Jaime Millás es un hombre sereno, pero no exento de pasión por lo que
hace, atributos que le dan a su trabajo esa fuerza contenida de la firmeza
reflexiva. Lo podemos descubrir charlando con él, sentados plácidamente, en los
bajos de la librería Argot de Castellón, donde el jueves 4 de febrero, a las
19,00 horas, va a presenta su último libro: “Crónicas de la transición
valenciana”.
Escritor viajero por toda la Comunidad Valenciana; hombre de la cultura,
sobre todo del teatro, que le llevó a la Dirección Artística de Teatres de la
Generalitat Valenciana, y del arte: es miembro de la Junta Rectora del MACVAC,
Museo de Arte Contemporáneo “Vicente Aguilera Cerni” de Vilafamés; pero sobre
todo periodista, oficio que ha desempeñado durante cuarenta años en prensa:
Triunfo, El País, Diario de Valencia; y radio: Radio Cadena Española, RNE. En
los últimos tiempos ha publicado en ensayo: “Manuel Millás, sainets valencianas
(1871-1891)” y “Crónicas de la transición valenciana. 1972-1985”, recopilación
de artículos publicados en Triunfo y El País, durante la Transición, objeto de
esta entrevista.
Desde
tu trayectoria como periodista ¿cómo crees que ha evolucionado el periodismo en
general, y en la Comunidad Valenciana, en particular, a lo largo de los últimos
40 años?
-Si tomamos como referencia los
temas que abordo en el apartado del libro que he denominado Democracia de
papel, creo que este es un buen punto de partida para responderte la pregunta. En los años de la Transición hubo que
defender a fondo la libertad de expresión, porque aunque se había derogado la
ley Fraga de prensa, seguía existiendo la censura previa y las limitaciones a
crear empresas periodísticas. Además, a los grupos de extrema derecha y a
determinados estamentos franquistas e integristas no les gustaba en absoluto
que los periodistas escribiéramos libremente, intentando desenmascarar su juego
en contra de la recién estrenada democracia parlamentaria. Numerosos
periodistas fueron llevados al banquillo por esta razón.
Todo el aparato ideológico que el
franquismo mantuvo durante décadas, con emisoras y periódicos del Movimiento,
se transformó en medios de comunicación de apoyo a la democracia y se abrieron
amplias expectativas de trabajo para los jóvenes periodistas que queríamos
trabajar en medios de carácter público.
En el ámbito de los medios de
información privados surgieron también muchas iniciativas de nuevo periodismo
independiente, de revistas y periódicos dispuestos a defender el valor
informativo de lo local, de lo que ahora son las autonomías.
Nuestra profesión, que antes
había sido gremialista y estaba organizada en cotos cerrados para administrar
determinados privilegios, se abrió a la sociedad y a todo profesional que
quisiera ejercer de periodista. Se constituyeron uniones profesionales que
defendían la libertad de prensa, una política informativa que desterrara la
censura y el dictado informativo desde el poder; la promoción de los medios
públicos de información, y la superación de la titulitis. Desde ese nuevo asociacionismo
también ayudamos a que los aspectos laborales se abordaran en los sindicatos,
procuramos que el periodista se inscribiera en sindicatos de clase.
Los principales cambios que
percibo de ayer a hoy corresponden a la precariedad laboral. Ha desaparecido
prácticamente la oferta de trabajo en medios públicos. En Valencia esta
situación se ha agudizado con el cierre de Radio Televisión Valenciana. Tampoco
se crean nuevos periódicos o revistas en papel. Los que hay luchan por
sobrevivir reduciendo gastos y personal. Y las ofertas laborales en periodismo
virtual son muy escasas.
El contenido del mensaje
informativo se ha reducido drásticamente. En ocasiones se trabaja solamente con
titulares, con mensajes de dos líneas. Ahora sería imposible que el director de
una revista me encargara, como hacía en los años 70 el director del semanario
Triunfo, escribir quince folios sobre Blasco Ibáñez o resumir en doce folios
una mesa redonda de políticos valencianos. Se hace escaso periodismo de
investigación y se razona poco sobre la actualidad informativa. El periodista apenas
sale a la calle a ver con sus propios ojos la realidad, a confirmar en directo los
hechos. Se vive de los mensajes electrónicos, de las imágenes y las voces que
llegan por internet. Incluso hay políticos que piensan que la información hay
que darla desde una pantalla por circuito interno, creen que informar es simplemente
poner un plasma entre la noticia y el medio de información. Son horas bajas,
muy bajas, para el trabajo del periodista, y también para la información contrastada.
Manuel
Tuñón de Lara decía que para hacer historia hay que afrontar los acontecimientos
con al menos veinticinco años desde que sucedieron, para que podamos tener
perspectiva histórica. La Transición ya ha superado ese tiempo y podemos
analizarla con criterios históricos. Ahora, desde la distancia ¿eres consciente
que tu libro “Crónicas de la Transición valenciana (1972-1985)” se ha
convertido en una fuente periodística para el estudio de la historia de esos
años en la Comunidad Valenciana?
