miércoles, 3 de febrero de 2016

Entrevista a Jaime Millás

Jaime Millás es un hombre sereno, pero no exento de pasión por lo que hace, atributos que le dan a su trabajo esa fuerza contenida de la firmeza reflexiva. Lo podemos descubrir charlando con él, sentados plácidamente, en los bajos de la librería Argot de Castellón, donde el jueves 4 de febrero, a las 19,00 horas, va a presenta su último libro: “Crónicas de la transición valenciana”.
Escritor viajero por toda la Comunidad Valenciana; hombre de la cultura, sobre todo del teatro, que le llevó a la Dirección Artística de Teatres de la Generalitat Valenciana, y del arte: es miembro de la Junta Rectora del MACVAC, Museo de Arte Contemporáneo “Vicente Aguilera Cerni” de Vilafamés; pero sobre todo periodista, oficio que ha desempeñado durante cuarenta años en prensa: Triunfo, El País, Diario de Valencia; y radio: Radio Cadena Española, RNE. En los últimos tiempos ha publicado en ensayo: “Manuel Millás, sainets valencianas (1871-1891)” y “Crónicas de la transición valenciana. 1972-1985”, recopilación de artículos publicados en Triunfo y El País, durante la Transición, objeto de esta entrevista.

Desde tu trayectoria como periodista ¿cómo crees que ha evolucionado el periodismo en general, y en la Comunidad Valenciana, en particular, a lo largo de los últimos 40 años?
-Si tomamos como referencia los temas que abordo en el apartado del libro que he denominado Democracia de papel, creo que este es un buen punto de partida para responderte la pregunta.  En los años de la Transición hubo que defender a fondo la libertad de expresión, porque aunque se había derogado la ley Fraga de prensa, seguía existiendo la censura previa y las limitaciones a crear empresas periodísticas. Además, a los grupos de extrema derecha y a determinados estamentos franquistas e integristas no les gustaba en absoluto que los periodistas escribiéramos libremente, intentando desenmascarar su juego en contra de la recién estrenada democracia parlamentaria. Numerosos periodistas fueron llevados al banquillo por esta razón.
Todo el aparato ideológico que el franquismo mantuvo durante décadas, con emisoras y periódicos del Movimiento, se transformó en medios de comunicación de apoyo a la democracia y se abrieron amplias expectativas de trabajo para los jóvenes periodistas que queríamos trabajar en medios de carácter público.
En el ámbito de los medios de información privados surgieron también muchas iniciativas de nuevo periodismo independiente, de revistas y periódicos dispuestos a defender el valor informativo de lo local, de lo que ahora son las autonomías.
Nuestra profesión, que antes había sido gremialista y estaba organizada en cotos cerrados para administrar determinados privilegios, se abrió a la sociedad y a todo profesional que quisiera ejercer de periodista. Se constituyeron uniones profesionales que defendían la libertad de prensa, una política informativa que desterrara la censura y el dictado informativo desde el poder; la promoción de los medios públicos de información, y la superación de la titulitis. Desde ese nuevo asociacionismo también ayudamos a que los aspectos laborales se abordaran en los sindicatos, procuramos que el periodista se inscribiera en sindicatos de clase.
Los principales cambios que percibo de ayer a hoy corresponden a la precariedad laboral. Ha desaparecido prácticamente la oferta de trabajo en medios públicos. En Valencia esta situación se ha agudizado con el cierre de Radio Televisión Valenciana. Tampoco se crean nuevos periódicos o revistas en papel. Los que hay luchan por sobrevivir reduciendo gastos y personal. Y las ofertas laborales en periodismo virtual son muy escasas.
El contenido del mensaje informativo se ha reducido drásticamente. En ocasiones se trabaja solamente con titulares, con mensajes de dos líneas. Ahora sería imposible que el director de una revista me encargara, como hacía en los años 70 el director del semanario Triunfo, escribir quince folios sobre Blasco Ibáñez o resumir en doce folios una mesa redonda de políticos valencianos. Se hace escaso periodismo de investigación y se razona poco sobre la actualidad informativa. El periodista apenas sale a la calle a ver con sus propios ojos  la realidad, a confirmar en directo los hechos. Se vive de los mensajes electrónicos, de las imágenes y las voces que llegan por internet. Incluso hay políticos que piensan que la información hay que darla desde una pantalla por circuito interno, creen que informar es simplemente poner un plasma entre la noticia y el medio de información. Son horas bajas, muy bajas, para el trabajo del periodista, y también para la información contrastada.

Manuel Tuñón de Lara decía que para hacer historia hay que afrontar los acontecimientos con al menos veinticinco años desde que sucedieron, para que podamos tener perspectiva histórica. La Transición ya ha superado ese tiempo y podemos analizarla con criterios históricos. Ahora, desde la distancia ¿eres consciente que tu libro “Crónicas de la Transición valenciana (1972-1985)” se ha convertido en una fuente periodística para el estudio de la historia de esos años en la Comunidad Valenciana?
-Por supuesto, es una fuente de la historia con mayúsculas. La historia contemporánea se escribe con los periódicos y las revistas entre otras fuentes de información. Y con el tiempo que ha pasado, no ya los 25 años de Tuñón de Lara, sino los 40 de nuestra existencia, soy todavía más consciente de que si el periodismo que practiqué en aquella época no hubiera estado guiado por la pretensión de objetividad, imparcialidad  e independencia, sino por la opinión sectaria y parcial, difícilmente aquellas crónicas, aquellos reportajes hoy tendrían vigencia y valor histórico para reconstruir un tiempo pasado.
Por fortuna Triunfo durante la agonía del franquismo fue la revista española de toda la oposición democrática, que incluía también a personas conservadoras que se manifestaban contra la dictadura. Por tanto, escribíamos para ser leídos por comunistas, democristianos, liberales, socialistas, nacionalistas… Hicimos un periodismo de gran arraigo cultural, que buscaba enlazar con los autores, los políticos, los escritores y los pensadores cuya voz truncó la guerra del 36 y el golpe de estado de los militares franquistas apoyados por la derecha católica y la Iglesia.
Ya en democracia, el diario El País también buscó hacer un periodismo riguroso que el paso del tiempo no convirtiera en papel mojado. Cambiaron mucho con la presencia de este nuevo periódico de la mañana los códigos de comunicación informativa. La información pasó a ser sintética, bien ordenada, con una organización interna bien equilibrada. Las opiniones personales se expresaban solamente en las columnas y editoriales, y a la información se le reservaba el espacio de la actualidad bien contrastada. Por eso hoy aquel periodismo no ha perdido actualidad.
Lo que pasó hace 40 años, por supuesto que ya forma parte de la historia. En nuestro caso incluso más. Estamos viviendo un cambio de ciclo económico y social, un cambio de era cultural, muy profundos que a esos 40 años los convierten en algo mucho más lejano y distinto  del momento presente. Parece como si hubiera transcurrido un siglo completo.

Haces referencia a la imparcialidad, la objetividad y la independencia, como valores que nos vacunan contra el sectarismo informativo. En “Crónicas de la transición valenciana” ese rigor es una de la claves para ofrecernos una visión creíble de esa época. ¿No crees que en la actualidad se han perdido esos principios y el periodismo, controlado por importantes medios de comunicación, se ha convertido en un instrumento para transmitir la ideología del poder?

Los valores de independencia, objetividad e imparcialidad son siempre una aspiración a la que debemos aproximarnos. Hay informaciones en las que puedes cumplirlos de manera eficaz y al cien por cien, y hay otras situaciones informativas en las que no alcanzas ese máximo al que aspiras, bien porque tu empresa pone los límites o porque tú mismo te autocontrolas y no transmites al público todo lo que sabes. Esa es la práctica profesional más honesta y realista.

Algo muy distinto es inventarse las informaciones, manipular a conciencia, lanzar noticias falsas para provocar reacciones malvadas y perjudiciales contra las personas o las instituciones. Hay ejemplos y muy notables. A diario en España en la televisión, en la radio, en la prensa hay tertulianos, periodistas, que inventan los testimonios para crear miedo, frenar estados de opinión, manipular biografías de nuevos líderes políticos.
Los artículos del libro, sobre todo los de antes de 1976, están escritos con autocensura. En mis propias carnes fui objeto de un procesamiento de propaganda ilegal en el TOP por dirigir una revista de uso restringido en el ámbito de una entidad cultural privada. Era una revista que mandábamos a 800 socios. Pues aun ahí, en el ámbito privado, entraba la censura franquista a perseguir la libertad de expresión. De modo que aprendí a manejar el posibilismo informativo en los medios de comunicación.
Luego, ya en democracia, el tipo de empresas que eran Triunfo y El País ayudaba a ejercer un periodismo bien informado y contrastado, aunque hay que recordar que el semanario acabó cerrando porque su público se fue en masa al nuevo diario. Respetaban nuestro trabajo y procuraban no manipular la información. Eran empresas con accionistas no vinculados directamente a bancos y fondos financieros como los de ahora, que querían asentar la democracia, consolidar un juego político de varios partidos de diversas ideologías, incluida la comunista. Y si hacían un buen negocio económico, pues todos contentos: los profesionales, los propietarios y los lectores.
Esa situación ahora es imposible. Los medios informativos españoles, salvo excepciones, han acumulado tal nivel de deudas que prácticamente son propiedad de bancos y fondos financieros, incluso fondos buitres, esos que están reinventando el capitalismo para crear cada vez más desigualdad social. En esas condiciones la manipulación está servida. Solo se apoya a quien garantiza que va a respetar e impulsar tus intereses económicos. Esas actuaciones perversas se notan sobre todo en las  editoriales, artículos de opinión, columnas informativas enmarcadas en unos titulares que huelen a manipulación interesada. La información sobre el actual debate político español está lleno de esas malas intenciones que buscan mantener privilegios, alimentar situaciones de corrupción institucionalizada y agrandar los monopolios económicos, de ámbito internacional incluso. Hoy no es posible practicar aquel periodismo en libertad de la transición salvo en medios cuya empresa no  debe nada a los bancos. La cotización en bolsa de las acciones de un periódico no ayuda a ser independientes e imparciales.

