lunes, 24 de febrero de 2020

Magallanes-Elcano. Cuando el mundo se hizo global



Planisferio de Cantino. Principios del Siglo XVI
T

enemos los españoles una tendencia excesiva a minusvalorar, cuando no menospreciar, aquellos acontecimientos que cualquier otra sociedad los elevaría al altar de las glorias nacionales. Esas que forjan una identidad colectiva, cuando han sido lo suficiente importante como para estar grabada a fuego en la historia, universal o local. Somos un pueblo despreocupado de nuestro destino y marcado por una envidia enfermiza hacia todo lo que destaca por encima de nuestra capacidad para entender la relevancia que tiene. Sin embargo, ensalzamos sobremanera acontecimientos que no son como creemos, normalmente inducidos por intereses ajenos a la historia, construyendo un imaginario falso de nuestro pasado y, por tanto, de lo que somos. Por eso, los intentos de situar a personajes (vivos o muertos) y acontecimientos en un contexto que trate de poner, negro sobre blanco, el valor de lo singular, lo sublime y la capacidad de hacer grandes gestas, o haber dado al mundo a excelsos hombres y mujeres, siempre serán una corriente de inteligencia, para conseguir alcanzar ese equilibrio tan caro a nuestra idiosincrasia entre la negación y la exaltación. Seríamos una sociedad que se aceptaría más así mismo, sin necesidad de tener que esperar a que el mundo nos diga que  hemos hecho algo bueno.
Ahora parece que estamos empezando a reconocer la gran importancia de una de las proezas marítimas más atrevidas, fascinantes e importantes que se han producido en la historia de la humanidad. Algo que para otra sociedad sería motivo de orgullo, y que para la española pasa tan inadvertida que prácticamente la desconocemos. Me refiero a la primera vuelta al mundo que una pequeña flota de barcos consiguió dar, de la que ahora conmemoramos 500 años. Una vuelta imposible, en su momento, porque la cartografía de la época, más allá de la Amazonía hacia el este, simplemente no existía. Fue como navegar a ciegas por un planeta perdido en las tinieblas del desconocimiento.
El 20 de septiembre de 1519, parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda una expedición comercial de cinco barcos, capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes. La expedición, financiada por la monarquía de los Austrias (Carlos I no hace mucho que ha sido proclamado rey por las Cortes de la Corona de Castilla y las de la Corona de Aragón), tiene como objetivo encontrar una ruta directa hacia el oriente de las especias, y en ese sentido, el éxito de la expedición fue absoluto. Acabó siendo sumamente rentable para las finanzas de la monarquía;  la Nao Victoria, única que sobrevivió a la dureza de la expedición, trajo en sus bodegas un cargamento de 600 quintales de especias (60.000 kg.): clavo, nuez moscada, canela… (hay que tener en cuenta que un saco de canela sería más o menos el sueldo de toda una vida),  que supuso un beneficio exagerado por el astronómico precio que tenían las especias en la época, consideradas como un producto de lujo.
Esa primera vuelta al mundo, pasó por muchas vicisitudes. Escribió Antonio Pigafetta, cronista de la aventura que consiguió sobrevivir a la dureza de la travesía: “Durante tres meses y veinte días, no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcochos a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera, porque era polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines y ratas”. Solo llegó una nave, la Nao Victoria, al mando del guipuzcoano de la villa de Guetaria Juan Sebastián Elcano, el 6 de septiembre de 1522, a la bahía de Sanlúcar, con 18 tripulantes a bordo, de los 239 tripulantes que partieron tres años antes. La proeza, quizá involuntaria de dar la vuelta al mundo, revolucionó la cartografía del planeta, que la tierra era redonda estaba ya bastante asumido por la sociedad, y abrió  nuevas oportunidades para el cultivo de las especias en occidente y rutas que marcaron el futuro de la navegación hacia oriente. Aunque, no pudieron encontrar esa vía marítima a directa entre Europa ay las Indias, sin tener que vadear el Estrecho de Magallanes el sur de África o el Cabo de Buena Esperanza en el cuerno meridional de América del Sur.   
Fue una expedición difícil por la bravura de mares desconocidos; tensa por la desconfianza habida entre marineros portugueses y españoles; angustiosa porque varias veces perdieron el rumbo en la mar océana; y lúgubre porque la muerte hizo estragos en la tripulación. Incluso, después de arribar a tierra muchos no alcanzaron el favor de su hazaña (les correspondía una parte de los 600 quintales de especia que trajeron en la nave; el propio Juan Sebastián Elcano, no solo es silenciado por Pigafetta en su crónica: Relación del primer viaje en torno al globo, porque el cronista, incondicional de Magallanes, consideraba que todo el éxito de la travesía se debía al portugués, sin tener en cuenta que la decisión de dar toda la vuelta al mundo, al optar por regresar a través del Índico y arribar con éxito a Sanlúcar, es de Elcano. Incluso, los 500 ducados anuales que el rey le concedió y escudo de armas con el lema «Primus circundedisti me», por la burocracia de la corona nunca llegó a disfrutarlos, al morir en el Pacífico en 1526, durante la Segunda Expedición a las Islas Molucas.
La vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, marcó un hito en la historia universal, que no solo supuso la creación de nuevas rutas comerciales y un impulso al comercio global, creando mecanismos de financiación público privados; fue una gesta que marcó un nuevo tiempo en la cosmografía que se tenía del planeta; el inicio de la conciencia de que el mundo era un gran territorio global que necesitaba una nueva forma de relacionarse con él.  


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