lunes, 10 de octubre de 2016

Diario esférico. 10 de octubre de 2016

                El sábado, cautivado por una campaña de promoción tan rutilante como insistente, me fui a ver “Un monstruo viene a verme”. Eran tantas las bondades anunciadas y las emociones prometidas, que compré un paquete de Kleenex y sin pensármelo dos veces, me acomodé en el sillón del cine, dispuesto a  dejarme llevar por ese monstruo amigo. Incluso, pensé, iluso de mí: si el tejo andante es capaz de arreglar las cuitas psicológicas de un preadolescente, por qué no puede dejarme a mí igual que cuando se sale de una sesión de diván con el psicoanalista a tu espalda.
                Pero mi gozo se quedó en el pozo de la decepción. Quizá por el alto nivel de las expectativas creadas, y el monstruo, que no sé por qué me dio por pensar que estaba sacado de una película de Disney, se quedó en la salida de la autopista y no vino a verme. Lástima: no lloré, no moqueé, ni se me hizo un nudo en el estómago. Nada. Incluso, me aburrí un poco, por momentos. Y no se crean, que lejos de aliviar mi alma, me ha creado un problema, al pensar que debo ser yo el raro, por no llorar, ni empatizar con el niño de la película, que no sé muy bien si sufría por su madre, por él, por los maltratos del colegio, o por su abuela. ¿Será que me he convertido en un frío emocional, como Jadis, la bruja malvada de Narnia? Yo que lloro hasta con el telediario (aunque llorar con el telediario no es nada del otro mundo, lo ponen a huevo) y de la película que hay que salir sorbiéndose la lágrimas me quedo frío.
                Y es que, cuando las expectativas son altas, en este caso altísimas, cualquier cosa que no alcance la altura prometida nos parece mal. Porque no es una mala película, si uno va pensado en ver una obra entretenida de la factoría Disney, con tintes de psicoanálisis. Pero, hombre, creer que vas a ver una obra maestra cuando los personajes más creíbles son los presentadores de las noticias de Tele 5, que insisten machaconamente para que vayamos a verla, es para echarse a llorar, y esta vez de verdad.

                Le voy a dar un par consejos, con su permiso, si piensan ir a ver la película.  A) No lleven niños. Se aburren soberanamente. B) Piensen que van a ver una historia entretenida, a ratos, con efectos especiales normales, y con la posibilidad de emocionarse, dependiendo de lo sensible que se encuentre usted en ese momento. Es posible que así salgan del cine, pensando que no han perdido el tiempo. Vamos, como en muchas de las películas que se estrenan habitualmente. 

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