-Por supuesto, es una fuente de
la historia con mayúsculas. La historia contemporánea se escribe con los
periódicos y las revistas entre otras fuentes de información. Y con el tiempo
que ha pasado, no ya los 25 años de Tuñón de Lara, sino los 40 de nuestra
existencia, soy todavía más consciente de que si el periodismo que practiqué en
aquella época no hubiera estado guiado por la pretensión de objetividad,
imparcialidad e independencia, sino por
la opinión sectaria y parcial, difícilmente aquellas crónicas, aquellos
reportajes hoy tendrían vigencia y valor histórico para reconstruir un tiempo
pasado.
Por fortuna Triunfo durante la
agonía del franquismo fue la revista española de toda la oposición democrática,
que incluía también a personas conservadoras que se manifestaban contra la
dictadura. Por tanto, escribíamos para ser leídos por comunistas,
democristianos, liberales, socialistas, nacionalistas… Hicimos un periodismo de
gran arraigo cultural, que buscaba enlazar con los autores, los políticos, los
escritores y los pensadores cuya voz truncó la guerra del 36 y el golpe de
estado de los militares franquistas apoyados por la derecha católica y la
Iglesia.
Ya en democracia, el diario El
País también buscó hacer un periodismo riguroso que el paso del tiempo no
convirtiera en papel mojado. Cambiaron mucho con la presencia de este nuevo periódico
de la mañana los códigos de comunicación informativa. La información pasó a ser
sintética, bien ordenada, con una organización interna bien equilibrada. Las
opiniones personales se expresaban solamente en las columnas y editoriales, y a
la información se le reservaba el espacio de la actualidad bien contrastada.
Por eso hoy aquel periodismo no ha perdido actualidad.
Lo que pasó hace 40 años, por
supuesto que ya forma parte de la historia. En nuestro caso incluso más.
Estamos viviendo un cambio de ciclo económico y social, un cambio de era
cultural, muy profundos que a esos 40 años los convierten en algo mucho más
lejano y distinto del momento presente.
Parece como si hubiera transcurrido un siglo completo.
Haces
referencia a la imparcialidad, la objetividad y la independencia, como valores
que nos vacunan contra el sectarismo informativo. En “Crónicas de la transición
valenciana” ese rigor es una de la claves para ofrecernos una visión creíble de
esa época. ¿No crees que en la actualidad se han perdido esos principios y el
periodismo, controlado por importantes medios de comunicación, se ha convertido
en un instrumento para transmitir la ideología del poder?
Los valores de independencia,
objetividad e imparcialidad son siempre una aspiración a la que debemos aproximarnos.
Hay informaciones en las que puedes cumplirlos de manera eficaz y al cien por
cien, y hay otras situaciones informativas en las que no alcanzas ese máximo al
que aspiras, bien porque tu empresa pone los límites o porque tú mismo te
autocontrolas y no transmites al público todo lo que sabes. Esa es la práctica
profesional más honesta y realista.
Algo muy distinto es inventarse
las informaciones, manipular a conciencia, lanzar noticias falsas para provocar
reacciones malvadas y perjudiciales contra las personas o las instituciones.
Hay ejemplos y muy notables. A diario en España en la televisión, en la radio,
en la prensa hay tertulianos, periodistas, que inventan los testimonios para
crear miedo, frenar estados de opinión, manipular biografías de nuevos líderes
políticos.
Los artículos del libro, sobre
todo los de antes de 1976, están escritos con autocensura. En mis propias
carnes fui objeto de un procesamiento de propaganda ilegal en el TOP por
dirigir una revista de uso restringido en el ámbito de una entidad cultural
privada. Era una revista que mandábamos a 800 socios. Pues aun ahí, en el
ámbito privado, entraba la censura franquista a perseguir la libertad de
expresión. De modo que aprendí a manejar el posibilismo informativo en los
medios de comunicación.
Luego, ya en democracia, el tipo
de empresas que eran Triunfo y El País ayudaba a ejercer un periodismo bien
informado y contrastado, aunque hay que recordar que el semanario acabó
cerrando porque su público se fue en masa al nuevo diario. Respetaban nuestro
trabajo y procuraban no manipular la información. Eran empresas con accionistas
no vinculados directamente a bancos y fondos financieros como los de ahora, que
querían asentar la democracia, consolidar un juego político de varios partidos
de diversas ideologías, incluida la comunista. Y si hacían un buen negocio económico,
pues todos contentos: los profesionales, los propietarios y los lectores.
Esa situación ahora es imposible.
Los medios informativos españoles, salvo excepciones, han acumulado tal nivel
de deudas que prácticamente son propiedad de bancos y fondos financieros, incluso
fondos buitres, esos que están reinventando el capitalismo para crear cada vez
más desigualdad social. En esas condiciones la manipulación está servida. Solo
se apoya a quien garantiza que va a respetar e impulsar tus intereses
económicos. Esas actuaciones perversas se notan sobre todo en las editoriales, artículos de opinión, columnas
informativas enmarcadas en unos titulares que huelen a manipulación interesada.
La información sobre el actual debate político español está lleno de esas malas
intenciones que buscan mantener privilegios, alimentar situaciones de
corrupción institucionalizada y agrandar los monopolios económicos, de ámbito
internacional incluso. Hoy no es posible practicar aquel periodismo en libertad
de la transición salvo en medios cuya empresa no debe nada a los bancos. La cotización en
bolsa de las acciones de un periódico no ayuda a ser independientes e
imparciales.
Centrándonos
en “Crónicas de la transición valenciana”, escribes un relato de primera mano,
de cómo se vivió en la Comunidad Valenciana la Transición, atendiendo a
diferentes ámbitos: políticos, culturales, económicos, etc., que en el libro
creo que están muy bien estructurados. Pero, ahora, con el paso del tiempo y
las experiencias vividas, ¿cómo interpretarías esos años de cambios y
agitación?
Yo creo que fue un tiempo
contradictorio en casi todos los ámbitos. La alegría se mezclaba con el miedo,
la libertad de la movida cultural con la violencia del paquete bomba o la
pintada en la puerta de tu casa. Las primeras manifestaciones en la calle sin
correr delante de la policía eran un estimulante ejercicio colectivo de
libertad de expresión. Los mítines políticos, los nuevos programas de radio y
televisión eran una ventana abierta a Europa. La democracia se abría paso entre
los resistentes que habían perdido sus privilegios de la dictadura.
En mi opinión lo fundamental es
que cambiamos de abajo arriba toda la arquitectura política gracias a la
aprobación de la Constitución de 1978. Los valencianos aprobamos nuestro Estatuto
de Autonomía y recuperamos la Generalitat con el Consell y Les Corts. Entramos
en la CEE para ampliar nuestro mercado y asegurar la consolidación de nuestro
sistema democrático. En Valencia reforzamos la economía de exportación, la
actividad industrial, renovamos la actividad agrícola, potenciamos los recursos
turísticos, comenzamos a proteger el medio ambiente. Fueron unos años de
creación cultural y modernización social.
Vivimos
una época, en cierto sentido, parecida a la de la Transición, por el ímpetu de
cambio que tiene la sociedad, empujada por una nueva generación. “Crónicas de
la transición valenciana”, es un buen ejercicio de memoria para todos aquellos
que reniegan de cómo se hicieron las cosas en aquellos años. ¿Cómo ve el
periodista y escritor Millás la situación que estamos viviendo en España
actualmente, no sólo en un sentido político/económico, también en el ámbito
social/cultural?
Creo que para entender este tipo de
situaciones sociales me ayuda haber estudiado cinco años de Historia en la
Universidad de Valencia. Un buen sector de la sociedad española pide a gritos
la renovación generacional y la adaptación del sistema electoral y de otras
pautas legales para que la representación política pueda ser la transmisora de
la sociedad y de las opiniones reales de los españoles. No es posible que un
candidato de los partidos mayoritarios necesite diez veces menos de votos para
alcanzar un escaño que el representante de las minorías. Esa ordenación electoral
pudo tener su sentido en 1976 para superar la sopa de letras de tantos nuevos
partidos y así fijar la atención social
en pocas y grandes formaciones políticas. Pero ya han pasado cuarenta años y
eso debe cambiar. La alternancia de poder entre dos partidos, que inauguró
Cánovas del Castillo, pertenece a la segunda mitad del XIX. El tiempo de hoy es
otro.
Pero no es sólo una cuestión de
recambio generacional, sino también de
renovación de mentalidad y de ideología, tanto a derecha como a izquierda, y de
que los parlamentos representen a la gran diversidad de España. Se acabaron los
monopolios. En la situación actual hay quien desea ignorar el pasado,
descalificar y menospreciar lo que hicimos los que fuimos jóvenes en la
Transición y tuvimos la oportunidad de intervenir en los cambios de la sociedad
valenciana. Ahora la iniciativa corresponde a otros, hay que dejar el paso a
nuevos líderes y a nuevas maneras de transformar la sociedad, pero contando
siempre con nuestra experiencia acumulada y demostrada.
Me parece un momento apasionante.
No es una encrucijada para tener miedo. Los que van a perder privilegios y
poder son los que intentan decir: o
seguimos nosotros o llega el caos. Pero
esas amenazas no amedrantan a los inteligentes, a las gentes que compartimos el
desarrollo social de una manera activa y solidaria.
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