Publicado en Levante de Castellón el 21 de Noviembre de 2015
El atentado de Paris de la semana
pasada me ha dejado muy mal sabor de boca por la cantidad de muertos y la
violencia fascista empleada contra ellos, que me recuerda a la famosa Noche de
los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, cuando las tropas de asalto de la SA
y grupos paramilitares nazis, asesinaron a decenas de judíos alemanes, en una
noche de brutal violencia. No hay que rascar mucho, para darse cuenta que
detrás del Estado Islámico lo que hay es fascismo puro y duro en nombre de la
religión, capaz de atentar y asesinar a todo aquel que no piensa como ellos, o
no cree en el Dios que ellos han creado. En la Alemania de 1930/40, la
violencia contra sus enemigos estaba diseñada por el Partido Nazi y consentida
por los más altos dirigentes del país, en nombre de la pureza aria; y en el
Estado Islámico, instigada por un fanatizado grupo de dirigentes yihadistas, en
nombre de la pureza religiosa (volvemos a la letal combinación de religión,
nacionalismo y racismo), pero en ambos casos, el objetivo final era/es el
mismo: destruir al enemigo que no es como ellos.
Un
fascismo que ha señalado con el dedo acusador de forma directa a Europa, quizá
porque representa la defensa de todos los valores y derechos que ellos niegan:
la libertad, la igualdad y la fraternidad. Parece mentira, que después de más
de dos siglos, estás tres palabras sigan teniendo el peso político que nos han
dado a los europeos la posibilidad de vivir en paz y democracia. Tres palabras
que deberían enseñar en todas las escuelas del continente como la esencia de
nuestra sociedad, porque en ellas está el origen de la Europa de las
libertades, la tolerancia y el bienestar.
La
democracia europea tiene muchas imperfecciones, pero esto no debe cegarnos para
no pensar que es el mejor sistema político y social existente en el mundo. Que
no nos quepa la menor duda. Lo que no quita para que sea un sistema en
permanente revisión para mejorar los fallos que tiene. Aunque muchas veces no
seamos conscientes de ello, porque no lo percibimos con la celeridad que nos
gustaría, las mejoras vienen produciéndose desde la Revolución Francesa,
con momentos de corsi y recorsi, es
decir, la historia tiene sus propios tiempos de evolución, tiempos cíclicos, en
los que se avanza y se retrocede, aunque en el cómputo global, siempre se
avanzado más que retrocedido.
En
los tiempos que corren, la democracia en Europa está amenazada por muchas
razones que tienen que ver con los movimientos cíclicos de la historia, encontrándonos
ahora en un momento de ricorsi, debido al crecimiento de la derecha neoliberal
conservadora y el retroceso generalizado de la izquierda, ante el derrumbe de
la socialdemocracia. En nuestras manos
está cambiar el signo de la política. Sin embargo, sobre nuestras cabezas pesa
una amenaza que trata de destruir la democracia y nuestros valores sociales y
culturales, que sí supone un peligro al que la sociedad europea y sus
dirigentes tienen que enfrentarse.
No
pude existir la democracia sin seguridad. Y no me estoy refiriendo a la
seguridad nacional, esa defensa de la patria que nos venden como un valor
supremo, tras la que se esconde la defensa de los privilegios de las élites del
poder existente o por venir. La seguridad, si no se traduce en bienestar y
tranquilidad para la ciudadanía, es un doberman que se utilizará para tener a
la población acogotada por el miedo. Los europeos tenemos que reclamar
seguridad sin restricciones de nuestra libertad, para no caer en el uso torticero
que se hizo de ella en EEUU después del 11-S, que con la aprobación de leyes
coercitivas de la libertad, como la Patriot Act, con la excusa de combatir el
terrorismo, se otorgaban poderes extraordinarios al Estado, que se usaron para
perseguir libertades tan fundamentales como la de expresión e incluso reunión.
No
nos dejemos embaucar con discursos del miedo, que sólo tienen por objetivo
amedrentarnos y dejar en manos del poder nuestros derechos democráticos, para
que ellos sigan ejerciéndolo, sin posibilidad de recambio. Queremos seguridad
para seguir viviendo en democracia y libertad; pero también, para poder salir
un viernes a tomar unas cervezas, cenar o ir a un concierto. Una seguridad que
es posible, como se ha demostrado en España durante tantos años de golpeo del
terrorismo etarra, que no consiguió cercenar nuestras libertades. Porque esa
sería nuestra derrota y la victoria, no sólo de los terroristas.
Pero
la seguridad y la democracia deben ir acompañas de buenos gobernantes que, por
cierto, podemos elegir nosotros. Ante la amenaza del Estado Islámico, que ha
declarado la guerra a Europa, no caben solo acciones militares, de venganza o
de castigo, hay que ir más allá y hacer lo que hasta ahora no se ha hecho. Algunas
preguntas chirrían demasiado, demostrando el poco interés que se ha puesto en
afrontar un problema grave que, además, se ha supeditado a intereses
geoestratégicos. ¿Quién está vendiendo armas al Estado Islámico? ¿Quién les
está comprando el petróleo que producen? ¿Quién les está financiando? Si no se
atienden a estas cuestiones, poco o nada se hará, aparte de meternos en una
guerra contra el nuevo fascismo que está surgiendo en Oriente Próximo en forma
de credo religioso.
Los
ciudadanos franceses, antes los españoles y los británicos, ya hemos sufrido el
mordisco el terrorismo islámico. Mañana cualquier otro ciudadano europeo puede
volver a padecerlo sino se ponen las medidas adecuadas para evitarlo y se
trabaja para acabar, por todos los medios, con el Estado Islámico. Y cuando
digo ciudadanos europeos, me estoy refiriendo a todos: cristianos, musulmanes,
blancos, negros y asiáticos. Europa ya no es una comunidad cerrada entorno a
una religión o una raza. Es un espacio político/geográfico ocupado por
ciudadanos y ciudadanas, que tenemos derecho a vivir en paz y exigimos que así
sea. No caigamos en discursos fáciles y fascistas, como el que está lanzando la
extrema derecha europea de culpabilizar a todos los musulmanes del terrorismo
yihadsita, para poner en marcha sus recetas xenófobas y nacionalistas.
La
Europa del presente y del futuro he de ser una Europa común, en donde los
principios de la tolerancia, la distribución de la riqueza y la democracia sean
la base del bienestar, y en donde todas las creencias políticas y religiosas
tengan cabida. Pero para ello tenemos que aprender a compaginar libertad y
seguridad. Sólo así podremos mantener muy alta la llama que se encendió en
1789: liberté, egalité, fraternité.
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