Publicado en Levante de Castellón el 15 de enero de 2016
Desde el día de la muerte de
David Bowie una pregunta me viene rondando la cabeza como un run-run. ¿Es esta
la muerte de uno de los grandes ídolos de la música mundial del siglo XX, el
fin de una época? Obvio que sería muy simplista, por mi parte, darle tanto
protagonismo a una sola persona en el cambio de ciclo histórico que estamos
viviendo. Pero no se puede negar que hay hombres y mujeres que han sido
referentes de una época, habiendo conseguido marcar tendencias y aptitudes en
toda una generación y qué duda cabe, que David Bowie, al igual que John Lennon
y algunos otros, ha representado como nadie una manera de vivir y entender la
vida en los últimos años. No es una casualidad que uno de los mayores éxitos
del funk-rock de los años 70 del siglo pasado: “Fame”, estuviese escrito y
cantado por ambos, como un himno a unos tiempos en los que la fama se convertía
en un roll social, por encima de las cosas que nos deberían importar: “Fama, te
pone allí donde están las cosas huecas”.
David
Bowie nos retrotrae a unos años en donde el futuro era posible y todos creíamos
que la utopía era el faro que guiaba hacia buen puerto la nave de nuestra vida.
“Y nos besamos/como si nada pudiera caer/y la vergüenza estaba en el otro lado/
¡Oh! que podemos ganarles/para siempre jamás/Entonces, podemos ser héroes/sólo
por un día”, cantaba Bowie en su canción
Héroes en el año en 1977. Años en los que nos creíamos dueños de nuestro
destino y nos dejábamos llevar por sus canciones al otro lado de la valla,
donde todo era posible y el poder, un muro que seríamos capaces de saltar.
Bowie
es el rock elegante, incluso cuando su aspecto era un grito revolucionario en
contra de la norma vigente, escandalizando a una sociedad bien pesante, plagada
de una moralidad falsa, que sólo quería encorsetar cualquier idea que pudiera
romper los moldes de su reglada y conservadora vida. Por eso amábamos a Bowie
cuando salía a escena con el provocador atuendo del glam y nos hacía volar por
encima del mundo, sumergiéndonos en el deseo de sentirnos libres de ataduras.
“Ponte los zapatos rojos y baila el blues/vamos a poder/Bajo la luz de la luna,
esta grave luz de luna/vamos a bailar”. “Let’s dance” 1983.
Y
el mundo giraba y bailábamos y creíamos que todo era posible, y ese empuje nos
hacía crecer y luchar por que fuese
mejor. Una geografía capaz de asimilar la paz, la justicia y el amor, como
principios de convivencia. “¿Dónde estamos ahora?/ El momento en el que lo
sabes/sabes lo que ves/mientras haya sol/mientras haya lluvia/mientras haya
fuego/mientras esté yo/mientras estés tú”. No se rinde. No deja que nos
entreguemos a la fatalidad de unos tiempos tristes y oscuros. Por eso en 2013
publica el single “Where are we now?”, ya con en sus años de madurez.
Bowie siempre
inmortal. Como en aquella película de 1983 dirigida por Tony Scott: “El Ansia”,
en la que junto a dos maravillosas mujeres: Catherine Deneuve y Susan Sarandon,
protagoniza un film de vampiros elegantes, anteriores a las sagas crepusculares
de los últimos años, en el que Bowie encarna al amante de una vampiresa
inmortal (una Catehrine Deneuve guapísima), hasta que se cruza en el camino de
ambos la sensual Susan Sarandon y el amor cimentado durante siglos gira como
una veleta movida por un viento irrefrenable y la Deneuve encuentra en la
Sarandon un nuevo amor en el que volcar
su inmortalidad, que provoca que la máquina del tiempo empiece a funcionar y
Bowie a envejecer. Película rompedora de ambiente algo gótico que introduce un
tema casi tabú para principios de los años 80, como es el amor lesbiano, que no
cayó muy bien a la crítica biempensante de la época. Y es que Bowie, siempre
fue rompiendo moldes y señalando el camino por donde se transita con una mayor
libertad.
“Mira aquí
arriba, estoy en el Cielo/Tengo cicatrices que no pueden ser vistas/Tengo
drama, no puede ser hurtado/todos me conocen ahora”. Es su despedida. El adiós
de un genio que marcó toda una época en la música y la manera de entender la
vida de una generación. Se va de la única manera posible, con el legado de un
nuevo disco: “Blackstar”, para que siempre perdure en nuestra memoria, al igual
que otro genio de la música: WA Motzar, se despidió escribiendo El Requiem más
famoso de la historia. Sólo el tiempo dirá si su obra perdurará o desaparecerá devorada,
como Saturno devoró a sus hijos, en la vorágine de una época que muere y otra
que empieza. Por eso, sigo con la duda de intuir que nos encaminamos a un
tiempo donde todo va a ser distinto, pero que David Bowie, emblema de un pasado
reciente, nos ha enseñado que los cambios pueden ser a mejor, si nosotros
creemos en ellos y tomamos las riendas de nuestro destino.
“Estoy cayendo/No piensen ni por un segundo que los
olvidaré/Lo estoy intentando/Muero por hacerlo” (Dollar day), de su último, y
casi póstumo, disco Blackstar.
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