Publicado en Levante de Castellón el 4 de mayo de 2018
Veamos otra palabrita muy en boga
últimamente: "Distopía", que significa, según la RAE: «Representación ficticia de una
sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana».
Es decir, el negativo de la utopía es la distopía, porque si la primera es el
sueño de una sociedad mejor, ese motor intelectual e ideológico que nos hace
avanzar hacia el futuro; la segunda es la negación absoluta de esperanza, el
camino hacia una vida peor, en una sociedad idiotizada por el poder o reprimida
por éste cuando se quiere creer en la utopía.
Normalmente
la sociedad distópica ha sido y es un recurso narrativo muy utilizado en la
ciencia ficción. Me vienen a la cabeza las novelas como “1984” de George
Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley o la novela maldita de Julio Verne
“París en el siglo XXI”; también en el cine, aunque éste bebe para sus
películas distópicas de la literatura: “Los juegos del hambre” de Gary Ross, “La
fuga de Logan” de Michael Anderson o “Hijos de los hombres” de Alfonso Cuarón,
entre otras muchas novelas y películas. En ellas, siempre nos plantean una
sociedad con clases marcadamente diferenciadas, en la que la gran mayoría de la
población vive sometida al poder y alienada al discurso de éste. Sociedades
futuras, no tan lejanas, que nos dibujan una panorama desolador, sin ilusión y
sometido. Suelen ser el fracaso de la democracia cuando ésta acaba siendo,
primero colonizada por el poder y luego abducida por éste, arrinconada la
utopía como luz que ilumina las esperanzas en una sociedad mejor.
No
sé si al leer todo lo anterior les ha parecido que lo escrito ya no pertenece
al género de la ciencia ficción, sino que nos resulta tan cercano, tan
cotidiano, tan excesivamente familiar, que nos atreveríamos a decir que la
sociedad distópica ya está habitando entre nosotros y si no lo remediamos ha
venido para quedarse, para convertir nuestras vidas en pequeñas existencias
pertenecientes a un hormiguero que sólo tiene como razón der ser servir a la hormiga
reina.
Puede
que algunos piensen que esto es una exageración, pero todo lo que está
sucediendo en los últimos años de posverdades, que son como bombas de racimo en
nuestras conciencias, no nos hace albergar grandes esperanzas. Si no, fijémonos
en lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, con leyes que está diseñadas
exclusivamente para limitar nuestra capacidad de acción ante la injusticia, la
desigualdad social y de género, la libertad de expresión, el empleo y las
pensiones dignas o la igualdad de oportunidades educativas o sanitarias. Nada
están dejando al albur de la protesta o la crítica, ni siquiera a nuestra
capacidad de vivir como queramos sin el temor a ser censurados
(paradójicamente, en la sociedad que parece que todo se permite). Las
instituciones del Estado, supuestamente democrático, están siendo ocupadas, al
asalto, por miembros pertenecientes al pensamiento del poder distópico, sin
ningún disimulo ni recato que guarde las formas. Porque de lo que se trata, es
de limitar la capacidad de actuar de las instituciones democráticas, como los
ayuntamientos, las comunidades autónomas o los parlamentos, mediante la
interposición de topos que sólo tienen como objetivo dinamitar el gobierno de éstas,
como está sucediendo útilmente en la ciudad de Castellón, o frenar iniciativas
legislativas. Un ejemplo más grave lo
tenemos en el poder judicial, cada vez menos independiente, al servicio de la clase dirigente.
La
distopía se puede ver, por ejemplo, en la actitud de la sociedad, alineada por
los medios de comunicación, ante la violencia de género, algo que parece no ser
del interés del poder, salvo si ve que le va a afectar en sus expectativas
electorales. Fíjense si no en la sentencia contra los violadores de Pamplona. No
es una sentencia inocua, basada en criterios de justicia y protección a la
víctima, sino fundamentada en los prejuicios que tiene una parte de la
sociedad, lamentablemente también en la justicia, hacia los derechos de la
mujer y su seguridad. Es un mensaje: todo lo que haga la mujer, que se salga de
los roles establecidos por el pensamiento dominante machista, estará sometido
al escrutinio de la sociedad y a riesgos, que unos jueces no van a cuestionar.
También es llamativa la actitud del PP y Ciudadanos. Mientras el primero, gran
sostenedor de la desigualdad en España, necesita hacer creer que está indignado porque
tiene graves problemas electorales y lanza su artillería contra la sentencia y
los jueces artífices de la misma, con el
ministro de justicia a la cabeza; Ciudadanos, en la cresta de la ola de
sus expectativas electorales, sólo se limita a decir que respeta la sentencia,
no vaya a ser que esa avanzadilla de sociedad distópica que nada cuestiona, le
retire su apoyo en las encuestas.
En
muchas de las obras de arte distópicas, siempre se abre una rendija por donde
entra la luz de la esperanza de la utopía. Siempre, porque alguien lucha por
cambiar el orden establecido y salir del miedo y la alienación, que atenaza a
la población. Por eso, con la distopía y la posverdad (los dos filos de la
misma navaja) instaladas entre nosotros, debemos seguir creyendo en que el
mejor antídoto contra la distopía es la utopía y no dejarnos someter. Como dijo
Buenaventura Durruti, no olvidar que
llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.
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