Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 10 de noviembre de 2015
Al fin llegó la tan deseada toma
de posesión del gobierno, con todo atado y bien atado, como Dios y los poderes
postfranquistas del Estado mandan. Y a
mí que estos actos de boato institucional me recuerdan a la Jura de Bandera que
hacíamos en la mili. Sólo falta que los ministradores hagan un breve desfile
por el salón palaciego de su majestad y con cara circunspecta pasen bajo la
bandera y la besen. No me mal interpreten, no estoy, ni pretendo hacer una
crítica al acto de rendir homenaje a la bandera (aunque personalmente me apunto
más a la letra de la canción “La mala reputación”, escrita por George Brassens,
y cantada en España por Paco Ibáñez). Además, cuando la mayoría de los
ministros juran su cargo ante la Biblia, uno sólo puede interpretar que su gobernanza
va a estar supeditada a los textos del libro sagrado, por lo que no estaría
mal, como acto de respeto a los poderes civiles que, por lo menos, rindan
obediencia a la bandera de la España constitucional, incluidos catalanes,
vascos, y demás defensores del derecho a decidir.
Porque
ya huele demasiado a incienso, que todavía hoy, en pleno siglo XXI de
democracia liberal, los ministros sigan
jurando bajo el crucifijo y con la mano en la Biblia. Claro, que ustedes pueden
decir, que tienen la opción de no hacerlo, pero ese no es el asunto. Primero,
porque no quiero ni imaginarme la que se liaría si un ministro llegara y
pidiera que retiraran el crucifijo y cerraran la Biblia, para prometer su
cargo; las horas de tertulia y papel escrito que se gastarían en señalarle con
el dedo acusador, por haber pecado en público contra la España de cerrado y
sacristía que clamaba Antonio Machado. Segundo, porque jurar ante la Biblia,
bajo la atenta mirada de un crucifijo, es un desprecio al Estado aconfesional
que el artículo 16.3 de la Constitución Española recoge: “Ninguna confesión
tendrá carácter estatal…” Si el Estado no tiene religión, tal como parece, y queda
garantizada como un derecho individual, que los ministros juren ante símbolos
sagrados de una confesión religiosa, en este caso la católica, supone supeditar
los derechos colectivos, que garantiza la constitución, a las creencias
religiosas individuales, y eso en un ministro, que es un servidor público al
servicio de la sociedad, es empezar con mal pie. A no ser que, como viene
siendo en estos cuarenta años de democracia tutelada, la Iglesia Católica siga
haciendo marcar el paso, no militar, sino procesional, al Estado.
Dicho
esto con todos mis respetos hacia las creencias religiosas de los señores y
señoras titulares de ministerios u otros cargos públicos. Dios me libre a mí de
criticar la fe religiosa de cada uno. Pero convendrán conmigo, algunos por
supuesto, que ya va siendo hora de tomarse en serio ese artículo 16 de la
Constitución y dotar al Estado de un protocolo aconfesional, que hoy no tiene, más
acorde con la nueva sociedad laica que existente
en España.
Aunque,
realmente, lo que necesita este país es poner en orden su relación con la
Iglesia Católica y con el resto de las religiones. Se habla de abrir el libro
de la Constitución, cerrado con las siete llaves del inmovilismo postfranquista
que controla España, para modificarla, adaptándola a los nuevos tiempos
políticos. Cabe esperar, que si esto se produce, el nuevo redactado
constitucional afine más en la definición de España como un Estado laico, por
su puesto, respetuoso con las creencias religiosas de cada uno. Además de
ahorrarnos los españoles una pasta (sólo en exenciones fiscales, 11.000
millones en 2015) y utilizar la clase de religión para otras materias, por
ejemplo filosofía, entre otras muchas cosas, para que no tengamos que volver a
ver a un ministro jurar con la mano puesta en la Biblia, algo que a muchos nos
produce sonrojo y pena, al ver que los versos que Antonio Machado escribió en
1913 en su poema “El mañana efímero”, siguen tan vigentes como hace 80 años.
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