Publicado en Levante de Castellón el 26 de febrero de 2016
En este país, que parece una piel
vacuna, si incluimos a Portugal, estirada en medio de la mar océana, y a tiro
de piedra de las costas africanas, nadie sabe nada. Tal como suena: Nadie sabe
nada. Y no estoy haciendo referencia a una película que podría dirigir Daniel Calparsoro.
No. Es que nadie sabe nada, de verdad. Cuando a un futbolista se le pregunta
por algún lance de juego o un mal partido, rápidamente tira de la manida frase:
“El fútbol es así”, que es como que decir: “Yo no sé nada, pregúntale al
fútbol”. Claro, que podemos pensar que el nivel dialéctico de muchos
futbolistas está a la altura de la rodilla, y de ahí para arriba, lo único que
les funciona bien es la entrepierna. Por eso ellos nunca saben nada de lo que
hacen, para qué, si el fútbol es así.
Pero
el desconocimiento de lo que sucede a
nuestro alrededor no se queda ahí. Si usted hace por la calle alguna
pregunta comprometida, la mayoría de los transeúntes le contestarán: “A mí no
me pregunte, yo de eso no sé nada”. Aunque últimamente lo que está más de moda
es contestar con un: “Es lo que hay”. Es decir, que no solamente no sabes nada,
ni quieres saberlo, sino que además te da igual, con ese derrotismo tan
español, incluida Cataluña, que se resume en la frase: “Para lo que va a
servir”. Pelillos a la mar, no la océana del Almirante Cristóbal Colón, sino a otra
mar que nadie sabe dónde está.
Como
verán, el nadie sabe nada, ni quiere saberlo, es un arte arraigado en la
geografía celtibérica de la piel de toro, no sabemos si por influencia de las
invasiones bárbaras de las tribus godas de Centroeuropa; o quién sabe si se
debe a los 700 años de convivencia con musulmanes y judíos. La construcción de
una inteligencia colectiva es muy compleja y exige esfuerzo, así que, en la
sociedad del Libro Gordo de Petete, lo mejor es cargarle el muerto al fútbol o
al pasotismo de es lo que hay. Esto es preocupante, porque o somos un país de
imbéciles, dicho esto en el sentido literal de la palabra: “Tonto o falto de
inteligencia”, según la RAE; o de cobardes, que nos hacemos los estúpidos, para
que no nos salpique la mierda, ni nada nos complique la vida. Pero, ojo, que
todo se pega. Como aquel que se hizo el sordo cuando ingresó en la mili, para
que le declararan exento, y cuando lo consiguió, después de convencerse de que
no oía nada, tuvo que ponerse un sonotone, porque realmente se había quedado
sordo.
Por eso, no
nos ha de extrañar, que en buena parte de la clase política, nadie sepa nada, abonados
a este deporte nacional de la ignorancia consentida. A fin de cuentas es lo más
cómodo. Así, si metes la mano en la caja y te llevas un buen pellizco, cuando
te pillen, con poner cara de idiota y decir que tú no sabías nada, está todo arreglado.
¡Coño! ¿Qué te han vaciado los muebles del despacho y tú no sabes nada? ¡Manca
finezza! Busca una excusa algo más inteligente. Aunque, para qué. Si no hace
falta. Si vivimos en el país del “Nadie sabe nada”, y ya se sabe: “donde fueres
haz lo que vieres”. Pues si “el fútbol es así”, por qué vas a venir a cambiar
las maneras.
Ahora,
hay que reconocer que tenemos verdaderos maestros y maestras del “no sé
nada”. De los pillados in fraganti, que
ponen cara de bobos y dicen ¡uy! yo no sé nada. No sé por qué mi marido tenía
un jaguar en el garaje, son cosas suyas.
Y la exministra de Sanidad se quedó tan oreada, pues ya se había quitado
toda culpa haciéndose la boba. Como se lo hace la infanta -¡manda guevos!- con
el caso Noos. Ella no sabe nada. Vive a todo trapo en un palacete de seis
millones de euros, en la zona más chic de Barcelona, y no sabe nada de los
trapicheos millonarios, con dinero público, de su marido. ¡En qué buena
consideración lo tiene! Lo de ser ella administradora de las empresas de
Urdangarín es pecatta minuta, afín de cuentas, firmaba lo que le decía su marido, o el
secretario de la Casas Real. Que tampoco sabía nada de las andanzas del yerno
del rey, en la actualidad emérito por la gracia de Dios.
En
este clan de las bobas, hay muchas, pero nadie como Rita Barberá y Esperanza
Aguirre, que rodeadas de corrupción llevada a cabo por sus más directos
colaboradores, algunos incluso están en la cárcel, ellas no saben nada. Un día
le llega a Barberá un bolso de Luis Vuitton, por hacer mención a algún regalo,
y ella no pregunta por qué. Si es que es tan buena alcaldesa, que se lo tiene
merecido. Aunque la que se hace la boba mejor es, sin duda, Esperanza Aguirre,
no hay una maestra como ella. La Comunidad de Madrid está infectada de hienas
que lo rapiñan todo, y ella no es capaz de percibir el olor, teniéndolo tan
cerca. Dejaremos aquí el Clan de las Bobas, o esto no se acabaría nunca.
En
el país del “Nadie sabe nada”, hay algunos que rozan el insulto, adjudicándonos
el papel de imbéciles, ante su ignorancia por los casos de corrupción que
estallan a su alrededor. El maestro indiscutible es Mariano Rajoy. No solamente
no sabe nada de corrupción en su Partido, sino que ha puesto la mano en el
fuego por todos los que han sido y vienen siendo imputados, investigados,
enjuiciados o condenados. ¡Vaya ojo que tiene el amigo! Él no sabe nada de los
sobres de Bárcenas, vamos a este señor ni le conoce, ni de las obras en las sedes
del PP con dinero negro; ni de gürteles, ni púnicas, ni taulas, ni nada de
nada. Lleva toda su vida política con cargos de dirección en su Partido, minado
por la corrupción de propios y ajenos, y él no ha detectado nunca nada.
En
eso se parece a Artur Mas, otro mago de la prestidigitación haciéndose el bobo.
A este, que bebe de importantes cargos en CIU y la Generalitat de Cataluña, en
tiempos que se han sucedido significativos casos de corrupción, como el 3% o la fortuna amañada por la familia Pujol, no
le consta nada. Es como si él acabara de llegar y hubiera aterrizado en la
orilla del cenagal corrupto en el que se ha bañado la política catalana durante
muchos años. Él pone cara de bon chiquet, y no sabe nada. Y si no sabe nadad,
por qué va a tener que dar explicaciones.
Luego están
los que se encolerizan cuando se les descubre, como el indagando Francisco
Camps. Pero de estos ya no queda espacio en este artículo para hablar.
A
sí que tenga usted cuidado, no vaya a ser que un día de estos, se encuentre en
el maletero del armario de su habitación, un maletín con un millón de euros, olvidado
por los montadores de IKEA o el fontanero. Por supuesto, usted no sabrá nada.
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