Centrándonos en “Crónicas de la transición valenciana”, escribes un relato de primera mano, de cómo se vivió en la Comunidad Valenciana la Transición, atendiendo a diferentes ámbitos: políticos, culturales, económicos, etc., que en el libro creo que están muy bien estructurados. Pero, ahora, con el paso del tiempo y las experiencias vividas, ¿cómo interpretarías esos años de cambios y agitación?
Yo creo que fue un tiempo contradictorio en casi todos los ámbitos. La alegría se mezclaba con el miedo, la libertad de la movida cultural con la violencia del paquete bomba o la pintada en la puerta de tu casa. Las primeras manifestaciones en la calle sin correr delante de la policía eran un estimulante ejercicio colectivo de libertad de expresión. Los mítines políticos, los nuevos programas de radio y televisión eran una ventana abierta a Europa. La democracia se abría paso entre los resistentes que habían perdido sus privilegios de la dictadura.
En mi opinión lo fundamental es que cambiamos de abajo arriba toda la arquitectura política gracias a la aprobación de la Constitución de 1978. Los valencianos aprobamos nuestro Estatuto de Autonomía y recuperamos la Generalitat con el Consell y Les Corts. Entramos en la CEE para ampliar nuestro mercado y asegurar la consolidación de nuestro sistema democrático. En Valencia reforzamos la economía de exportación, la actividad industrial, renovamos la actividad agrícola, potenciamos los recursos turísticos, comenzamos a proteger el medio ambiente. Fueron unos años de creación cultural y modernización social.
Vivimos una época, en cierto sentido, parecida a la de la Transición, por el ímpetu de cambio que tiene la sociedad, empujada por una nueva generación. “Crónicas de la transición valenciana”, es un buen ejercicio de memoria para todos aquellos que reniegan de cómo se hicieron las cosas en aquellos años. ¿Cómo ve el periodista y escritor Millás la situación que estamos viviendo en España actualmente, no sólo en un sentido político/económico, también en el ámbito social/cultural?
Creo que para entender este tipo de situaciones sociales me ayuda haber estudiado cinco años de Historia en la Universidad de Valencia. Un buen sector de la sociedad española pide a gritos la renovación generacional y la adaptación del sistema electoral y de otras pautas legales para que la representación política pueda ser la transmisora de la sociedad y de las opiniones reales de los españoles. No es posible que un candidato de los partidos mayoritarios necesite diez veces menos de votos para alcanzar un escaño que el representante de las minorías. Esa ordenación electoral pudo tener su sentido en 1976 para superar la sopa de letras de tantos nuevos partidos y así  fijar la atención social en pocas y grandes formaciones políticas. Pero ya han pasado cuarenta años y eso debe cambiar. La alternancia de poder entre dos partidos, que inauguró Cánovas del Castillo, pertenece a la segunda mitad del XIX. El tiempo de hoy es otro.
Pero no es sólo una cuestión de recambio  generacional, sino también de renovación de mentalidad y de ideología, tanto a derecha como a izquierda, y de que los parlamentos representen a la gran diversidad de España. Se acabaron los monopolios. En la situación actual hay quien desea ignorar el pasado, descalificar y menospreciar lo que hicimos los que fuimos jóvenes en la Transición y tuvimos la oportunidad de intervenir en los cambios de la sociedad valenciana. Ahora la iniciativa corresponde a otros, hay que dejar el paso a nuevos líderes y a nuevas maneras de transformar la sociedad, pero contando siempre con nuestra experiencia acumulada y demostrada.

Me parece un momento apasionante. No es una encrucijada para tener miedo. Los que van a perder privilegios y poder  son los que intentan decir: o seguimos nosotros o llega el caos.  Pero esas amenazas no amedrantan a los inteligentes, a las gentes que compartimos el desarrollo social de una manera activa y solidaria.

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