Publicado en Levante de Castellón el 4 de enero de 2019
Nos creíamos invulnerables.
Protegidos de quienes hicieron de Europa hace décadas una geografía marcada por
el odio y la destrucción de nosotros mismos. Pensábamos que estábamos vacunados
contra el virus del fascismo, sólo porque el recuerdo del daño que hizo en el
continente, nos había vuelto inmunes. El triunfo de la democracia después de la
Segunda Guerra Mundial, hizo que los europeos nos pusiéramos a construir una
sociedad menos violenta y más justa; asentada en la solidaridad y la paz, en la
convivencia y el estado de bienestar. Y lo cierto, es que durante muchos años
funcionó. Hicimos que Europa occidental
fuera un lugar donde sus ciudadanos estaban en el centro de las políticas, y la
libertad y el reparto equitativo de la riqueza, eran las máximas de cualquier
gobierno democrático. Un espacio, donde los conflictos se solucionaban mediante
la negociación y el acuerdo.
Sin
embargo, todo se ha ido viniendo abajo desde que el neoliberalismo más salvaje, el que pone la economía por
encima de las personas; el que sólo piensa en acumular ganancias para el
beneficio de unos pocos; ese liberalismo que se sustenta en el miedo de la
gente a perder lo que tiene, por lo que nos atenaza y convierte en sociedades
débiles, se ha ido imponiendo como una plaga bíblica por todo el continente,
convirtiendo a los europeos en mercancías de usar y tirar, siempre en nombre de
la optimización económica en manos de las grandes multinacionales; haciendo que
los estados hayan perdido protagonismo en la regulación de las relaciones
sociales y económicas. En definitiva, el neoliberalismo que todo lo controla,
hasta nuestra voluntad de voto, ha sustituido la economía social de mercado que
regía la Europa comunitaria, por la economía de mercado del sálvese quien
pueda; de la libertad como principio inalienable de la sociedad y las personas
que la forman, a la libertad manipulada por los medios de comunicación, que,
curiosamente, están en manos de los grandes capitales europeos y mundiales.
No
nos ha de extrañar, entonces, que el nuevo/viejo fascismo esté irrumpiendo en
diferentes países europeos, convirtiendo el pasado más reciente en papel
mojado, con discursos muy parecidos a los que se escucharon en Europa durante
la primera mitad del siglo XX y en España durante los cuarenta años de
dictadura. Discursos basados en el nacionalismo xenófobo; en la vuelta a la
religión como seña de identidad, tratando de ocultar que es en la laicidad de
la sociedad, cuando los europeos más hemos avanzado en derechos, libertades y bienestar. Discursos que niegan la igualdad de
género y oportunidades y los avances en protección del medio ambiente. Un fascismo, que siempre ha ido de la mano del
capitalismo liberal (que no es lo mismo que el capitalismo social que ha
pervivido en Europa durante varias décadas), cuando éste ha necesitado un brazo
ejecutor, un poli malo, para anular las reivindicaciones y movimientos sociales
que tratan de impedir su expansión desmedida. A ese capitalismo, el fascismo le
viene como un guante para controlar a la ciudadanía, anestesiándola con
nacionalismos impropios de una sociedad democrática.
Por
todo ello, los europeos, los españoles, nos jugamos mucho en este año 2019 que
ahora empieza, plagado de elecciones que van a ser vitales para la
supervivencia del proyecto de una Europa social, democrática y solidaria. El
avance del fascismo se puede frenar en las urnas. No sólo dejando de votar a
los partidos de extrema derecha, que están proliferando por todo el continente.
También, castigando a aquellos, que como en España, en su ansia por conseguir
el poder están dando alas y carta de legalidad al fascismo.
Estamos
a pocos meses de unas elecciones europeas, municipales y autonómicas, en las
que el olvido no puede ser la moneda de cambio del ascenso del fascismo. Está en juego la supervivencia de la
democracia, un concepto que no tiene nada que ver con la xenofobia, el
nacionalismo, la desigualdad y la injusticia. De nosotros depende que miremos
al futuro con esperanza o que regresemos a un pasado de oscuridad y miedo.
¿Con lo de "nacionalismo xenófobo" te refieres también a los secesionistas catalanes o sólo te refieres a Vox? Supongo que te refieres a los dos, porque son uña y carne que se necesitan para sus tropelías. Bien dicho.
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