domingo, 5 de marzo de 2017

Muerte a Montesquieu

                                                                                                      Imagen: RUNRUN.ES
Publicado en Levante de Castellón el 3 de marzo de 2017
No se sabe a ciencia cierta dónde está enterrado Montesquieu, aquel pensador francés, no sé si se acuerdan de él, que en el siglo XVIII se le ocurrió la feliz idea de que pensar que el estado tiene tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, y que estos debían estar separados, para el buen gobierno de las naciones. Imagínense ustedes, en aquel momento de monarquías absolutas y cortes esplendorosas de damas empolvadas y miriñaques; y caballeros con casaca, chaleco, chorreras y pelucas de bucles. Aunque, todo hay que decirlo, no creo que las ideas de Montesquieu tuvieran un efecto significativo en el pensamiento de la época, más allá de los círculos enciclopedistas, rendido al despotismo ilustrado de todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Pero la semilla que más adelante tomó cuerpo como liberalismo político ya estaba echada.
                La anécdota de esto, como decía al principio, es que no se sabe bien en qué lugar reposan sus restos, si en la Iglesia de Saint-Sulpice o en el cementerio, hoy desaparecido bajo los edificios, que había entre las calles de Vaugirard y Jean Ferrandi de París, cercanas a la iglesia, cosa extraña en una sociedad que adora a sus grandes personajes. No obstante, en tiempos en  que lo democracia se está convirtiendo en una sistema estético en detrimento de la ética, a algunos no les vendría mal que sobre Montesquieu y su separación de poderes, cayera una losa de olvido tan grande como la confusión que existe sobre el paradero de sus restos.
                Que la divisoria entre el poder ejecutivo y el legislativo ha desaparecido en nuestra democracia hace ya bastante tiempo, es algo ya sabido por la mayoría de la ciudadanía. Sobre todo en un país como España, donde el parlamento se ha convertido en un felpudo de los intereses del gobierno, limitándose a aprobar las leyes que este elabora, sin solución de continuidad. Esto se produce cuando hay un Partido muy mayoritario o con mayoría absoluta, que sólo tiene como misión parlamentaria hacer que todas las propuestas del gobierno triunfen. El propio sistema está diseñado para que así suceda, al no tener los diputados libertad de voto, teniendo que plegarse a los dictados de sus Partidos. Pero también, en situaciones como la actual, en las que estando el gobierno sustentado por un Partido en clara minoría parlamentaria, ninguna de las resoluciones que se aprueban en el Congreso le obligan a que las cumpla. El resultado es que ha desaparecido la capacidad legislativa del parlamento y el control que este debe hacer sobre cualquier ejecutivo. “Pulvis est” para la separación de poderes.
                La liquidación definitiva de la idea de Montesquieu ha venido estas semanas con el descarado intervencionismo del consejo de ministros sobre el poder judicial, más allá de la sospecha que veníamos teniendo; en demasiadas ocasiones algo más que una sospecha. ¿Cómo podemos interpretar si no las denuncias de fiscales sobre las presiones que vienen sufriendo a cuenta del rosario de delitos por corrupción que entran un día sí y otro también en los juzgados? Qué el fiscal general de Estado haga una remodelación de la fiscalía, liquidando fiscales que están haciendo un trabajo escrupuloso contra la corrupción, para sustituirlos por otros más afines ideológicamente,  sólo se puede interpretar como una injerencia en el poder judicial que desvirtúa la democracia. Recordemos que la fiscal general lo nombra el ejecutivo, otra intrusión que limita la separación de poderes. Por no hablar de las presiones que se ejercen sobre la judicatura, con el ánimo de torcer las resoluciones judiciales en beneficio de aquellos afines al poder político.
                Uno se queda pensando qué diría Montesquieu de todo esto si levantara la cabeza y, después de averiguar dónde está enterrado, viera lo que está sucediendo con sus ideas sobre la separación de poderes, cuando ministros se reúnen con amigos enjuiciados, para que otra cosa que intentar favorecerles ante los jueces;  o un ministro de justicia justifica que jueces y fiscales no afines a su causa sean apartados de su puesto; o cuando al parlamento cambia leyes que le son perjudiciales a quienes forman el gobierno.

                Nuestra democracia presenta graves problemas de funcionamiento. Deficiencias que tienen que ver con un poder que trata de acapararlo todo, implantando un modelo oligárquico, con la apariencia de democracia. Es como si estuviéramos haciendo el camino a la inversa de lo avanzado en estos dos siglos, y nos dirigiésemos felices y contentos hacia un nuevo despotismo ilustrado. 

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