favorecer los intereses de aquellos que controlan los centros económicos y financieros del mundo, a costa del empobrecimiento de la mayoría de la población. En una Europa que deliberadamente tiene un alto déficit democrático, para que los ciudadanos no podamos controlar desde el Parlamento Europeo a las instituciones, se ha ido deslocalizando el poder democrático de los parlamentos nacionales hacia  centro de decisión en Bruselas, Frankfurt o Berlín, poco controlables por un Parlamento continental, al que no se le ha dado capacidad de legislar y controlar a un gobierno democráticamente elegido, inexistente en Europa como tal, para poder imponer las políticas neoliberales desde organismos como el Consejo Europeo, al que nadie controla, convertido en último poder en la toma de grandes decisiones: políticas de austeridad, refugiados, etc., que actúa como portavoz/ejecutor de los interesas de las multinacionales.
                En este contexto de déficit democrático y flexibilización del mercado en favor del dinero, aparece el TTIP, Tratado de Libre Comercio entre Europa y Estados Unidos, que no es otra cosa que un acuerdo que coloca los intereses de las multinacionales por encima de los intereses de los gobiernos y los ciudadanos, hasta tal punto, que cuando la legislación de un país europeo lesione los negocios de las multinacionales, estas podrán demandar a los Estados, lo que implica que toda la legislación medioambiental, laboral, de consumo, agraria, industrial, financiera, comercial y si me apuran hasta la educativa y sanitaria, tendrá que estar elaborada sin contravenir los intereses  de las grandes multinacionales.
                Una vez más, el poder político y mediático tratan de convencernos, y tienen medios para hacerlo, de las bondades de ese tratado para el bienestar de nuestras vidas. Pero, me van a permitir que recele de esas bondades que suenan a la quimera de la Ínsula de Barataria, donde podríamos vivir en la holganza, junto a Sancho con el espejismo de haber alcanzado el sueño de la felicidad, junto a una buena bota de vino.
                Desconfianza que también tiene que ver con el secretismo con que se están llevando las negociaciones, hasta el punto de que los folios del tratado están custodiados bajo llave en una cámara secreta, fuertemente vigilada. Levanta suspicacia que los pocos diputados europeos que han podido a acceder a ver el documento, lo han hecho bajo estrictas medidas de seguridad, tratándolos como si de potenciales delincuentes se tratara, a los que no se les ha llegado a desnudar integralmente de milagro, porque otra de las cosas que me hace pensar que estamos ante la gran estafa, es que esos diputados, sólo han podido verlo y tratar de memorizar los más posible artículos de texto, porque no han podido ni fotografiarlo, ni copiarlo, ni tan siquiera sacar un folio y un bolígrafo y tomar notas. Además de hacerles firmar una cláusula de confidencialidad que les obliga a guardar secreto de lo que allí han visto, incluso a sus propios compañeros diputados.

                Ante esto no puedo dejar de preguntarme: ¿Si es tan bueno, por qué tanto secreto? ¿Acaso la opacidad y el ocultismo son instrumentos válidos para el gobierno de una sociedad democrática? ¿Por qué se les prohíbe a los eurodiputados filtrar información del TTIP? Muchas preguntas surgen, que nos hacer ver que no estamos ante la simple firma de un tratado comercial, sino ante un plan para convertir en mundo en un gran mercado, donde la desigualdad y la explotación van a estar a la orden del día. Es decir, la vuelta al siglo XIX.V

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