Publicado en Levante de Castellón el 22 de enero de 2016
La invisibilidad mediática ha lanzado un manto de silencio sobre el
gravísimo drama de los refugiados en Europa, que huyen de las despiadadas guerras
y regímenes brutales que hay en sus países. Ya no son portada de ningún
telediario, ni informativo radiofónico, ni primeras páginas (ni página
alguna) de la prensa escrita. Salvo que
suceda algún drama que impacta como un aullido capaz de sobrepasar el autismo
mediático, y golpearnos la cara con una bofetada que nos va a sonrojar el
tiempo exacto que dura el minuto escaso de la noticia. Como la que nos
sobrecogió el fin de semana pasado del naufragio de una barcaza en la que iban
varias familias de sirios en busca de las costas europeas, y al volcar, en ese
segundo fatal, cambió la vida para siempre de sus ocupantes, destruyendo
familias y vidas en las frías aguas de este mar Mediterráneo que se está convirtiendo
en una gran fosa común abierta por este capitalismo deshumanizado que gobierna
el continente.
Habremos derramado alguna lágrima, al ver a ese padre que llora, con el
desconsuelo de las grandes desgracias, la pérdida de sus tres hijos pequeños,
quizá preguntándose qué maldición bíblica ha caído sobre ellos, para que sean,
inocentes criaturas, las que están pagando los platos rotos de una política que
sólo piensa en intereses geoestratégicos y beneficios económicos. Será tanto el
dolor que nos transmita en ese instante, que no reaccionaremos con emociones
contrarias cuando una madre se reencuentra con sus hijos, después de la
angustia de pensar haberlos perdidos en el naufragio.
Cuando nos mostraron las imágenes de Aylan, aquel niño de cuatro años que
apareció muerto en una playa de Turquía, el mundo occidental se revolvió en su
sillón, y una vez más, el gran circo mediático que rodea el drama de los
refugiados se puso en marcha. Parecía que las conciencias de los europeos y sus
dirigentes se habían removido y, según pudimos escuchar una declaración tras
otra, se iban a poner medidas, para que una cosa así no volviera a suceder. Qué
ironía, ver las imágenes del sábado pasado y todas las que hemos visto entre
los dos sucesos, y las que no hemos visto ¿Cuántos naufragios; cuántos muertos
se ha tragado el Mediterráneo, sin que tengamos conocimiento de ellos, fuera de
las frías estadísticas que tanto les gusta usar a los políticos? Posiblemente
nunca lo sepamos ¿A quién le interesa que lo sepamos? Desde luego a los
gobiernos europeos no. Ellos tienen suficiente con manipular datos, para que
nuestras conciencias no se escandalicen hasta el extremo de ponerles en
cuestión, maniobrando entre declaraciones de intenciones y la realidad de sus
decisiones, con el único fin de salir indemnes del naufragio en el que se ha
convertido la política humanitaria europea.
Tienen que impedir, a toda costa, que el problema crezca como una bola de
nieve hasta que les situé ante el espejo mágico que un día les diga la verdad,
y vean que no son princesas, sino lobos de colmillos afilados. Al igual que la reina bruja de Blancanieves se apoyaba en
el espejo para creerse la bella del reino, los dirigentes de Europa, se miran
en otro espejo, el del racismo de una parte de la población, para justificar su
desgana de afrontar un problema del que
no quieren sentirse responsables. Pero lo son. Por eso alimentan la xenofobia,
en algunos dirigentes con descaro, tomando medidas que sólo tienen la intención
de contentar a un electorado cada vez más racista, que está haciendo que la
sombra del fascismo sobrevuele, otra vez, por los cielos de Europa. ¿Por qué no
se ha puesto freno al nuevo nacionalismo/xenófobo de los países del este, que
están condenando a muerte y tratando como animales a miles de seres humanos que
se hacinan en sus fronteras? Quizá porque los países occidentales, de manera
encubierta, están haciendo lo mismo. O lo que es mucho peor, aplicando medidas
que creíamos que después de Hitler habían quedado desterradas para siempre del
continente, como la confiscación de bienes. Las civilizadas Dinamarca y Suiza,
confiscan los bienes de los refugiados que superen los 350 o 900 euros,
respectivamente, para pagar su estancia en el país. En Alemania, la ola
xenófoba es creciente, igual que en Francia, Holanda y otros países, en los que
el apoyo a movimientos de claro signo xenófobo y, por tanto, fascista (el
racismo no tiene cabida en la democracia, ni en la cabeza de un demócrata), no
para de aumentar, y en vez de ser frenados radicalmente por los gobiernos,
estos integran en sus medidas propuestas de claro corte racista, que son
exigencias del nuevo fascismo que recorre Europa. Nadie hace por frenar este
aumento, que viene ya de antes del problema de los refugiados, pero que ha
encontrado en ellos el caldo de cultivo perfecto para extender sus ideas
antidemocráticas. De seguir así, Europa
no va a tardar en llenarse de camisas pardas, negras o azules, da igual el
color. En 1977, Ingmar Bergman estrena “El huevo de la serpiente”, una película
en la que narra como en la Alemania de los años 20 se va incubando el virus del
nazismo, mientras la población da la espalda a un fenómeno de violencia que
acabará encumbrando a Hitler al poder, con las consecuencias que todos sabemos.
Cuando los que miraban para otro lado quisieron reaccionar, ya era demasiado
tarde.
Martin Neimöller, escribió en 1946 un poema que en España se atribuye
erróneamente a Bertold Berch, titulado: “Ellos vinieron”. El poema es todo un
alegato a lo que los individuos de una sociedad democrática no deberían
consentir, y con la democracia en horas bajas, en muchos países de Europa y la
xenofobia en crecimiento, con la excusa de los refugiados, está más al día que
nunca. Me van a perdonar que lo transcriba entero, con el fin de que nos haga
reflexionar una vez hayamos acabado de leerlo, porque lo que está sucediendo,
en nuestras manos está frenarlo y solucionarlo. Que no nos vuelva a sorprender
la serpiente saliendo del huevo.
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé
silencio,/porque yo no era comunista./Cuando encarcelaron a los
socialdemócratas,/guardé silencio,/porque yo no era socialdemócrata./Cuando
vinieron a buscar a los sindicalistas,/no protesté,/porque yo no era
sindicalista./Cuando vinieron a buscar a los judíos,/no pronuncié palabra,/porque
yo no era judío./Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,/no había nadie más
que pudiera protestar”.
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