domingo, 13 de enero de 2019

El machismo bien vale una misa


Publicado en Levante de Castellón el 11 de enero de 2019
Empezamos por decir que los hombres somos víctimas de tanto feminismo, radical o no. Continuamos por creer que las mujeres son unas quejicas, que no aguantan nada. Seguimos culpando a las mujeres de utilizar los malos tratos como venganza contra los hombres. Y acabaremos borrando de los medios la violencia de género, que si no se sabe, parece que no existe y, además, resulta cansino todo el rato hablando de las mujeres, como si los hombres no existieran.
                Esa es la lógica del nuevo/viejo fascismo. Esa y la reivindicación del hombre, del macho, para ser más exactos, como el ser elegido por la divinidad para hacer de su capa un sayo. Una lógica que ha imperado a lo largo de la historia, en donde las mujeres han ocupado un papel subalterno, cuando no subsidiario del hombre. No hay frase más ilustrativa del machismo histórico, que aquella que decía: “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”. Y eso es lo que no pueden soportar los hombres que entienden el machismo como un valor de poder sobre la mujer y todo lo que nos rodea. Porque detrás del machismo que muchos están intentando volver a poner en alza, sólo existe la intención de dominio, de fuerza sobre el “hipotéticamente” más débil, y así, trasladar ese pensamiento de dominación al resto de la sociedad. El hombre domina a la mujer; el hombre domina la naturaleza; el hombre domina a otros hombres que considera inferiores.
                Dicen que el feminismo es cansino. No digo que algunas mujeres no lo sean, como siempre que se da voz a un exaltado. Pero es un  cansancio que debemos sufrir, aunque sólo sea para darnos cuenta de que las mujeres tienen razón en sus reivindicaciones de igualdad y seguridad. A fin de cuentas, a pesar de los discursos facciosos, las víctimas de la violencia y la desigualdad son ellas.
                ¿Y el machismo? ¿No es cansino? ¿No cansa tener que ser siempre el gallo del corral? ¿No es aburrido parecer que lo controlamos todo? ¿No es triste tener que ocultar nuestros sentimientos, para que no parezca que somos “nenazas”? Quizá, si los hombres hiciéramos una reflexión sobre este asunto, muchas cosas cambiaría, y los discursos del nuevo machismo conservador serían  una anécdota y no una categoría. Además, si abandonáramos ese concepto erróneo de masculinidad que tenemos, tan ridículo y destructivo, ¿nos hemos planteado si no seríamos más felices?
                Decía Betty Friedan, una mujer nada sospechosa de feminismos radicales, que ninguna mujer tiene un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina. Sin embargo, durante décadas, eso es justo lo que nos ha hecho creer toda la propaganda machista, mostrándonos mujeres felices en el hogar, atendiendo a su marido y a sus hijos, como abnegada, pero contenta, madre y esposa. Justo lo que la propaganda nazi decía sobre la nueva mujer en Alemania, en donde no podían fumar o maquillarse, porque eso perjudicaba su tarea primordial de tener hijos. O como aconsejaba aquel famoso consultorio de Elena Francis, que destrozó la vida a tantas mujeres en España, con sus exhortaciones de sumisión y buena esposa alejada de los placeres mundanos. En un caso y otro, las vanidades femeninas, los gustos por el placer,  la libertad de sentirse persona, se asociaba a las mujeres de mala vida, que nada tenían que ver con esa fémina hecha para la procreación y el servicio a los hombres.
                Eso es, ni más ni menos, lo que está desempolvando la extrema derecha en España, con el debate manido y vergonzoso sobre la mujer y la violencia estructural que sufren todas, y la violencia particular que muchas de ellas padece. Pero que un partido de extrema derecha, heredero ideológico del franquismo y su cruzada nacional católica, diga las barbaridades que está diciendo, está dentro de lo previsible. Lo que no es de recibo es el papel que está jugando en este asunto la otra derecha, la supuestamente democrática y defensora de la igualdad, que es capaz de aliarse con el diablo si, cómo a Fausto, le garantiza el poder y la gloria. A no ser que piensen que Elena Francis daba buenos consejos a las mujeres, y no se atrevieran a confesarlo.
                París bien vale una misa, dijo el príncipe hugonote Enrique de Borbón, cuando la única alternativa que tenía para hacerse con el trono francés era convertirse al catolicismo.

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