Imagen: Tony Tirado
Cuando
uno termina de leer la novela “Siroco”, de Javier García Martínez (Loisele
Ediciones 2015), tiene un primer impulso que no puede reprimir: ir a la portada
y mirar el nombre del autor para cerciorarse de que es el que creía haber leído,
y no ha sufrido un lapsus de memoria. Incluso después, duda acerca de la
autenticidad del mismo, no fuera a ser que estuviera ante un seudónimo detrás
del que se esconde un relevante escritor o escritora. No nos ha de extrañar
esto si estamos bajo el síndrome de Robert Galbraith, nombre ficticio de la autora
de la espléndida novela “El canto del cuco”, bajo el que se encontraba J.K.
Rowling, la ya universal autora de la saga Harry Potter. Afortunadamente, esa
duda sólo dura unos segundos, sobre todo cuando se conoce personalmente al
autor, como es mi caso.
Javier
García es un escritor nobel que ha entrado en el género de la novela por una
puerta muy grande, al que hay que agradecer que haya asumido el riesgo de
saltar de la poesía y el relato a la novela con tanta pericia y buen hacer.
Porque “Siroco” es una obra que no defrauda al lector, bien escrita y
perfectamente estructurada, que no provoca vacilación alguna a la hora de
calificarla como una espléndida novela negra. Está muy bien construida poniendo
al servicio de la resolución final todos los acontecimientos que se van
sucediendo a lo largo de la narración, que no son pocos. A ello además hay que
añadirle un artificio magistral, que es ese primer capítulo que te deja pegado
al sillón, y que actúa como clave de bóveda que soporta el resto de capítulos
que se suceden hasta el final. Nunca se podrá decir con tanta claridad que esta
novela si no fuera por el primer capítulo sería otra muy distinta.
Puede
parecer que estamos ante una novela coral, pero nada más lejos de ello. Jorge
Alarma, el personaje principal, soporta sobre sus espaldas el peso de toda la
narración, convirtiendo al resto de personajes, con historias alguno de ellos
muy conmovedoras, en figurantes al servicio de las cuitas del detective Alarma.
Incluso en el caso de Anthony, un nigeriano que va a tener un papel relevante
en los acontecimientos de la novela, su potente historia no deja de ser un
drama tangencial que impacta y rebota sobre el de Jorge Alarma. El resto de los
personajes, siendo esenciales para el desarrollo de la narración, tienen un
papel secundario, unos más, otros menos, pero muy bien trazados e insertados en
el engranaje de unos acontecimientos que ya, desde el primer capítulo, no bajan
la intensidad argumental.
Ha
estado el autor acertado al elegir Valencia, más bien el entorno periurbano de
la ciudad, de polígonos industriales y de huerta, como escenario de una trama
que lleva a Jorge Alarma por el filo de la navaja a lo largo del texto, entre
escenarios sórdidos en los que se tejen grandes fortunas con las manos
manchadas de corrupción y se pelea por el poder sin miramientos por la vida
ajena. Lugares por los que el detective privado Alarma, ex inspector de
policía, se mueve con la facilidad que le da el oficio de muchos años haciendo
seguimientos y enfrentándose con lo más bajo de la condición humana. Es un
detective de perfil clásico, que nos recuerda en algunos matices y
comportamientos a los grandes como Pepe Calvalho o Philip Marlow, detectives
que están de vuelta de muchas cosas, pero que se enfrentan a su oficio con
profesionalidad, asumiendo que el riesgo va incluido en el cheque de su
cliente.
No
soy partidario de contar el argumento de las novelas y no lo voy a hacer en
este caso. Sólo me queda decir que podemos estar ante el nacimiento de un
magnífico escritor de novela negra, y ante un nuevo detective que nos haga
vivir tardes de flirteo con el crimen.
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