Publicado en Levante de Castellón el 11 de enero de 2019
La memoria de los humanos es más
corta de lo que creemos y olvidamos con demasiada facilidad aquellos sucesos
que marcaron nuestra sociedad y convirtieron la vida en un infierno. Así, los
europeos parece que hemos olvidado el pasado de fascismo y totalitarismo que
asoló el continente durante el siglo pasado. Y qué decir de los españoles, que
preferimos abrazar otra vez discursos envueltos en banderas y misas a la
virgen, en un retorno funesto a los años de la dictadura, que apoyar medidas
dirigidas a mejorar nuestro estado de bienestar, por otro lado, bastante tocado
por las políticas de aquellos que ahora se codean con el resurgido fascismo
patrio, como si de un hijo pródigo se tratara.
Suzzane
Collins, la autora de “Los Juegos del Hambre”, en una ocasión dijo que “somos
seres inconstantes y estúpidos con mala memoria y un don para la
autodestrucción”. No hay frase más acertada para definir lo que está sucediendo
en España, a tan solo cuarenta años de la muerte de uno de los dictadores más
sangrientos habidos en el mundo durante el siglo XX. Quizá por eso, se ha
tratado de ocultar la verdadera cara del franquismo, y quizá por eso, la
derecha ha procurado taparla con un velo de demagogia, y la extrema derecha, directamente,
niega la mayor de la brutalidad de la dictadura.
Porque parece
que los españoles estamos llegando, una vez más, a ese puerto de estupidez y
autodestrucción en el que tanto nos gusta regodearnos, como si
encontráramos nuestra identidad en el fango
oscuro de la historia y no en la lucidez de la libertad, el bienestar y la
confianza en nosotros mismos. Aunque todavía es pronto para extrapolar
intenciones y hacer generalizaciones sobre lo que va a pasar en el futuro, el
entusiasmo del poder en jalear a la extrema derecha, no nos hace barruntar nada
bueno en los próximos meses, y quién sabe si años.
Así, de la
misma manera que se inventaron el partido de Rivera para contrarrestar a
Podemos cuando el poder se vio amenazado (en palabras del presidente del Banco
de Sabadell en el Círculo de Empresarios en 2014: “El Podemos que tenemos nos
asusta un poco, habrá que inventarse un Podemos de derechas”), el nacionalismo/catetismo
catalán, también está asustando al poder, haciendo que se saquen de la manga un
partido ultranacionalista español, con claras intenciones de vuelta al pasado,
ese que parece hemos olvidado.
Olvidamos,
porque nos resulta más fácil vivir en la desmemoria. Nos dejamos llevar, porque
pensar exige un esfuerzo que no estamos dispuestos a realizar, en una sociedad
en donde el dame pan y dime tonto, se ha convertido en una filosofía de vida.
Por eso aceptamos la mentira como moneda de cambio en las relaciones sociales; la
mentira como discurso edulcorado de hacer política. Y eso el poder lo sabe. Por
ello los medios de comunicación se han llenado de noticias falsas, que la
mediocridad de algunos, ni siquiera se molesta en contrastar; y qué decir de
las redes sociales, convertidas en los grandes mentideros del siglo XXI.
Consentimos,
entonces, que el olvido inunde nuestras mentes, porque así, con la ignorancia
instalada en cada rincón de nuestra existencia, nunca tendremos mala conciencia
de las cosas que suceden a nuestro alrededor y toleramos. Por eso vemos la
irrupción de la extrema derecha como una cosa natural a la democracia, cuando
esto es contra natura; y que la derecha tradicional se alíe con ella para
alcanzar el poder, como algo normal, como si la derecha democrática y la
extrema derecha no debieran actuar como el agua y el aceite. Porque deberían
ser incompatibles, a no ser que en España, todavía, las derechas en su conjunto
sigan bebiendo de la dictadura el néctar de su ideología, y eso las empareja.
En definitiva,
olvidamos lo que queremos y lo que no queremos, porque es más fácil vivir en la
desmemoria, que en el pleno conocimiento de nuestros actos y sus consecuencias.
Olvidamos tanto, que puede llegar hasta dolernos en la vida y en el amor: “Y cuanto de mi amor puedas,
memoria, cuanto puedas, tráemelo de nuevo esta noche”, rogaba el poeta griego
Kavafis, temeroso de que el olvido no tuviera vuelta atrás.
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