Imagen: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 24 de marzo de 2017
El lunes pasado vi en internet un
video en el que unos padres, por llamarles algo, se lían a puñetazos en un
partido de fútbol de chavales de 12 y 13 años. La verdad, es que me quedé
impactado por la brutalidad de las imágenes de esos cafres dándose empellones,
mostrando su hombría -cuánto macho descarriado de la educación hay por el mundo-
delante de niños, chavales y cualquier persona normal que estaba viendo el
partido.
No
es la primera vez que veo una cosa así en un campo de fútbol de categorías
inferiores e infantiles. Hace unos años pude presenciar una tangana parecida en
Castellón, donde padres respetables en su vida cotidiana se liaron a tortas, y no por un lace del
juego, sino porque desde el principio ambas aficiones de papás y mamás
energúmenos, se emplearon a fondo en calentarse mutuamente hasta que una chispa
inocua encendió la llama de la testosterona que hace que los machos alfa borren
de su cabeza cualquier atisbo de educación y saber estar, para convertirse en
animales embrutecidos peleando.
Me
hago una pregunta: ¿Qué está pasando en la sociedad para que cada vez haya más
violencia incontenida entre la gente? Quizá haya la misma de siempre, pero
ahora nos enteramos más gracias a las redes sociales. Lo que no me consuela,
porque esto significa que no hemos avanzado nada; seguimos siendo los mismos
cernícalos de siempre, y parece que sin remedio. Podemos echar la culpa a la
televisión, que ha colado en nuestras casas dosis de violencia indecentes, no
sólo en los telediarios, que transmiten imágenes de una brutalidad exagerada,
con la advertencia de que pueden herir la sensibilidad del espectador -si saben
que es así, ¿qué sentido tiene emitirlas?-, como si eso fuera una excusa para
enseñarnos, con patente de corso, muerte y violencia desmedida; también en los
magazines, que en nombre de la audiencia, entrevistan, con desenfado matinal, a
personajes que deberían ser repudiados por toda la sociedad, en vez de
convertirlos en estrellas televisivas, que es lo mismo que sentarlos a nuestro
lado en el sofá. Qué mensaje estamos mandando a la sociedad, de comportamiento
cortes y tolerante, cuando día sí y día también en los reality se dan codazos
para ver quién grita más que el otro. ¿Sí los famosos televisivos se comportan
con esa mala educación, qué podemos pedir a los televidentes?
El
cine nos ha familiarizado con la violencia de tal forma, que ya la vemos como
un acompañante más de nuestra vida; y lo que es peor, nos transmite modelos de
personajes que utilizan la esta como modo de expresión natural, que
indefectiblemente, aunque sea en el subconsciente, son modelos a seguir. ¿Quién
puede negar que los padres que se lían a mamporros delante de sus hijos, no
están tratando de emular a aquellos, creyéndose que son tan invulnerables en la
realidad, como ellos en el cine o la pequeña pantalla?
Pero
no es menor, incluso diría que es causa mayor, el individualismo imperante que
se está instalando entre nosotros. Esa idea que nos empuja a creer que nuestro
destino es asunto exclusivo de cada uno, lo que convierte a los demás en
potenciales enemigos que pueden obstaculizar nuestros planes. ¿Cómo no ser
violentos, entonces, cuando el mensaje que nos inculcan es que hay que machacar
al otro, en nombre de la competitividad, para conseguir nuestros fines?
Pero
también, hay una tensión violenta instalada en el epicentro de la sociedad, por
la gran desigualdad que sufrimos, producto de esas ideas individualistas que se
rigen por la ley de la selva, donde sólo sobrevive el más fuerte. ¿Cómo
sustraerse a la violencia, cuando vemos que el más déspota y bestia es el que
impone su ley? Esa corriente de desigualdad entre ricos y pobres, que está
destruyendo la vida de millones de personas, es una fuente tan grande de
insatisfacción, que no es de extrañar que nos estemos convirtiendo en una
sociedad cada vez más cercana a las manadas de bestias salvajes que habitan en
la naturaleza, a las que sólo las mueve los instintos animales más básicos.
Esta
es la sociedad que estamos construyendo, la que estamos enseñando a nuestros hijos. Luego nos sorprende que unos
padres hagan lo que se les inculca, y sólo sepan dirimir sus diferencias en un
partido de fútbol a tortazos. Es muy triste, pero es la realidad que vivimos.
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