Una
novela puede ser buena por muchos motivos, algunos muy sesudos y otros más
ligeros, depende de las personas y los momentos de la vida. Al final es un
reconocimiento subjetivo, que nos puede hacer desechar lo que para otros es una
gran novela, o entusiasmar lo que muchos repudian. En mi caso particular, me tiene que gustar, envolver
su trama, sentir la caricia de las palabras como algo placentero y no pesado. Tiene
que haber conexión con el texto, para que no quiera que se acabe, y debe
transmitirme no sólo sentimientos y emociones, también alguna que otra
enseñanza. Pero, cuando realmente sé que una novela me ha atrapado, es después
de haberla leído, si su recuerdo sigue estando presente en mis pensamientos.
Algo
así, es lo que me ha sucedido con la novela de Mónica Mira: “Me cuesta tanto
olvidarte” (Versátil 2017), que me ha atrapado más allá de su lectura. He de
confesar que llegué a ella con cierta prevención, pues viene editada en un una
colección de novela romántica, género que suelo frecuentar bastarme poco. Por
lo que ya de entrada, es inevitable, mi
disposición no era muy favorable. Pero ahí es donde está la gracia: afrontar
una lectura sin un interés mínimo y llevarte la sorpresa. Es lo que tiene la
literatura, que si nos acercamos a ella sin dogmatismos, nos puede deparar
momentos fantásticos, sin buscarlos.
No
soy muy entendido en este género que leen miles de personas, y por tanto desconozco
sus claves, por eso yo no me atrevería calificar “Me cuesta tanto olvidarte”
como novela romántica, porque tras un
argumento hipotéticamente sostenido por el amor, no una amor pegajoso y dulzón,
sino un amor de los que duelen, de los que cuesta llegar a entender, y cuando
lo haces, te das cuenta de que el amor tiene muchas aristas, que muchas veces
nos hieren, sin que lleguemos a descubrirlas; tras ese amor que desde el
personaje principal, Gabriela, se abre a
varias personas, se esconde una historia muy triste de soledad y descubrimiento
de lo que uno se pierde de la vida cuando está dedicado en exclusividad a un
asunto.
Mónica
Mira con estos ingredientes hace además una radiografía de algunos de los temas
más actuales que hoy marcan la información de los medios, se nota su oficio de periodista:
la corrupción, el alzhéimer y la desolación que deja en familiares, la violencia sostenida por el poder del
dinero, la mentira pública y privada en la que vivimos instalados, el machismo
irreverente del poder que trata a la mujer como un objeto, y el esfuerzo que
tenemos que hacer para sobrevivir en este mundo donde nada es lo que parece. Y
lo hace a través de un relato muy bien organizado, con una estructura lineal de
la novela, por lo que no hay lugar a equívocos temporales, y unos personajes
bien trazados, que están perfectamente insertados en la trama, y, sobre todo,
en lo que la autora pretende contarnos.
Dos
son los personajes principales: Gabriela, una mujer en la treintena, que de
repente se enfrenta a la vida desde la soledad y el desamparo, tras haber
dedicado años al cuidado de su padre enfermo de alzhéimer; y Darío, un joven
fotógrafo de familia acaudalada, con un
padre que sólo vive para conservar su poder y aumentar su riqueza. Los demás
son personajes colaterales, necesarios para construir la historia que van a
vivir Gabriela y Darío, que va mucho más allá de una historia de amor, aunque
sea este, y no sólo el amor pasional, el que les redima de sus triste vida.
En
definitiva, Mónica Mira escribe una novela con muchos recovecos, de una lectura
agradable, que no deja indiferente. A mí, me ha costado desprenderme de ella,
una vez leída.
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