Publicado en Levante de Castellón, el 31 de marzo de 2017
Sesenta años no es nada, pero
cómo hemos cambiado. Con estas dos frases: una tomada del inolvidable tango de
Carlos Gardel: “Volver”, con la letra
algo modificada; y la otra del no menos añorado grupo Presuntos Implicados
-canciones que han formado parte del acervo musical del siglo XX, una al
principio y otra al final-, se puede resumir nuestra vida desde que se
constituyó hace seis decenios la CEE (Comunidad Económica Europea), en un
alarde de necesidad e inteligencia política, en la ciudad eterna de Roma.
Hace
sesenta años Europa dio un vuelco en las relaciones entre los países de su
occidente, impensable veinte años antes, cuando otra Europa, la que dirimía sus
diferencias a garrotazos, se preparaba para un nuevo y criminal conflicto
armado. Al final de la década de los cincuenta del siglo pasado, las cicatrices
de la segunda gran guerra todavía no
estaba sanadas del todo y parecía que los europeos habíamos aprendido la
lección de medio siglo de peleas brutales y desgarradoras, provocadas por el
cerrilismo de los nacionalismos, todos llamados a ser redentores de sus
patrias.
Estamos
en la Europa agobiada por la guerra fría; por la amenaza latente y próxima del
comunismo soviético; la que se reinventa para no volver a caer en la tentación de
la guerra como camino para solucionar sus conflictos. Y lo que inicialmente
nace como una unión estrictamente económica, pasa a ser un club de países
ricos, en donde el estado de bienestar de su población, es el mejor antídoto a
la expansión comunista que amenaza desde el este. Con el estado de bienestar
por bandera, se ha construido durante más de medio siglo la verdadera identidad
del “mercado común europeo”, con las sucesivas incorporaciones de países, entre
ellos España y Portugal, hasta abarcar a casi toda Europa occidental. Otra cosa
es la identidad cultural de los europeos, que viene construyéndose desde hace
tres milenios, por lo menos.
El
cómo hemos cambiado entra cuando el imperio soviético cae y los nuevos dirigentes
neoliberales de la CEE ya no necesitan el estado de bienestar para frenar el
comunismo y en el Tratado de Maastricht diseñan una Europa que cada vez se
aleja más de su espíritu social, para convertirse en la Europa de los
mercaderes. Un nuevo club denominado UE, con los mismos socios, pero está ves
refundado para extender el capitalismo neoliberal más salvaje, que destruya el
estado bienestar, para lo cual se inventan que éste es económicamente inviable,
cuando lo que sucede es que se están desviando cantidades ingentes de riqueza,
la que los europeos generamos para mantener altos niveles de calidad de vida,
hacia las grandes corporaciones económicas y las clases más ricas del
continente.
La
deriva que la UE ha tomado en los últimos veinticinco años ha provocado que los
niveles de pobreza, esa misma que el estado de bienestar había reducido hasta
casi la desaparición, hayan aumentado exponencialmente a la aplicación de
políticas de austeridad y crecimiento de la economía especulativa, que son las
grandes causantes del desequilibrio de la riqueza que existe hoy en el
continente. Además, la masiva entrada de
los países del este europeo en la primera década de este siglo, con unas
exigencias de calidad democrática y desarrollo mucho menores que las que
tuvieron los países del sur de Europa, ha supuesto una desorientación absoluta
de los valores y los principios que la UE había tenido hasta entonces. Todo,
porque al gran capital continental le resultaba mucho más sencillo y económico
negociar con esos países estando dentro que fuera.
El
asunto es, que entre la irrupción del neoliberalismo salvaje; la creación de
una moneda única sin los instrumentos financieros y económicos comunes para sus
sostenimiento; la idea de que la UE es, sobretodo, un mercado de libre
circulación de capitales; la ampliación precipitada a los países del este, como
extensión de la idea anterior; las políticas de austeridad que han sido las
responsables de los recortes en el estado de bienestar; la creciente xenofobia
de muchos de los dirigentes europeos, especialmente de los norte hacia el sur;
la pérdida creciente de valores democráticos y de solidaridad entre dirigentes
y población; el regreso del nacionalismo; y la salida del Reino Unido, la Unión
Europea tiene un grave problema.
Lo
del Brexit no lo es tanto, porque si ha habido un país que desde su
incorporación ha sido un lastre para que la UE no avanzara hacia una
integración política más profunda, ese ha sido el británico, que sólo ha
entendido y presionado para que la UE fuese un ámbito para hacer negocios, y
nada más. Así que, tanta gloria lleven como paz dejan. Quizá ahora sea el
momento, sin el bocado de Albión frenando, cuando la UE pude plantearse retos importantes,
si no quiere morir de inanición y falta de apoyo popular. Y todo pasa por una
mayor integración, recuperar los principios iniciales de bienestar de la
población y los valores democráticos de igualdad, libertad y solidaridad. Por
ello, llegados a este punto en el que los cimientos se tabalean, no es una mala
idea, que unos cuantos países, si se comprometen a avanzar hacia una mayor
unión en todos los niveles, se unan para crear una UE más avanzada en
integración, aunque de pie a la Europa de dos velocidades: la de los que
quieren prosperar volviendo a recuperar el apoyo ciudadano, y eso sólo se
consigue con mayor bienestar social y económico para todos; y la de los que no
han acabado de entender qué es la UE (y no sólo me estoy refiriendo a los
países del este) y por tanto, deberían estar en un furgón diferente, hasta que
quieran estar de verdad dentro. Hace falta resetear la UE y refundarla hacia
una Europa más federal, sin posibilidades de excepciones, como existe en la actualidad,
a sus normas y leyes. Sólo así estaremos poniendo la vacuna en el continente
contra el neoliberalismo salvaje y el fascismo nacionalista, que es
prácticamente decir lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario