Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 27 de Noviembre de 2015
El gravísimo problema al que se
enfrenta Europa por el terrorismo yihadista ha velado el 40ª aniversario de la
muerte de Franco, que acabó con la brutal y ridícula dictadura que impuso
durante casi cuatro décadas en España, dando paso a La Transición que, con
bastante esfuerzo y exigencia popular, consiguió traer la democracia. Debería
haber sido un buen momento para analizar con profundidad lo bueno y lo malo de
La Transición, comparar el sistema político actual con el del franquismo y sacar
a la luz cómo era la sociedad española en aquellos años tan olvidados, con
nocturnidad y alevosía, en la escuela y los programas educativos, no vaya a ser
que las nuevas generaciones acaben sabiendo qué supuso aquella dictadura para
sus padres y abuelos, y empiecen reivindicando la memoria histórica, como un
derecho a conocer el pasado y el restablecimiento de la dignidad de los
vencidos.
El 20-N es una fecha funesta en la historia de
España. Un 20 de Noviembre de 1936 murió el anarquista y líder de la CNT,
Buenaventura Durruti, cuando defendía Madrid de los fascistas, en el frente de
la Ciudad Universitaria, al mando de la Columna Durruti. Nunca se supo la
verdadera procedencia de la bala que lo mató, si se trataba de fuego amigo o
enemigo (entiéndase esto en un sentido amplio, los enemigos de Durruti no sólo
eran los fascistas), pero lo cierto es que aquella bala acabó con un hombre
incómodo para muchos.
El
mismo día 20 de Noviembre de 1936, es fusilado en la cárcel de Alicante, Jose
Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, hijo del general/dictador
Miguel Primo de Rivera. Es cierto que la ejecución se llevó a cabo tras un
juicio, con jurado, posiblemente demasiado influido por la guerra civil que se
estaba viviendo en España, que lo condenó a muerte por el delito de
conspiración. Pero Jose Antonio era un hombre también demasiado incómodo para
muchos, y si hubo fuego enemigo que lo ejecutó, también hubo mucho fuego amigo
que puso toda la carne en el asador para no evitar su muerte. Nadie niega ya
que a Franco, la muerte de Jose Antonio, personaje al que odiaba, le venía como
un guante para descabezar la Falange y domesticarla para el Régimen, como así
sucedió, quitándose de en medio, gracias a la República, un problema que podría
resultar fatal para sus intereses.
El
destino, en muchas ocasiones, es irónico. Lo fue con Franco, que vino a morir
el mismo día que uno que sus mayores enemigos, aunque este lo hiciera treinta y
nueve años antes, Jose Antonio Primo de Rivera, y/o que una bala acabara con la
vida de otro que luchó contra él en el campo de batalla y las ideas,
Buenaventura Durruti. Pero Franco tuvo cuarenta años para regodearse de todas
las muertes que le alzaron al poder y fastidiarnos la vida a la mayoría de los
españoles: a los vencidos, pero también a los vencedores, que vieron como
España se convertía en un país construido sobre la miseria, el miedo y el
confesionario; nada que ver con los países de su entorno, hasta el punto de
llegar a creernos que España había sido siempre así, un país ajeno a la
prosperidad y la modernidad que habitaban en Europa. Nada más falso. Pero el
franquismo se encargó, como medida de autoprotección, de levantar un muro que
nos separara de las malas influencias de nuestros vecinos. Es más fácil
controlar a un pueblo ignorante y temeroso, que a una sociedad libre y culta.
Principio básico de cualquier dictadura.
Con
la muerte de Franco, se inició la Transición democrática, un ejercicio
colectivo de lucha por la libertad, que catapultó a los españoles de súbditos
sobrevivientes a ciudadanos libres que acariciaban el estado de bienestar. Después
de cuarenta años en la penumbra de la historia, tuvo una explosión de energía y
vitalidad, hasta ese momento encarcelada por el aburrimiento y el miedo, que
transformó radicalmente la vida en España.
Es
cierto que en La Transición hubo muchas lagunas y no poco olvidos, sobre todo
porque, al principio estuvo muy tutelada por el postfranquismo, que utilizó
como nadie, quizá con la sabiduría que da ostentar un poder absoluto durante
tantos años, el miedo al enfrentamiento, como en 1936, utilizando en su
beneficio la propaganda de reconciliación nacional. Pero también es cierto que
después de cuarenta años de muerto el dictador, se podrían haber ido enmendado
muchas lagunas que la democracia viene arrastrando desde aquellos tiempos, y
que si no se ha hecho ya no es por el miedo al tardofranquismo, sino porque el
sistema democrático de La Transición creo una nueva élite de poder que se
retroalimenta así misma, impidiendo avanzar en cuestiones que habrían mejorado
nuestra calidad democrática y bienestar social.
Durante
estos cuarenta años (qué lejos ya los partes del equipo médico habitual) se
debería haber trabajado en una democracia más participativa y social,
introduciendo reformas en la Constitución que garantizaran el estado de bienestar
y el derecho a la igualdad de oportunidades. Quizá si se hubiese cambiado la
Ley electoral, se habría andado mucho camino en la mejora de la representación
democrática y la participación de la sociedad. Uno no puede evitar preguntarse
por qué no hemos avanzado hacia un estado laico o cambiado el “Café para todos”
impuesto por el postfranquismo en La Transición, por una distribución
territorial más acertada, que reconozca la singularidad nacional y política de
algunos territorios. No podemos dejar de preguntarnos qué intereses siguen
impidiendo que en nuestro sistema educativo no se estudie la historia más
cercana, la que tiene que ver directamente con lo que somos.
Hay
muchas cuestiones pendientes de resolver, y el 40ª aniversario de la muerte de Franco
deberían ser objeto de reflexión y propuestas políticas, pero sobre todo,
tendría que suponer el principio de la recuperación de la memoria histórica,
porque es una deuda que los españoles tenemos con aquellos que lucharon por las
libertades y perdieron la vida, tanto física como psíquica. Y decidir, de una
vez por todas, qué hacer con ese oprobio a la memoria y la dignidad de los
demócratas, que es el Valle de los Caídos. Una sombra negra que el franquismo
todavía extiende sobre la sociedad española.
Este
aniversario, con unas elecciones a la vista, es el momento de deshacernos de
las ligaduras del franquismo, que todavía nos atan, y dar un paso adelante para
que la democracia vuelva a ser una explotación de vialidad y energía, relegando
a Franco, su dictadura y La Transición a los libros de historia, pero haciendo
que se estudien.
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