miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA HERIDA SE MUEVE de Luis Rodríguez

Genaro es un tipo sin aristas, ni doblez alguna por la que se le puede buscar un pliegue o una perífrasis. Transita por la novela de Luis Rodríguez: “La herida se mueve” (Tropo Editores 2015) sin cuestionarse si su comportamiento se ciñe a las reglas del bien y del mal. Pero lo bueno del caso es que el narrador tampoco se entretiene en situar al lector ante una decisión maniquea. No. Que cada uno aplique su propia escala de valores a lo que está leyendo y juzgue, si es que lo cree preciso. Porque los personajes de las novelas de Luis Rodríguez no están  sometidos a lo políticamente correcto, ni siquiera a lo políticamente incorrecto, van por libre, al dictado de unas normas que se salen de lo habitual, que  no vienen dictadas por nadie, sino por el devenir de  los acontecimientos en cada caso y lugar.
                “La herida se mueve”, no es una novela al uso, de las de exposición, nudo y desenlace, ni siquiera uno novela modernista o moderna, que se niegue a someterse a determinadas reglas de la narrativa. Tampoco es la novela de un anarquista que combata las normas sociales burguesas; muy diferente es su intención, si es que la tiene, y no es ni más ni menos, que enseñarnos en su desnudez más desvergonzada la realidad de la vida fuera de la literatura. Por eso sus personajes no son empáticos, ni sentimos una afectividad camarada con ellos; quizá porque son demasiado reales y  pasan por la novela sin pretender conquistarnos.
                Estamos hablando de una novela lineal, como un río que discurre paralelo a una orilla, que simplemente nos muestra, por la que entran y salen personajes que acompañan a Genaro en su navegación hacia la nada. Está alejada de las  florituras y descripciones, todo esto no le interesa al autor. ¿Qué más da si Genaro es un capullo o no? Es irrelevante, al propio narrador le resulta irrelevante, y lo que es pero al mismo Genaro le da igual.
                Pero no nos engañemos “La herida se mueve” es una novela de grandes verdades y profundas reflexiones, dichas por el narrador o sus personajes sin pretender impresionar, que se hunde tanto en la sustancia de muchas cosas, que acaba por convertirse en una novela expresionista. De un expresionismo, sin color, en blanco y negro, como los cuadros de Antonio Saura, que son una bofetada conceptual de sentimientos profundos que nos hace revolvernos ante su mirada. Lo mismo sucede con esta novela, que nos revuelve, sin poder dejar de leerla, atrapados en gruesos trazos de verdad expresiva. Quizá porque nos revela ese yo oculto que todos tenemos y queremos esconder de la luz, despojándolo del envoltorio de convenciones tras el  que se esconde.
                No hay conexión afectiva con el presente y eso nos lleva a una búsqueda constante que no pretende calmar ninguna ansiedad, sino rellenar los huecos vacíos que puedan ir quedando en el ejercicio diario de vivir. Lo expresa muy bien Genaro en un momento dado de la novela: “Todas las personas que vemos por primera vez proceden del futuro, de nuestro futuro”. No se pude condensar mejor la inestabilidad del presente, cuando uno se descarga del pasado, porque, en definitiva, este ya no es nuestra vida, será la de otros, pero  no la nuestra, que ha quedado varada en cualquier orilla del río. El futuro es el único asidero al que nos podemos agarrar para seguir adelante.

                Sólo por esa reflexión que nos va a hacer pensar y replantearnos todo nuestro concepto del tiempo vital, merece la pena dejarse atrapar por una novela, que lo que seguro va a conseguir es no dejarnos indiferentes, poniéndonos ante el espejo de lo que somos.

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