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Publicado en Levante de Castellón el 29 de Mayo de 2015
El 4 de Abril de 1979, el diario
El Alcazar titulaba a toda página: “Madrid peligrosamente escorada hacia la
izquierda”. Sin el peligro que vaticinaba el periódico de los fascistas
españoles, lo cierto es que las primeras elecciones municipales en 40 años
dieron paso a lo que podríamos considerar la segunda parte de la Transición.
Cierto que aquellas elecciones las ganó
la UCD en número de votos y concejales, pero la historia nos enseña que esto es
irrelevante, si no sirve para gobernar o para sostener un régimen, como pasó en
las elecciones municipales de 1931, que siendo ganadas por el partidos monárquicos,
se acabó proclamando la República, todo porque en las grandes ciudades la suma
de los Partidos republicanos era mayor.
Los
resultados de 1979 dieron pie a la constitución de lo que se denominó
“ayuntamientos democráticos”, que supusieron una grandísima transformación de
los municipios españoles y fueron preparando el camino para que la izquierda
acabara imponiéndose en las generales de 1982 y se produjera el gran cambio que
el país experimentó en la década siguiente.
En
las elecciones municipales y autonómicas del domingo pasado ha ocurrido algo
parecido. En la lógica del bipartidismo al que se aferran medios de
comunicación, el PP ha ganado en concejales y número de votos las elecciones.
Algunos siguen hablando de que los conservadores son los más votados. Sin
embargo, si miramos los resultados, podemos observar que la izquierda, en su
conjunto, tiene una mayoría holgada de votos sobre la derecha. Lo que nos hace
pensar, que la ciudadanía confía el cambio, que una gran parte de la sociedad
reclama, en la izquierda, a pesar de la tan cacareada fragmentación que dicen
que tiene, como si esto fuese un valor negativo y no un plus de democracia.
Pero
contar los votos que tiene cada uno en unas elecciones municipales y
autonómicas no deja de ser una mamarrachada, porque al final lo que sirve es el
resultado que en cada sitio va a permitir gobernar a unos Partidos o a otros.
Esta es la gran miseria que el PP quiere ocultar, que puede perder el gobierno
en la mayoría de grandes ayuntamientos y Comunidades Autónomas. La pérdida de
poder de la derecha conservadora y corrupta es tal, que ni siquiera el apoyo de
la derecha liberal, aglutinada en Ciudadanos, le va a permitir salvar los
muebles. Incluso el único gran éxito que puede poner hoy encima de la mesa es el
exiguo de la Comunidad de Madrid, en donde va a necesitar el apoyo de
Ciudadanos para obtener un diputado más, que permita gobernar a Cristina
Cifuentes, algo que no va a ser difícil, porque esta mujer, por sus
declaraciones y forma de pensar, está más cerca del Partido de Albert Rivera
que del de Mariano Rajoy.
La
debacle de Esperanza Aguirre es de tal calibre, que la gran lideresa del
facherío patrio ha perdido todas sus opciones a liderar nada, ya convertida en
un ridículo personaje de “La escopeta nacional” (que buena película de
Berlanga), después de los tres quebrantos que ha tenido el domingo: el de la
alcaldía de Madrid ante la vilipendiada por ella Manuela Carmena; el del
triunfo de su enemiga interna Cristina Cifuentes, que la va a imposibilitar
para seguir manejando el PP madrileño; y su enfrentamiento con el marianismo
que la coloca a los pies de los caballos, para que estos la destrocen
políticamente.
Mención
especial habría que hacer de tres mujeres muy distintas, que pueden representar
el espíritu plural de cambio que reclama la ciudadanía. Ellas son Manuela
Carmena que ha levantado el ánimo de los madrileños y concitado el apoyo
desinteresado de muchos colectivos de la ciudad, recordando al gran Tierno
Galván; Ada Colau, que pude devolver a Barcelona aquella impronta de ciudad
abierta, progresista y participativa que tuvo en los años 70s 7 80s; y Mónica
Oltra, que desde una formación de cortos vuelos electorales, ha conseguido
ilusionar a muchos miles de valencianos y valencianas, con su frescura y
sentido común, elevando el resultado de su formación política a cotas hasta
hace poco impensables. También me gustaría destacar a un hombre, Guillermo
Fernández Vara, que desde la humildad y la cercanía a la gente ha conseguido
destronar a ese histrión viajero a nuestra costa que ha gobernado Extremadura
en la última legislatura.
Sin
embargo, no hay nada ganado, ni Madrid, ni en Barcelona, ni en Valencia, ni
Extremadura. Todo está por hacer. Los electores ya hemos cumplido nuestro papel al expresar en las urnas el
deseo de cambio, y no un cambio
cualquiera, sin rumbo. No, queremos un cambio hacia la transparencia, la
honestidad, la igualdad y la recuperación de estado de bienestar. Hemos
manifestado con nuestro voto que ha llegado el momento de tomarse en serio que
vamos más allá de la indignación y el enfado, por haber sido estafados en
nuestra dignidad como ciudadanos y robados por tanto ladrón que se ha
enriquecido a costa del dinero público, es decir, de nuestro dinero, que
debería haberse destinado a sanidad, educación, pensiones, dependencia e inversión
pública. Que los 40.000 millones de euros que según la Universidad de Las Palmas
nos cuesta la corrupción al año, se recuperen y no se vuelva a producir algo
así.
Los
ciudadanos hemos cumplido, ahora toca que los Partidos asuman la
responsabilidad del cambio que les hemos transferido. No puede quedar ni un
ayuntamiento, ni una Comunidad Autónoma en manos del PP, por desacuerdos entre
ellos, sean del carácter que sean: estratégicos, electorales o por diferencias
programáticas. La izquierda tiene que asumir, incluso si fuese necesario con
Ciudadanos, que el cambio va más allá de una reivindicación. Es un estado de
ánimo en gran parte de la sociedad, y ello supone bajar a la arena de la
negociación e introducir en nuestra cultura democrática el acuerdo, algo muy
distinto al consenso que imperó en la Transición, entre partidos que luchaban
por la hegemonía. Ahora es necesario pactar y facilitar la gobernabilidad de la
izquierda. Lo que no significa renunciar al ideario de cada uno, sino poner en
valor la cultura del pacto como instrumento de constitución de gobiernos
progresistas en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas.
Estas
elecciones tienen que ser el principio del cambio. Un cambio que sólo se producirá en toda su dimensión, cuando en las
próximas elecciones generales la izquierda vuelva a tener la llave de la
gobernabilidad del país, y se pongan en marcha procesos de recuperación de la
democracia, con mayor participación ciudadana y del estado de bienestar,
acabando así con la gran brecha de desigualdad que se ha abierto debido a las
políticas aplicadas por el gobierno Rajoy/Soraya y todos los barones regionales
y municipales del Partido Popular. Que
lo tengan en cuenta, porque si no es así, si no están a la altura que las circunstancias del
momento histórico que vivimos les exigen, la ciudadanía no se lo perdonará, y habremos perdido una
oportunidad de oro para iniciar una nueva etapa democrática en España, al hilo
del cambio generacional que ya se está produciendo en el país.
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