Imagen: Autor desconocido
Publicado en Levanre de Castellón el 4 de Diciembre de 2015
Tengo la impresión, cada vez más
creciente, que somos espectadores de una gran función teatral que sólo tiene
como objetivo hacernos creer que la realidad está en el escenario, y los
actores, es decir, los agentes del poder, son los únicos que pueden
representarla. Es como si nuestra única función, en este gran teatro del mundo,
fuese ser meros asistentes a la representación desde la cazuela y aplaudir después
de cada acto.
Vivimos en una
democracia impostada, donde ya no importan las ideas, y nuestra condición de
ciudadanos se ha vulnerado para convertirnos en consumidores de todo lo que nos
pongan por delante: productos, bienes, ideas y mentiras. Nos han hecho creer
que el destino de la sociedad está en nuestras manos, porque podemos decidir
qué consumimos y a quién votamos. Sin embargo no hay nada más lejos de esta
falsa creencia. El poder, el verdadero poder, el del dinero, ese que maneja los
hilos de la política construyendo y destruyendo dirigentes a su antojo; el
poder que interfiere en nuestras conciencias para dirigir nuestra libertad de elección
política o de consumo, es el auténtico director de estos Autos de Fe que
escenifican cada día, para que hagamos y pensemos lo que ellos quieren.
¿Cuántas
canciones insoportables nos han llegado a parecer bonitas, a base de
machacarnos con ellas, hora tras hora, en las radio fórmulas? ¿Cuántos libros,
que no aportan absolutamente nada, más bien adocenan y nos convierten en
ovejitas luceras, han llegado a ser best-seller? Son dos ejemplos de cómo
manipulan nuestra vida más cotidiana, donde podemos ver cómo nuestra capacidad
de elección se encuentra mediatizada por unos medios de comunicación que se han
convertido en agentes trasmisores de los intereses del poder.
Ahora
se ha celebrado la cumbre del clima de París. Cuando escribo esto ignoro el
resultado de ese gran circo en el que antes de empezar está todo ya decidido, y
al que van los grandes dirigentes del mundo a hacer el paripé, y como decía
José Mújica de estos encuentros (qué lucidez la de este hombre), sólo sirven
para engrosar la cuenta de resultados de las compañías aéreas y las empresas
hoteleras. Pero aun no sabiendo el resultado, la cumbre, como las otras
anteriores, se fundamenta sobre una gran manipulación de lo que está sucedido
en realidad. El cambio climático ya era objeto de discusión científica hace más
de cuarenta años. Los dos primeros informes que se elaboraron para El Club de
Roma, llevaban fecha de 1972: “Los límites del crecimiento” y 1974: “La
Humanidad en la encrucijada”. Si han pasado cuatro décadas y hemos ido a peor,
es porque al poder económico mundial y a los dirigentes políticos que han
mirado más por sus intereses nacionales cortoplacistas, no les ha interesado
poner freno al problema, Es más, en la década de los 90, el lobby petrolero,
apoyado por la mayoría de los gobiernos, inició una campaña de desprestigio, sin ningún fundamento científico, de las teorías
sobre el cambio climático y de destrucción profesional y personal de quienes
las sostenían, fundando el negacionismo, tan del gusto de nuestro querido Jose
María Aznar, o al que se apuntó Marino Rajoy, aludiendo a su primo científico,
cuando dijo aquello de: “Si nadie garantiza qué tiempo hará mañana en Sevilla
¿Cómo van a decir lo que va a pasar dentro de cien años?”. Esa es la gran
mentira que nos han contado, para que el cambio climático no sea objeto de
nuestras preocupaciones y obstáculo para
las cuentas de resultado de las grandes multinacionales.
El
relato de la realidad se va construyendo en contra de nuestros intereses,
porque no lo escribimos nosotros y dejamos hacerlo a quienes gobiernan nuestra
vida. Porque a pesar de los cantos de sirena al individualismo como expresión
máxima de nuestra libertad de elección, el margen de maniobra que tenemos como
individuos y sociedad está bastante condicionado por los intereses de un poder cada
vez más afianzado en la mentira y cuando esta falla, en la represión. Lo bueno
del caso es que nos hacen ver que la represión es necesaria para salvaguardar
nuestra libertad y garantizar nuestra seguridad. Vamos de cabeza hacia una
sociedad ya definida en alguna novela de ciencia ficción por George Orwell,
como en “1984”, o “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury. Una vez más el discurso del
miedo pretende sustituir la libertad por la seguridad, en beneficio de quienes
nos gobiernan. Fijémonos en España o en Francia.
El
gobierno español, cuando se ha visto amenazado por las crecientes protestas
populares contra sus políticas de recortes del estado de bienestar y de
desigualdad creciente, se ha inventado un enemigo invisible tan peligroso, que
les ha llevado a tener, en contra de su voluntad, que aprobar una Ley, la Ley
Mordaza, que reduce la libertad de manifestación, reunión, protesta, etc. Todos
aquellos derechos que puedan señalarles con el dedo como artífices de la
desigualdad social y económica que han abierto en la sociedad. De una gran
mentira levantan una Ley que sólo les beneficia a ellos. Como cuando firmaron,
a bombo y platillo, el pacto antiyihadista; papel mojado, pues ya existen en
España suficientes leyes y capacidad policial, como para afrontar este nuevo
peligro, pero que venía como anillo al dedo a los dirigentes de los Partidos
firmantes para hacerse una foto como hombres de Estado. Aunque lo que roza el
insulto a la inteligencia de los españoles es la actitud de los Partidos que lo
tacharon en su momento de “pura
propaganda”, y ahora, cuando sus dirigentes creen que los vientos electorales
les pueden ser favorables firmándolo, han corrido, suplicado, implorado…,
firmarlo y aparecer en la foto. Esa es la catadura moral de algunos políticos,
aspirantes a dirigir el país, que son capaces de acostarse con el diablo, si
este les garantiza no perder la comba
del poder.
Tras
el atentado de París, empiezan a verse claras algunas razones de las decisiones
que se han tomado en Francia en las últimas semanas. La sobreactuación de sus
dirigentes, llevados en volandas por los medios de comunicación, han
convertido, otra vez más, un atentado en un circo mediático. Aferrándose al
madero del atentado, con un discurso patriotero engolado y pegajoso, han visto
que su popularidad crecía, lo que nos hace pensar que van a seguir sometiendo
la libertad a la seguridad. ¿Realmente es necesaria tanta demostración de
fuerza? ¿No tiene esta la intención de ocultarnos todos los fallos de seguridad
habidos antes del atentado? Hundido en las encuestas ¿No se está comportando el presidente Hollande
como lo hizo anteriormente Bush, con el único fin de asegurarse su permanencia
en el Palacio del Eliseo? ¿Qué papel tiene la industria militar en bombardear
masivamente a un enemigo volátil, sin tener un plan previo de asfixia del
Estado Islámico? Preguntas sin respuesta.
Como
podemos ver, por mucha democracia que nos digan que tenemos, el poder sigue
manteniéndose, al igual que lo ha hecho a lo largo de la historia, por encima
de los intereses de la sociedad. Cierto que antes lo hacía a lo bruto, sin
miramientos en el uso de la violencia y ahora lo tiene que hacer más
sofisticadamente, mediante la invención de realidades que se acaban
convirtiendo en noticia, para poder seguir haciendo de su capa un sayo.
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