Imagen: RUNRUN.ES
Publicado en Levante de Castellón el 3 de marzo de 2017
No se sabe a ciencia cierta dónde
está enterrado Montesquieu, aquel pensador francés, no sé si se acuerdan de él,
que en el siglo XVIII se le ocurrió la feliz idea de que pensar que el estado
tiene tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, y que estos debían estar
separados, para el buen gobierno de las naciones. Imagínense ustedes, en aquel
momento de monarquías absolutas y cortes esplendorosas de damas empolvadas y
miriñaques; y caballeros con casaca, chaleco, chorreras y pelucas de bucles.
Aunque, todo hay que decirlo, no creo que las ideas de Montesquieu tuvieran un
efecto significativo en el pensamiento de la época, más allá de los círculos
enciclopedistas, rendido al despotismo ilustrado de todo para el pueblo, pero
sin el pueblo. Pero la semilla que más adelante tomó cuerpo como liberalismo
político ya estaba echada.
La
anécdota de esto, como decía al principio, es que no se sabe bien en qué lugar
reposan sus restos, si en la Iglesia de Saint-Sulpice o en el cementerio, hoy
desaparecido bajo los edificios, que había entre las calles de Vaugirard y Jean
Ferrandi de París, cercanas a la iglesia, cosa extraña en una sociedad que
adora a sus grandes personajes. No obstante, en tiempos en que lo democracia se está convirtiendo en una
sistema estético en detrimento de la ética, a algunos no les vendría mal que
sobre Montesquieu y su separación de poderes, cayera una losa de olvido tan
grande como la confusión que existe sobre el paradero de sus restos.
Que
la divisoria entre el poder ejecutivo y el legislativo ha desaparecido en
nuestra democracia hace ya bastante tiempo, es algo ya sabido por la mayoría de
la ciudadanía. Sobre todo en un país como España, donde el parlamento se ha
convertido en un felpudo de los intereses del gobierno, limitándose a aprobar
las leyes que este elabora, sin solución de continuidad. Esto se produce cuando
hay un Partido muy mayoritario o con mayoría absoluta, que sólo tiene como
misión parlamentaria hacer que todas las propuestas del gobierno triunfen. El
propio sistema está diseñado para que así suceda, al no tener los diputados
libertad de voto, teniendo que plegarse a los dictados de sus Partidos. Pero
también, en situaciones como la actual, en las que estando el gobierno
sustentado por un Partido en clara minoría parlamentaria, ninguna de las
resoluciones que se aprueban en el Congreso le obligan a que las cumpla. El
resultado es que ha desaparecido la capacidad legislativa del parlamento y el
control que este debe hacer sobre cualquier ejecutivo. “Pulvis est” para la
separación de poderes.
La
liquidación definitiva de la idea de Montesquieu ha venido estas semanas con el
descarado intervencionismo del consejo de ministros sobre el poder judicial,
más allá de la sospecha que veníamos teniendo; en demasiadas ocasiones algo más
que una sospecha. ¿Cómo podemos interpretar si no las denuncias de fiscales
sobre las presiones que vienen sufriendo a cuenta del rosario de delitos por
corrupción que entran un día sí y otro también en los juzgados? Qué el fiscal
general de Estado haga una remodelación de la fiscalía, liquidando fiscales que
están haciendo un trabajo escrupuloso contra la corrupción, para sustituirlos
por otros más afines ideológicamente, sólo
se puede interpretar como una injerencia en el poder judicial que desvirtúa la
democracia. Recordemos que la fiscal general lo nombra el ejecutivo, otra
intrusión que limita la separación de poderes. Por no hablar de las presiones
que se ejercen sobre la judicatura, con el ánimo de torcer las resoluciones
judiciales en beneficio de aquellos afines al poder político.
Uno
se queda pensando qué diría Montesquieu de todo esto si levantara la cabeza y,
después de averiguar dónde está enterrado, viera lo que está sucediendo con sus
ideas sobre la separación de poderes, cuando ministros se reúnen con amigos
enjuiciados, para que otra cosa que intentar favorecerles ante los jueces; o un ministro de justicia justifica que
jueces y fiscales no afines a su causa sean apartados de su puesto; o cuando al
parlamento cambia leyes que le son perjudiciales a quienes forman el gobierno.
Nuestra
democracia presenta graves problemas de funcionamiento. Deficiencias que tienen
que ver con un poder que trata de acapararlo todo, implantando un modelo
oligárquico, con la apariencia de democracia. Es como si estuviéramos haciendo
el camino a la inversa de lo avanzado en estos dos siglos, y nos dirigiésemos
felices y contentos hacia un nuevo despotismo ilustrado.
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